Aire libre norteamericano

Cuando un cineasta de buena escuela norteamericana -y Schlesinger, despu¨¦s de 19 a?os en los Estados Unidos, lo es pese a su origen brit¨¢nico o tal vez gracias a ¨¦l- acierta, su trabajo es, en su terreno, insuperable. Un ejemplo: a los cinco minutos de la proyecci¨®n de El juego del halc¨®n, el espectador est¨¢ literalmente enganchado por lo que ocurre en la pantalla..Cinco minutos despu¨¦s sigue a¨²n m¨¢s atrapado por ella. Y si se para a pensar qu¨¦ cosas han ocu rrido en estos diez minutos de proyecci¨®n caer¨¢ en la cuenta de que, casi imperceptiblemente, han ocurrido muchos sucesos indicadores o preparatorios de otros sucesos mayores. Pero no es tanto la acumulaci¨®n de actos interesantes lo que aqu¨ª importa, sino el inter¨¦s de su ritmo de crecimiento y, sobre todo, la capacidad de este ritmo para hacernos crecer con ¨¦l.

John Schlesinger es un director con buen estilo y con pulso firme para realizar filmes donde se mezcla la intriga con el estudio de tipos. Aqu¨ª saca a relucir estas cualidades en un filme que no es excepcional, pero s¨ª muy notable, tanto m¨¢s cuanto que es ant¨ªpoda de la producci¨®n de Estados Unidos, que pasa por el peor momento de su historia.

Narra El juego del halc¨®n con gran claridad una compleja historia ver¨ªdica y lo hace de tal manera que la ficci¨®n aumenta esa su veracidad. La pel¨ªcula gravita enteramente sobre el trabajo de dos j¨®venes actores, Timothy Hutton y Sean Penn, que realizan dos composiciones casi perfectas, muy distintas entre s¨ª, un estupendo d¨²o de inseparables contrarios que est¨¢ lleno de convicci¨®n y desgarro. Merece la pena ver este buen filme y retener para el futuro los rostros de sus int¨¦rpretes.