Elecciones: los candidatos
EN UNA sociedad democr¨¢tica, los ciudadanos que acuden a las urnas no realizan su elecci¨®n ¨²nicamente entre programas, sino tambi¨¦n, y quiz¨¢ fundamentalmente, entre los candidatos que los encarnan. El sistema de listas cerradas y bloqueadas aplicado en Espa?a limita las posibilidades del elector de seleccionar a dichos candidatos, pero, precisamente por ello, la composici¨®n de las listas, incluso la colocaci¨®n ordinal de los nombres en ellas, dice con frecuencia m¨¢s sobre lo que realmente se vota que los propios programas.Lejos de constituir una desviaci¨®n respecto al proceso dernocr¨¢tico que ese aspecto de la cuesti¨®n haya cobrado importancia en la definici¨®n electoral de los ciudadanos es. plenamente coherente con la naturaleza del sistema representativo. Los ciudadanos tienen derecho a saber qui¨¦nes, y no s¨®lo qu¨¦, quedan comprometidos en el contrato que supone el otorgamiento del voto a una determinada candidatura.
Todo ello explica que haya acabado por imponerse el h¨¢bito, por parte de los partidos, de atribuir a uno de sus candidatos la condici¨®n de aspirante a la presidencia del Ejecutivo, figura no prevista en la Constituci¨®n, que encomienda al Rey las consultas previas dirigidas a ese fin. El elector es as¨ª invitado a otorgar su confianza a unas personas precisas para representarle en el Parlamento y a una de ellas, eventualmente, para formar Gobierno.
En la pr¨¢ctica, la n¨®mina de personas con posibilidades realistas de alcanzar la presidencia es muy limitada. No por ello carece de sentido que los partidos adelanten el nombre de un candidato te¨®rico. La costumbre ha consagrado el uso de que estos candidatos se conviertan hoy en portavoces m¨¢ximos de los distintos grupos parlamentarios.
1 .Santiago Carrillo
NADIE PODR? discutir a este viejo protagonista de la brega pol¨ªtica, que se presenta bajo la ¨¦tiqueta de Mesa para la Unidad de los Comunistas, el m¨¦rito de haber convertido al Partido Comunista de Espa?a (el partido por antonomasia de la oposici¨®n al franquismo) en el principal marco organizativo de lucha contra la dictadura. Y no menos indiscutible resulta el decisivo papel jugado por Carrillo en los inicios de la transici¨®n.Durante m¨¢s de dos d¨¦cadas al frente del PCE, Carrillo supo combinar el impulso de sucesivos movimientos de apertura de su partido hacia fuera con el mantenimiento de inflexibles m¨¦todos organizativos en su interior. Ya desde los a?os sesenta, propuestas como la de la reconciliaci¨®n nacional o la del pacto por la libertad, audaces tomas de distancia respecto a la pol¨ªtica exterior de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, o formulaciones como la de la versi¨®n espa?ola del eurocomunismo, coexistieron con la celosa defensa de la autoridad del n¨²cleo dirigente y la anulaci¨®n pol¨ªtica de la disidencia interna. Los condicionamientos de la clandestinidad sirvieron durante a?os para justificar esta t¨¢ctica, pero no pudieron ser luego evocados durante el r¨¦gimen de libertades.
Conforme al priincipio seg¨²n el cual la vanguardia se fortalece depur¨¢ndose, Carrillo encabez¨® a lo largo de 1981 una purga ideol¨®gica contra quienes, con motivo de la propuesta de la direcci¨®n del partido en el Pa¨ªs Vasco de iniciar un proceso de convergencia con Euskadiko Ezkerra; y habi¨¦ndose tomado en serio las consecuencias que se derivaban de la propuesta eurocomunista, pretendieron una renovaci¨®n de las estructuras partidistas.
El incidente se zanj¨®, tras una batalla que result¨® incomprensible para la opini¨®n p¨²blica y buena parte de los militantes, con la destituci¨®n de 10 miembros del Comit¨¦ Central, la disoluci¨®n de -la direcci¨®n de Euskadi y de otras varias direcciones provinciales que se solidarizaron con ella, la expulsi¨®n de 12 concejales de Madrid y el abandono del, partido por parte de miles de comunistas
Tras el fracaso en las legislativas de 1982 -en las que el PCE perdi¨® 19 de los 23 esca?os obtenidos en los anteriores comicios- Carrillo renunci¨® a la secretar¨ªa general, que cedi¨® a uno de sus fieles, Gerardo Iglesias. Pronto enfrentados a nuevas tendencias centr¨ªfugas, esta vez de signo prosovi¨¦tico, los nuevos dirigentes no tuvieron inconveniente en recuperar parte M mensaje de los renovadores a los que acababan de depurar. Ello dio ocasi¨®n a Carrillo para concretar en t¨¦rminos pol¨ªticos las divergencias con sus herederos -cada vez m¨¢s distanciados de ¨¦l que hasta entonces s¨®lo resultaban explicables en t¨¦rminos de despecho (Santiago Carrillo parec¨ªa no estar dispuesto a ser el segundo de nadie). La propuesta de Iglesias de orientar la recuperaci¨®n del partido por la v¨ªa de la: relaci¨®n con otros movimientos sociales, incluyendo un acuerdo electoral con partidos y otros colectivos de izquierda no comunistas, fue denunciada por el ex secretario general como una renuncia al objetivo de reconstruir la unidad comunista. Armadn de este s¨®lido argumento, no carente de l¨®gica, Carrillo consum¨®, hace ahora un a?o, por la v¨ªa de los hechos, su separaci¨®n de la disciplina de partido, y parti¨® con su Mesa para la Unidad de los Comunistas a la reconquista de su poder. Cuenta con una no despreciable influencia en Comisiones Obreras, con su prestigio como parlamentario mordaz y agudo y con la esperanza de que se verifique su profec¨ªa sobre la inconsistencia de la alianza forjada por sus antiguos camaradas. Por lo dem¨¢s, se mire por donde se mire, Carrillo es una de las personalidades pol¨ªticas m¨¢s influyentes en nuestro panorama desde hace medio siglo. La transici¨®n se benefici¨® de su moderaci¨®n t¨¢ctica y de su lucidez ideol¨®gica. Pero su personalismo a ultranza provoc¨® el hundimiento de su partido. Hoy la casualidad quiere que ¨¦l sea el ¨²nico que acude a las urnas bajo el emblema aislado del comunismo y de los s¨ªmbolos tradicionales que lo amparan. Lo escu¨¢lido de las estructuras con que cuenta y la soledad de su empe?o amenazan con acabar -seg¨²n los sondeos- con su carrera de diputado. Y, sin embargo, -a la izquierda del PSOE sigue siendo el l¨ªder con m¨¢s capital pol¨ªtico y mejor curr¨ªculo. Si es verdad que es todo un arte saber retirarse a tiempo, s¨®lo las urnas pueden decir ahora si ha llegado el tiempo de la jubilaci¨®n de este infatigable diplodoco de la pol¨ªtica espa?ola.
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