Lobotom¨ªa de la danza
Maguy Marin, nacida en Francia, de madre andaluza y padre madrile?o, tiene en May B una buena carta de presentaci¨®n. Esta ha sido la funci¨®n 200 desde su preestreno parisino en noviembre de 1981.El inmovilismo de los 10 bailarines en escena recuerda las esculturas de Segal, cuadro pat¨¦tico en el que se reconoce a Samuel Beckett. Un mortificante silbato nos hace entrar en el ejercicio cotidiano de los alienados, a los que se ha forzado, coreogr¨¢ficamente, a una reflexi¨®n corporal sobre el sexo. Maguy teje la catarsis y echa mano de un humor corrosivo y esperp¨¦ntico donde sus m¨¢scaras a lo Ensor entablan una lucha de jadeos, encontronazos y corros. Hay una referencia, quiz¨¢ recurrente, a la est¨¦tica del Marat-Sade -hoy cl¨¢sico- de Brook. La danza ideada por Maguy Marin est¨¢ en las ant¨ªpodas de la danza misma y compuesta por amputaciones, cortes a los movimientos naturales.
VII Festival de Teatro y Danza de Zaragoza
May B. Compa?¨ªa de Maguy Marin (Francia). Coreograf¨ªa: Maguy Marin. M¨²sica: Franz Shubert, Gilles de Brinchje, Gavin Bryars. Teatro Fleta. Zaragoza, mayo 1986.
Es la poes¨ªa de un viaje a la nada. Los personajes flotan en un entorno polvoriento donde la risa del orate borra el pasado. Son s¨ªmbolos de una corriente sin ideas, dejando caer el grito que se perder¨¢ en el eco del frenop¨¢tico. No hay protagonistas: el papel, principal lo desempe?a la ausencia. May B tiene un caracter casi de ¨¦pica oper¨ªstica. Su pl¨¢stica chocante y b¨¢rbara (cercana tambi¨¦n a un Dubufet) consigue intimar con el p¨²blico en la v¨ªa descubierta por la danza-teatro de la ¨²ltima d¨¦cada.
La obra crea un proceso de decantaci¨®n casi psicoanal¨ªtica, improvisaciones que a veces est¨¢n m¨¢s cerca de la terapia que del entrenamiento, dando forma estable a gestos y voces en un registro donde tambi¨¦n est¨¢ Grotowski, padre de estas experiencias. Hay una apoteosis cuando el discurso vocal se superpone a la m¨²sica: es hacerse o¨ªr en medio del mar. La bajada al patio de butacas, simb¨®lico ingreso en el mundo real, se convierte en una huida al universo cerrado de la incomprensi¨®n.
Los bailarines vuelven al escenario iluminado, sin rincones donde protegerse. Atraviesan el entarimado con maletas, abrigos, recuerdos destrozados. Marin ha ido muy lejos, dejando un agrio sabor por las miserias ajenas y el temor a la locura, que pueden, muy f¨¢cilmente, ser nuestros.
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