Un Gobierno fuerte
La eventualidad -improbable, aunque se?alada por algunas encuestas de opini¨®n- de que el PSOE pierda la mayor¨ªa absoluta en las elecciones del pr¨®ximo domingo ha llenado de consternaci¨®n las filas del partido del Gobierno y provocado el nerviosismo entre sus responsables. La mayor¨ªa absoluta -la repetici¨®n de la misma- era y es el objetivo esencial a conseguir por los socialistas en estos comicios. Si se produce, supondr¨¢ un hecho casi sin precedentes en la reciente historia de la izquierda europea y situar¨¢ al PSOE en la definici¨®n de una estrategia de largo alcance, tendente a consolidar un Gobierno socialdem¨®crata durante d¨¦cadas.Felipe Gonz¨¢lez ha repetido hasta la saciedad las dos premisas que avalan esa estrategia. La primera, que los cambios sociales prometidos por su partido en las elecciones de hace cuatro a?os necesitan un largo tiempo de realizaci¨®n, pues no se puede reestructurar un pa¨ªs en el breve per¨ªodo de una legislativa. La segunda, que para hacerlo se necesita la existencia de un Gobierno fuerte; y tanto es as¨ª que, en sus propias palabras, ¨¦l prefiere que sea de derechas con tal de que dicha fortaleza se vea asegurada, Independientemente del estupor que en cualquier votante de la izquierda -si es que ser esto significa algo-provocar¨¢ dicho aserto, no cabe duda de que, con su actitud, el presidente del Gobierno procura transmitir un mensaje n¨ªtido a la sociedad espa?ola: la necesidad de un liderazgo s¨®lido y perdurable en el tiempo que garantice la estabilidad pol¨ªtica y la gobernaci¨®n del pa¨ªs en el futuro. Pasa a la p¨¢gina 9
Un Gobierno fuerte
Viene de la primera p¨¢ginaY de manera apenas encubierta, ayudado por una escenograf¨ªa arrancada de las viejas estampas de est¨¦tica fascista, eso es lo que ¨¦l viene ofertando durante su campa?a: la encarnaci¨®n del l¨ªder.
Algunos comentaristas de la derecha se han apresurado a denunciar lo que consideran perfiles franquistas de: esa actitud y ponen sobre aviso respecto a los deseos del PSOE de generar un modelo pol¨ªtico similar al del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano. En esta campa?a repleta de injurias -que ha, logrado que los ciudadanos espa?oles puedan avergonzarse de su clase pol¨ªtica semejantes aseveraciones no son ni m¨¢s graves ni m¨¢s descorteses que las bufanadas descalificadoras de que hace uso el vicepresidente del Gobierno. Pero, desde el punto de vista del an¨¢lisis, sirven de muy poco. Porque la esencia del mensaje de Felipe Gonz¨¢lez, el atractivo con que trata de enganchar a los electores, es precisamente el car¨¢cter democr¨¢tico de su liderazgo, frente al erigido por el Movimiento Nacional, a base de c¨¢rcel, exilio y fusilamiento. El secretario general del PSOE intenta instrumentar, efectivamente, en su favor la herencia cultural, pol¨ªtica y sociol¨®gica que 40 a?os de franquismo dejaron en este pueblo, tendente a depostar su confianza en Gobiernos fuertes y perdurables; pero su baza es la de pretender demostrar que, frente a la historia de caudillos y dictadores padecida en Espa?a, ¨¦l ofrece la de un l¨ªder ele ido repetida y entusi¨¢sticamente por el pueblo en condiciones de aut¨¦ntica libertad pol¨ªtica. Por lo dem¨¢s, el PSOE no es representante de una clase dirigente ni de un conglomerado de intereses econ¨®micos como el PRI; responde, en su comportamiento interno, a los mismos instintos que el electorado practica en sus relaciones con Felipe Gonz¨¢lez y, en definitiva, no se trata sino del instrumento primario que facilita la venta de ese l¨ªder para la obtenci¨®n del poder, que es esencial al funcionamiento del partido mismo. Sin el aparato del Estado, el PSOE no tendr¨ªa su actual fortaleza, contrariamente al caso del PRI, que controla el Estado mismo.
Es probablemente este desacierto de la derecha en su diagnosis sobre el comportamiento del partido socialista una de las causas que la impiden generar una alternativa eficaz. Frente a esa promesa de un Gobierno duradero y fuerte que Gonz¨¢lez agita, los partidos conservadores -y los comunistas- se presentan divididos y caducos. Es tan poca su convicci¨®n que muchos l¨ªderes de la antigua UCI) ya no comparecen en las urnas, dedicados como est¨¢n al mundo de los negocios particulares. Y ni siquiera saben aprovechar la orfandad ideol¨®gica del PSOE para enfrentarse a ¨¦l con un bagaje apreciable de ideas o de soluciones. A poco que lo hubieran hecho, el nerviosismo actual de los socialistas se habr¨ªa convertido en algo parecido al pavor.
Porque ?qu¨¦ cosa es ¨¦sa de un Gobierno fuerte, que tanto repite Felipe Gonz¨¢lez? ?Es un Gobierno que pega palos, que ejerce la autoridad, que elige la seguridad frente a los valores de la libertad? Ah, no, un Gobierno fuerte -parece querer decirnos el PSOE- es un Gobierno monocolor de mayor¨ªa absoluta. Y, sin embargo, algo as¨ª, aun si se produce por segunda vez como resultado de las pr¨®ximas elecciones, tiene que resultar un fen¨®meno at¨ªpico en la democracia espa?ola, que consagra el principio de proporcionalidad electoral en su Constituci¨®n. Y que lo hace, parad¨®jicamente, por la insistencia socialista al respecto durante la redacci¨®n de la misma. La suposici¨®n de que los Gobiernos de coalici¨®n no son fuertes resulta simplemente absurda. Hay numerosos Gobiernos de coalici¨®n en Europa occidental y no son m¨¢s d¨¦biles por estar integrados por diversos partidos. Aunque, eso s¨ª, los responsables de dichos partidos ven limitadas sus ambiciones y sus prop¨®sitos por la presencia de ministros y colaboradores de otras formaciones pol¨ªticas. De manera que, en un Gobierno de coalici¨®n, el PSOE tendr¨ªa dificultades que hoy no encuentra para apoyar tan absolutamente su estrategia y su entramado partidista en el aparato del Estado. Curiosamente, ¨¦ste se ve fortalecido ¨¦l mismo por esa instrumentaci¨®n quiza: el PSOE practica. Y 10 millones, de votos y la mayor¨ªa en el Parlamento no han hecho suficientemente fuerte a este Gobierrici como para no claudicar ante las resistencias al cambio de la Administraci¨®n estatal. O quiz¨¢s es que no trataban verdaderamente de cambiarla, sino de ponerla simplemente a su servicio, de acomodarla a sus necesidades, pero nada m¨¢s.
No estamos, como explicaba al principio, ante una estrategia gratuita. Los socialistas suponen que, due?os del Estado y con mayor¨ªa parlamentaria, gozar¨¢n del tiempo suficiente para trarisformar la sociedad desde el poder. Felipe Gonz¨¢lez admira el experimento de las socialdemocracias n¨®rdicas y se inspira de continuo en ellas. Pero olvida, quiz¨¢, que no hay transforrriaci¨®n social posible en Espa?a que no pase previamente por la del Estado. La democratizaci¨®n de ¨¦ste -en una doble direcci¨®n: hacia faera, asumiendo verdaderamente la construcci¨®n del Estado auton¨®mico, e interna, desmontando el peso del corporativismo burocr¨¢tico y el entramado de intereses que sujeta- es premisa inexcusable para cualquier cambio en profundidad que se pretenda. Los socialistas no han dado muestras de ninguna voluntad efectiva de llevair a cabo tarea semejante, sea por incapacidad y miedo o porque no entraba en sus planes. En cualquier caso, un debilitamiento del aparato estatal tendr¨ªa como correlaci¨®n el enflaquecimiento de sus propias posiciones de poder. O sea que al final existe una coincidencia de intereses. Lo que explica que cuatro a?os despu¨¦s ya no sepamos bien qui¨¦n descubrio qu¨¦ cosa: si Barrionuevo a la Guardia Civil o la Guardia Civil a Barrionuevo.
Nadie puede dudar que son precisos Gobiernos fuertes capaces de reformar la sociedad espa?ola -proceso en el que estamos inmersos mucho antes de que los socialistas gobernaran y en el que ¨¦stos no han constituido un impulso significativo-. Pero nuestra experiencia ense?a que la fortaleza no depende s¨®lo del n¨²mero de esca?os de un partido, sino tambi¨¦n de la decisi¨®n que tenga de enfrentarse a las presiones contrarias al objetivo social que demandan sus electores. No ha sido fuerte el partido socialista para democratizar el Estado y no se necesitan lustros de gobernaci¨®n para hacerlo, sino la voluntad precisa. Con o sin mayor¨ªa absoluta, ¨¦sa era la ilusi¨®n que promovieron en 1982 y de la que parecen haber abcucado en la campa?a que ahoira boquea. De ella sale la, clase pol¨ªtica espa?ola m¨¢s desacreditada que nunca: dedicada al insulto y no a la imaginaci¨®n, incapaz de renovarse a s¨ª misma, encerrada en un n¨²meros clausus de pat¨¦ticos semblantes que luchan por la consecuci¨®n de un esca?o. Cosas todas malas para generar un Gobierno fuerte, aunque sea de izquierdas.
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