El in¨¦dito
Lo mejor que podemos decir de ¨¦l es que construy¨® su obra en el silencio. Una obra que, en verdad, fue tan larga -o tan corta- como su vida. e indestructiblemente ligada a ella. Nadie puede aquilatar en su justo valor el coste de un poema o de una novela. Es un valor incalculable, para el cual ninguna biograf¨ªa, ninguna rese?a, ninguna tesis es suficiente, por minuciosa que sea, y no hay lector en el mundo capaz de realizar esa prolija operaci¨®n., aunque dispusiera de una computadora y del tiempo necesario. Para aquilatar el justo valor de un poema o de una novela se necesitar¨ªa un diario mental y ps¨ªquico, visual, olfativo, t¨¢ctil, hist¨®rico, la grabaci¨®n de todas las conversaciones, la lectura de todos los diarios, la contemplaci¨®n de todas las pel¨ªculas y la lectura de todos los libros que hizo el autor, diario que nadie ha hecho, ni siquiera los poetas o novelistas, los mismos autores.Para escribir un poema o una novela, en primer lugar, hay que nacer. Y nacer es algo aparentemente muy sencillo, pero implica, desde el comienzo, una serie de costes suplementarios: para nacer hay que tener progenitores, familia y, sobre todo, un lugar. Hasta los poetas y novelistas del futuro, engendrados en probeta, tendr¨¢n que remitirse a un lugar de nacimiento, porque no ser¨¢ lo mismo una probeta alemana que una japonesa o una australiana. Y si bien, hasta el momento, nadie ha estado nunca en condiciones de elegir el lugar en que naci¨®, es indudable que nacer en uno u otro lugar tiene grandes e importantes consecuencias. Nacer en Afganist¨¢n o en Nueva York es algo que no se puede decidir con antelaci¨®n, pero ejerce una singular influencia sobre la ¨ªndole de lo que se escribe. A veces influye hasta en el hecho de escribir o no. ?Y qu¨¦ decir de la ¨¦poca? Si el lugar en el que se nace reviste suma importancia para el poema o la novela de un autor, el tiempo en que le toca nacer es otro factor de incalculable trascendencia. ?Alguien se ha preguntado, por ejemplo, por qu¨¦ no existi¨® ning¨²n escritor franc¨¦s en el siglo X antes de Cristo? ?Alguien ha investigado con claridad por qu¨¦ no hay una literatura latinoamericana verdaderamente importante en la baja Edad Media? Es m¨¢s: no existi¨® ning¨²n escritor gallego en la ¨¦poca de las rapsodias hom¨¦ricas ni un escritor catal¨¢n en los tiempos de Virgilio, cosa que nos debe hacer meditar muy seriamente sobre el tema de las nacionalidades. En cambio, la literatura contempor¨¢nea est¨¢ llena de escritores jud¨ªos que se proclaman norteamericanos, polacos o belgas, para no hablar de los escritores jud¨ªos disfrazados de argentinos. Para escribir un poema o una novela es necesario haber tenido en principio una madre. La importancia del complejo de Edipo en la formaci¨®n del escritor es algo tan incuestionable que s¨®lo algunas feministas exaltadas pueden poner en duda, aunque para su consuelo (ya que existen algunos escritores hembras) se puede decir que el complejo de Edipo, gracias a Dios, no es exclusivamente masculino: lo padecen tambi¨¦n las mujeres, como contracomplejo, llamado tambi¨¦n s¨ªndrome reactivo o envidia del pene. ?Cu¨¢ntas conversaciones madre-hijo, cu¨¢ntas fantas¨ªas incestuosas, cu¨¢ntos disgustos y l¨¢grimas hay, de esta relaci¨®n intensa, encerrados en una palabra de un poema a la luna, por ejemplo? (El caso de Genet y de algunos otros huerfanitos que dificultosamente llegaron a publicar confirma la regia, pues en esos casos la sociedad ha hecho de madre a trav¨¦s de los orfelinatos, la Iglesia y otras benem¨¦ritas
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El in¨¦dito
Viene de la p¨¢gina 11 instituciones.) Por eso creo que es un acto de justicia reconocer al escritor que construy¨® su obra en el silencio. Quiero decir, al escritor que nunca escribi¨®. Lejos del bullicio de las editoriales e imprentas, de los c¨®cteles y de las ferias; lejos de la m¨¢quina de escribir, de la pantalla verde y de las erratas.Su obra se mantuvo en el anonimato, sin provocar decenas de tesis universitarias ni de ponencias doctorales. Es una obra que no abulta en el mercado polifac¨¦tico de las librer¨ªas. Cuando un curioso o un lector se acerca a una librer¨ªa debe reconocer el lugar en el anaquel donde su obra no est¨¢. Respirar¨¢ satisfecho: un discurso menos.El escritor que no escribi¨® porque no quiso es un individuo dotado de una singular autoestima. Dice, en una reuni¨®n, por ejemplo: "Despu¨¦s de haber le¨ªdo a Marcel Proust (o a Joyce, o a Verlaine) pens¨¦ que no val¨ªa la pena escribir", y uno comprende y considera su sacrificio. (Conviene que el escritor que justifica su silencio sea europeo y, en general, anterior a la segunda mitad del siglo XX. A partir de la Il Guerra Mundial, el panorama literario se ha complicado mucho y nadie sabe ya cu¨¢les son los escritores de prestigio que conviene citar. Garc¨ªa M¨¢rquez no le cae bien a todo el mundo, Cort¨¢zar trae complicaciones pol¨ªticas y Vargas Llosa publica demasiado. Los alemanes est¨¢n en alza, es cierto, pero son dif¨ªciles de pronunciar.) El escritor que renunci¨® a escribir es un tipo que nos hace sentir la miseria de publicar, igual que algunos cr¨ªticos. Dice, por ejemplo: "Despu¨¦s de haber le¨ªdo a Kafka, ya no queda nada por decir hasta el pr¨®ximo milenio", y uno se averg¨¹enza de haber escrito despu¨¦s de Kafka. En especial, el escritor que renunci¨® a escribir conserva para s¨ª el beneficio de la duda. ?Qu¨¦ tesoros escondi¨®? ?Qu¨¦ palabras no dijo, no public¨®? Causa la admiraci¨®n sin necesidad de un pie editorial que lo respalde: su silencio es la mejor prueba de su talento.
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