Y 6. Felipe Gonz¨¢lez
DE TODOS los l¨ªderes que se presentan a las elecciones, Felipe Gonz¨¢lez es, sin duda alguna, la estrella. El problema que enfrentamos los espa?oles es que ¨¦l mismo se comporta como si fuera la de los Reyes Magos, indicando el camino con un paternalismo providencialista que no nos merecemos. Se puede discutir la proporci¨®n de su victoria, pero nadie pone en cuesti¨®n que su grupo pol¨ªtico obtendr¨¢ el mayor n¨²mero de sufragios y ¨¦l ser¨¢ de nuevo presidente del Gobierno. Si la transici¨®n pol¨ªtica ha alumbrado un l¨ªder, ese es Gonz¨¢lez, independientemente de cualquier otra consideraci¨®n. Pero el tiempo y el poder no pasan en vano. Hoy su ser¨¢fica imagen, aureolada por un firmamento azul p¨¢lido en 1982, se ha trasmutado en una realidad que se encarama al podio del triunfalismo.A su favor, Felipe Gonz¨¢lez ha tenido desde el principio un porte f¨ªsico al que era posible atribuir una porci¨®n de humanidad y de seducci¨®n personal. Siendo un tipo de modales cordiales y decires campechanos, se hab¨ªa mostrado a la vez contundente y firme en sus intervenciones parlamentarias desde la oposici¨®n. Promet¨ªa conservar estas maneras si lograba el apoyo de los electores; pero apenas aupado al poder, el ciudadano comprob¨® que el cargo era m¨¢s fuerte que el vigor de ese joven, e incluso se crey¨® que ese desajuste lo sent¨ªa el mismo protagonista, inicialmente desbordado por su propio triunfo arrollador. El grupo de sus correligionarios y amigos, de repente hechos ministros, completaba el cuadro de esa indigesti¨®n de placer no asimilado.
No tardaron los socialistas y su presidente en acomodar su gestualidad y su habla a la majestad del poder. De un l¨¦xico parlamentario afamado pas¨® Felipe Gonz¨¢lez a la oraci¨®n del pol¨ªtico convencional, llena de estad¨ªsticas y de porcentajes. Sus ¨²ltimas intervenciones con motivo del debate sobre el estado de la naci¨®n pod¨ªan escucharse con indolencia y sin la esperanza de ser sorprendido. Sus apariciones en televisi¨®n en momentos concretos trasmitieron una figura frecuentemente abrumada que fallaba en los efectos de aproximaci¨®n y persuasi¨®n.
Pocas veces ante las c¨¢maras logr¨® recuperar la dinamicidad y el reflejo de veracidad que le caracterizaban en la anterior legislatura. En los ¨²ltimos tiempos le hemos visto, en los actos p¨²blicos, encaramado a grandes escenograf¨ªas de sabor musoliniano: el mensaje que Gonz¨¢lez destila hoy es el del poder y su ejercicio, se acab¨® lo de transformar la sociedad.A estas alturas, Felipe Gonz¨¢lez suele reconocer que a su Gobierno le ha faltado una buena pol¨ªtica de comunicaci¨®n. Refiri¨¦ndolo a su imagen particular cuesta trabajo admitir la torpe asesor¨ªa que le condujo a acciones como el viaje en el Azor y la titubeante visita a Washington en espera de que Reag¨¢n encontrara cinco minutos para la entrevista. Gonz¨¢lez ha sucumbido, como sus predecesores, al s¨ªndrome de la Moncloa, en la que se ha encerrado con portes bastante lat¨ªnoamericanos y con un rechazo injustificado a pisar la calle y enterarse de lo que en ella sucede. Pero, a pesar de los pesares, mantiene todav¨ªa una reserva de credibilidad. A¨²na a los modos m¨¢s pragm¨¢ticos de ahora el aura de un individuo que es propenso al sentido com¨²n. Y eso pese a sus dificultades para escuchar al pr¨®jimo y su tendencia al mon¨®logo y al doctrinarismo. Desde muchos puntos de vista sigue siendo el representante de una generaci¨®n donde cada vez converge m¨¢s una moderaci¨®n de convivencia y un esp¨ªritu reformista. Esa misma generaci¨®n le reprocha ahora su desistimiento del cambio, su pacto con los poderes del dinero y de las armas y su sonsonete sacerdotal, como si ¨¦l fuera el ¨²nico que sabe, el ¨²nico que puede y el ¨²nico que vale para conducir los destinos de este pa¨ªs.
Es, por lo dem¨¢s, Felipe Gonz¨¢lez un buen prototipo del pol¨ªtico profesional y, con Su¨¢rez, lo m¨¢s notable de cuanto han dado en este terreno los 10 ¨²ltimos a?os. No se trata de un intelectual al uso, y, frente a la sobreabundancia de Fraga, exhibe una parquedad de elaboraci¨®n ideol¨®gica y una ausencia de pensamiento estructurado bastante preocupantes. Sus dificultades con los idiomas no han impedido que mantenga una espl¨¦ndida imagen ante sus colegas de la Alianza Atl¨¢ntica y de allende el oc¨¦ano. No cabe duda de que su popularidad trasciende con mucho las fronteras. Por lo dem¨¢s, su pr¨¢ctica pol¨ªtica le ha recortado buena parte del ardor y la utop¨ªa. Tambi¨¦n algunos ideales socialistas. Con ello ha menoscabado su capacidad de atraer y de entusiasmar. Pero ¨¦l mismo sigue siendo la mejor baza de su partido, fuera del cual, como de la Iglesia, no parece existir salvaci¨®n alguna.
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