La burda conspiraci¨®n
LA DESARTICULACI?N de los manejos tejidos por el coronel de Caballer¨ªa Carlos Meer de Ribera y el consejero de asuntos culturales libio en Madrid figurar¨ªan en la historia de las conspiraciones de opereta. Pero ni la personalidad del militar en activo de las Fuerzas Armadas espa?olas ni la posici¨®n del pa¨ªs mediterr¨¢neo en la esfera internacional merecen despachar el asunto por los registros de la iron¨ªa o la frivolidad.La biograf¨ªa de Carlos Meer de Ribera conduce al juicio de que no ha sido un decidido defensor del sistema democr¨¢tico y pluralista, sino que m¨¢s bien se ha aprovechado de las facilidades que concede el r¨¦gimen pol¨ªtico de libertades para acosarlo y, probablemente, intentar su derrocamiento. La informaci¨®n oficial disponible asegura que la investigaci¨®n realizada "confirma que se trata de actuaciones personales del coronel Meer vinculadas a actividades de la extrema derecha". Seg¨²n otras fuentes, los contactos del militar espa?ol y de al menos otros dos conocidos dirigentes del sindicato ultraderechista Fuerza Nacional del Trabajo -vinculado a Fuerza Nueva- se celebraron en el extranjero y con l¨ªderes libios con vistas a lograr del Gobierno de Muammar el Gaddafi fondos para la creaci¨®n de un partido que, entre otros fines a cumplir, alentar¨ªa la ausencia de relaciones diplom¨¢ticas con Israel y la no pertenencia espa?ola a la Alianza Atl¨¢ntica. Todo ello bajo la filosof¨ªa de una Espa?a opuesta a Europa y con vocaci¨®n africanista o tercermundista.
La tosquedad de estos planteamientos se corresponde con la no menos descabellada pretensi¨®n que en el pasado ha tenido el Gobierno libio de influir en la desestabilizaci¨®n pol¨ªtica espa?ola financiando empe?os de la extrema izquierda o la extrema derecha espa?ola, paralelamente al amparo que ha prestado a grupos terroristas de todo signo, con actuaci¨®n en Espa?a o fuera de ella. El Gobierno, al tanto de esta repetida actuaci¨®n, reconoce haber tenido noticia de la nueva operaci¨®n desde el pasado mes de enero, pero asegura no haber pose¨ªdo pruebas fehacientes hasta hace unos d¨ªas.
Los datos ahora revelados sobre las relaciones entre el militar espa?ol y Muammar el Gaddafi procuran nueva luz tanto sobre la naturaleza de la extrema derecha de este pa¨ªs, nada escrupulosa para buscar alianzas en cualquier parte, como sobre la misma. naturaleza del r¨¦gimen libio, muy equivalente en su comportamiento pol¨ªtico. Y no deja de ser parad¨®jico que un cualificado militante de la extrema derecha, que se ha hartado de proclamar que nuestro pa¨ªs es continuamente v¨ªctima de una conjura extranjera, no dude -a la hora de buscar auxilio a sus prop¨®sitos- en recabar apoyo de quien es considerado paradigma de la subversi¨®n izquierdista mundial y probado fiador de grupos terroristas.
El episodio que se ha empezado a saldar con esta detejici¨®n, y que no puede considerarse policialmente cerrado, posee, sin embargo, todos los caracteres, seg¨²n la apreciaci¨®n oficial, de un inal ensayo conspiratorio en manos de un pu?ado de visionarios. Tanto por la categor¨ªa de los implicados como por su n¨²mero y la debilidad de su apoyo, el asunto no ha parecido producir ninguna inquietud gubernamental. Pese al pr¨®p¨®sito desestabilizador de este grup¨²sculo, la flaqueza y sinraz¨®n de su intento no afecta en nada a la normalidad democr¨¢tica interior. Otra cosa, sin embargo, es el posible da?o que se produzca para la imagen espa?ola en la escena internacional, donde no siempre es f¨¢cil entender las proporciones de la nueva realidad de nuestro pa¨ªs tras 40 a?os de dictadura. Ciertamente, el episodio pone de relieve la continuidad, m¨¢s o menos activa, de una trama civil que no fue suficientemente investigada tras el golpe del 23-F. Pero indica a la vez la absoluta impotencia de esos residuos para influir sobre la sociedad espa?ola, y en particular sobre sus Fuerzas Armadas.
Finalmente, no pocas posiciones que orillan sus voces en las proximidades pol¨ªticas del coronel Meer encontrar¨¢n en este asunto una buena excusa para acusar de debilidad al Gobierno socialista en sus relaciones con Libia y de no haber sabido mantener una posici¨®n coherente en el reciente bombardeo norteamericano sobre Tr¨ªpoli y Bengasi. Pero, precisamente, lejos de constituir una contradicci¨®n o tener el perfil de una ligereza, la actitud del Gobierno espa?ol ante el bombardeo de la fuerza a¨¦rea de EE UU representa un claro ejemplo de los valores formales y sustantivos del.r¨¦gimen democr¨¢tico, tanto en el orden dom¨¦stico como en el ¨¢mbito de las relaciones internacionales. La fuerza de la raz¨®n no puede estar nunca emparejada con el uso de la violencia, ni tampoco con el.de la trampa. La investigaci¨®n que el Gobi erno socialista ten¨ªa en curso cuando unilateralmente el presidente Reagan decret¨® la acci¨®n b¨¦lica sobre Libia no le facultaba para sumarse al coro de los aplausos de una iniciativa que llevaba la guerra a las puertas de la casa de Europa. Precisamente, al terrorismo del visionario Gaddafi se le combate efectivamente con desenmascaramientos como los realizados por el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez.
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