La legitimaci¨®n de las administraciones p¨²blicas
La implantaci¨®n del impuesto sobre el valor a?adido (IVA), con fecha 1 de enero de 1986, ha servido, entre otras muchas cosas, para resucitar ancestrales ramalazos de nuestro, modo de ser: improvisaci¨®n a todos los niveles, p¨²blicos y privados; picaresca ciudadana; agresividad social de algunos, etc¨¦tera. Sin embargo, parece que quien ha salido peor parada, y contra la que se han dirigido las m¨¢s acervas cr¨ªticas, ha sido nuestra Administraci¨®n, que, una vez m¨¢s, no ha sabido estar a la altura de las circunstancias.Hoy como ayer, y como siempre, las administraciones p¨²blicas est¨¢n llamadas a actuar siguiendo unos determinados comportamientos y tratando de responder a las expectativas colectivas que, justamente, sintonicen con las caracter¨ªsticas de la sociedad en que aqu¨¦llas se inscriben y funcionan. S¨®lo de esta forma las diferentes administraciones encontrar¨¢n su propia legitimaci¨®n y alcanzar¨¢n, ante los ciudadanos, una justificaci¨®n suficiente de su verdadera raz¨®n de ser.
Sin intentar agotar el repertorio de connotaciones que una buena administraci¨®n moderna debe poseer para legitimarse ante la sociedad, es posible identificar algunas de dichas connotaciones, que son precisamente las que no se advierten en nuestras administraciones p¨²blias, en este caso, la fiscal o tributaria.
Una administraci¨®n debe ser, en primer t¨¦rmino, anticipadora y previsora, de tal modo que sepa adelantarse a los acontecimientos en lugar de ir a remolque de los mismos. La previsi¨®n, el,sentido de la anticipaci¨®n, la adivinaci¨®n del discurrir social y de las reacciones humanas son, hoy m¨¢s que nunca, presupuestos indispensables para que las instituciones, sean p¨²blicas o privadas, funcionen con garant¨ªas de eficacia y rentabilidad. En segundo lugar, la administraci¨®n tiene que manifestarse m¨¢s despojada que en ¨¦pocas pasadas de su condici¨®n suprema y mayest¨¢tica para convertirse en un agente que escucha, concierta y dialoga; o, en otras palabras, debe mostrarse como una instancia que impone, pero tambi¨¦n convence, que ordena, pero tambi¨¦n explica, que presiona, pero tambi¨¦n razona. Tal es el talante con que hoy debe presentarse cualquier administraci¨®n en su gesti¨®n del bien com¨²n, como ¨²nica v¨ªa posible si quiere conseguir que los administrados, lo usuarios, los destinatarios de sus normas o decisiones, se adhieran a los objetivos propuestos por quienes gobiernan y mandan. Y, en tercer lugar, la administraci¨®n ha de revalidarse permanentemente ante la opini¨®n p¨²blica, ofreciendo una imagen de efectividad e incrementando su operatividad en la direcci¨®n marcada por el progreso el bienestar para todos; porque s¨®lo as¨ª estar¨¢ en condiciones de distanciar y rechazar las acusaciones que se lancen contra ella tach¨¢ndola de inoperante a pesar de su creciente gigantismo, de despilfarradora de medios humanos y materiales, de incapaz, en suma, para solventar los muchos problemas que acosan al hombre contempor¨¢neo.
Sorpresa y desconcierto
A la vista de lo acontecido entre nosotros con la, puesta en marcha del IVA, entre el desconcierto de unos y la sorpresa de otros, es ¨¦sta buena oportunidad para replantearse en profundidad el papel de las administraciones p¨²blicas en el seno de las sociedades democr¨¢ticas, que se caracterizan por su pluralidad ideol¨®gica, su defensa de los derechos y libertades de personas y grupos, su mayor o menor grado de conflictividad y tensi¨®n. Como ha escrito Jacques Chevalier, "el cambio del papel social de la administraci¨®n compromete, indiscutibiemente, las bases de su legitimidad", que ya no pueden ser las de ¨¦pocas pasadas, sino que tienen que corresponderse con las nuevas coordenadas pol¨ªticas, sociales y econ¨®micas inoperantes en las sociedades m¨¢s avanzadas y progresivas.
Si en otros tiempos la administraci¨®n se legitimaba por v¨ªas no democr¨¢ticas y reaccionaba ante las demandas de usuarios, contribuyentes, administrados desde posiciones de inaccesibilidad y distanciamiento, hoy las perspectivas est¨¢n transform¨¢ndose vertiginosamente en el sentido de que la legitimaci¨®n del aparato administrativo y burocr¨¢tico s¨®lo puede lograrse a partir del di¨¢logo, la comunicaci¨®n y la participaci¨®n. Por tanto, la mera apelaci¨®n a la autoridad, el recurso a la prepotencia, el empleo exclusivo de la coacci¨®n ya no son opciones v¨¢lidas para que una administraci¨®n alcance sus metas o persiga sus objetivos. Son precisos otros sistemas de actuaci¨®n y otros modos de comportamiento que prueben que la maquinaria administrativa est¨¢ al quite de los problemas, que es menos dominadora y m¨¢s participativa, que es objetiva en sus informaciones y que sit¨²a la exposici¨®n de los grandes temas nacionales en sus justos y adecuados t¨¦rminos.
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