Poca gloria para tanto lujo
Despu¨¦s del enorme ¨¦xito de p¨²blico y de cr¨ªtica alcanzado por 2001, una odisea del espacio y La naranja mec¨¢nica, el cineasta norteamericano Stanley Kubrick decidi¨® cambiar de registro y embarcarse en la adaptaci¨®n de una novela del cl¨¢sico ingl¨¦s Thackeray en la que ¨¦l no se permit¨ªa paralelismos hist¨®ricos, es decir, un proyecto por el que renunciaba a su condici¨®n de gur¨² de la modernidad.Porque en eso se hab¨ªa convertido ese cineasta neoyorquino que hab¨ªa emplazado a la NASA para que inventase para ¨¦l un futuro hiperrealista, o que en Tel¨¦fono rojo, ?volamos hacia Mosc¨²? anticipaba ese holocausto nuclear que, 30 a?os despu¨¦s, la televisi¨®n nos vender¨¢ como una amenaza en El d¨ªa despu¨¦s. En Barry Lyndon no hay profec¨ªa, pero tampoco hay complacencia en el pasado.
Barry Lyndon
Director: Stanley Kubrick. Gui¨®n de Stanley Kubrick, sobre la novela del mismo t¨ªtulo de Thackeray. Producci¨®n norteamericana realizada en el Reino Unido, 1976. Int¨¦rpretes: Ryan O'Neal, Marisa Benenson, Leon Vitalli, Murray Melville, Leonard Rossiter, Hardy Kruger, Patric McGee. M¨²sica: cl¨¢sicos brit¨¢nicos georgianos. Fotograf¨ªa. John Alcott. Vestuario: Milena Ganonero y Ulla-Brit Soder. Estreno en Madrid: cine Luna.
En 1975 se hablaba mucho de la moda retro, y la pel¨ªcula pareci¨® integrarse en aquella tendencia que reescrib¨ªa la historia con, el prop¨®sito de hacerla desaparecer, de ahogarla en el manierismo o en las paradojas del sinsentido, ¨¦sas por las que el espectador era invitado a descubrir que prisioneros y vergudos en los campos de concentraci¨®n nazis eran protagonistas de apasionados relatos de amor sadomasoquista.
Una distancia prudente
No era ¨¦sa la intenci¨®n ni el resultado de Barry Lyndon, entre otras cosas porque esta superproducci¨®n no simpatiza con ninguno de sus personajes, se mantiene a prudente distancia de sus argumentos y no se sirve de sus prodigiosos decorados para reforzar el glamour de sus estrellas.El h¨¦roe del filme es un personaje que confunde la convenci¨®n con la realidad, que no distingue entre lo que son las frases bien educadas y su significado real. Para ¨¦l s¨®lo existe la literalidad, y se empe?a en conquistarla. De ah¨ª su frenes¨ª por los s¨ªmbolos de la riqueza y el poder, su cinismo primario, de arribista sin clase, que acaba derrotado por su deseo de apoderarse del lenguaje y de la maerca de clase de la aristocracia.
Stanley Kubrick lo pinta todo con esa minuciosidad y precisi¨®n que ha ido definiendo desde sus comienzos a su cine, como si este se tratara de la obra de un virtuoso de la imagen. Pero el cuidado con que Kubrick filma en Barry Lyndon la luz de las velas o las batallas en la verde campi?a -estas escenas fueron realizadas en paisajes de Irlanda- no busca proporcionarnos esa emoci¨®n est¨¦tica que surge del reconocimiento de unos modos que perviven, una herencia del lujo y la cultura que nos hace un gui?o c¨®mplice desde la pantalla, sino el dejarnos helados ante la inanidad de todas las andanzas del h¨¦roe de la novela y de la pel¨ªcula, constancia inevitable de la poca gloria que destila tanta minuciosidad y tanto lujo.
Fabricar una pel¨ªcula tan enorme como es Barry Lyndon s¨®lo para hacer salir a flote la banalidad de lo que se cuenta y de quienes lo representan era ciertamente una apuesta muy arriesgada, por que Stanley Kubrick no es de los que se conforma con dejarnos con la imagen de esa nada pomposa, sino que logra ir creando otro mundo, subterr¨¢neo -que nada tiene que ver con esa delicada luz que nimba a los paisajes y a las figuras- en el que son reyes todas las caras de la muerte y el horror, desde el absurdo burocr¨¢tico de los formalismos sociales hasta la sangre que no consiguen ocultar las casacas rojas.
Es otro texto muy diferente el que acaba apoder¨¢ndose del sentido de la pel¨ªcula, y el que hace conectar a este filme con otros trabajos del cineasta norteamericano Stanley Kubrick.
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