'Rock' y violencia
CON POCA diferencia de d¨ªas se han producido actos de violencia en los conciertos de rock organizados por la Comunidad y por el Ayuntamiento de Madrid. La gravedad de los sucesos ha estado, afortunadamente, limitada en lo que se refiere a da?os personales, pero su misma reiteraci¨®n pide una reflexi¨®n sobre las razones que los suscitan.El rock es algo m¨¢s que canciones. Su m¨²sica es hoy una de las formas m¨¢s rotundas de expresi¨®n, dentro de una panoplia de se?as identificadoras, entre un determinado sector juvenil. Efectivamente, el rock y la pasi¨®n que convoca no arrastran necesariamente a la violencia. Y mucho menos en todos los grupos Juvenfles o menos juveniles que aman esta clase de m¨²sica. Pero, del "sino modo que en los campos de f¨²tbol han surgido bandas de hinchas organizados para la camorra, entre los aficionados al rock han brotado fans que concurren a los conciertos con el anticipado fin de llevar su paroxismo hasta el enfrentamiento.
El dato de que los protagonistas de estos incidentes sean, en t¨¦rminos generales, j¨®venes procedentes de clase media baja, habitantes de barriadas perif¨¦ricas, parados o sin trabajos fijos y familiarizados con el consumo de alcohol y drogas, da cuenta s¨®lo de una parte del problema. Un aspecto complementario, partiendo de ah¨ª, es el que se deduce a trav¨¦s del impulso por encontrar una identidad personal y social en un medio que se la niega. Ni las oportunidades de empleo actuales ni las condiciones f¨¢miliares y educacionales contribuyen mucho a la supuesta integraci¨®n de la generaci¨®n espa?ola -y europea, en general- que ha padecido m¨¢s directamente la crisis. Bajo la misma situaci¨®n de emergencia, muchas de las protestas sociales han quedado acalladas, sea por temor o resignaci¨®n, y muchos hogares han cumplido el papel de asistencia al hijo que prolongaba su dependencia tras una infructuosa b¨²squeda de trabajo. Muchas familias, en efecto, han podido procurar esta cobertura y disminuir las consecuencias de la frustraci¨®n, pero no, desde luego, todas. El espectacular aumento del comercio de drogas en Espa?a, con un sistema policial hasta hace poco inexperto en esta modalidad delictiva, ha multiplicado a menudo la concatenaci¨®n entre frustraci¨®n y drogadicci¨®n, entre frustraci¨®n y agresividad y entre marginaci¨®n y delincuencia.
La sensaci¨®n de que el entorno social ciega las expectativas de desarrollo econ¨®mico y moral a las que todo ciudadano siente como un derecho primario, m¨¢s la constataci¨®n de que ni siquiera, en esa sociedad existen cauces de representaci¨®n que hagan eficaz esta protesta, conduce necesariamente a la desesperanza o a lo que fr¨ªvolamente se ha dado en llamar pasotismo.
Seguramente es demasiado irresponsable, a fuerza de simple, despachar las violencias rockeras asimil¨¢ndolas al expediente de una gamberrada. Ni las letras de las canciones que interpreta un grupo como La Polla Records animando a acabar con los polic¨ªas ni las actitudes en el concierto son improvisaciones del momento. Los punkies seguidores de este grupo o los heavies, ahora pac¨ªficos, que fueron a escuchar a conjuntos de t¨ªtulos no m¨¢s convencionales son, de una parte -como los ultrasur-, simples aficionados, pero de otra, pueden ser violentos cuando sienten que deben conquistar una identidad grupal con la destrucci¨®n de los s¨ªmbolos de un orden. Un orden que les es hostil y al que, en consecuencia, ni respetan ni piden ya definitivamente nada. La clase de edad que abraza ahora el rock siente adem¨¢s una suerte d¨¦impulsos de destrucci¨®n y autodestruc¨ª¨®n, de inutilidad y violencia, con o sin objeto, que pueden llevarla a las reacciones de estos d¨ªas.
Afrontar, pues, el problema con medidas de orden p¨²blico, aislando y controlando a los potenciales alborotadores, es indispensable para la seguridad f¨ªsica de los miles de espectadores. Pero, ciertamente, no se acaba ah¨ª el problema. Un sector importante de la juventud se encuentra empe?ada en estas formas de afirmaci¨®n individual o grupal, y las llevan al extremo, como efecto de una crisis m¨¢s profunda que la que han censado las estad¨ªsticas y de mayor envergadura pol¨ªtica y moral que la que han percibido los gobernantes. Porque muchos de los actuales hombres p¨²blicos no s¨®lo soliviantaron el orden formal por el mero placer de la protesta.
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