Desde el rencor
He vivido durante 43 a?os cerca de la frontera de Espa?a. He visitado Espa?a muchas veces, pero s¨®lo en los cinco 9 seis ¨²ltimos a?os he podido vivir en Catalu?a unos meses cada a?o, en Sitges. Antes de la muerte de Franco no he querido vivir en Espa?a, o, mejor dicho, yo no habr¨ªa podido vivir y trabajar dentro de las fronteras de Espa?a.Cuando escrib¨ª El mito de la cruzada de Franco mi primer inter¨¦s fue el de escribir algo para el pueblo espa?ol, para poner a su alcance una amplia cr¨ªtica del franquismo que el r¨¦gimen ocultaba cuidadosamente. Quer¨ªa que mi libro fuera un signo que impresionara al pueblo espa?ol, que le hiciera saber que no todos los extranjeros ¨¦ramos como el general Eisenhower, deseoso de abrazar al autoproclamado caudillo de Espa?a.
Unos meses despu¨¦s de la publicaci¨®n de la primera edici¨®n del El mito le¨ª una publicaci¨®n franquista, editada, creo, para uso exclusivo de funcionarios y libreros, en la que se informaba de que se estaban escribiendo fuera de Espa?a libros subversivos sobre la guerra civil y sus consecuencias. Luego mucha gente crey¨®, al leer mi libro y ver mi nombre tan estramb¨®tico y dif¨ªcil de pronunciar, que se trataba del seud¨®nimo de un republicano espa?ol exiliado, desterrado y expatriado y lleno de rencor por el resultado de la guerra.
Pues bien, esta descripci¨®n del autor de El mito me porporcion¨® un gran placer. Creo que mis reacciones eran, precisamente, las de un republicano espa?ol, en la medida en que sea posible para un no-espa?ol sentir tales emociones. Mis reacciones frente a la guerra de Espa?a, y especialmente frente al fin tr¨¢gico de la guerra espa?ola, eran las de un exiliado espa?ol muy, muy rencoroso.
Yo pas¨¦ 15 a?os de mi vida en T¨¢nger, despu¨¦s de la II Guerra Mundial, y cada vez que viajaba en coche de Algeciras a Madrid, y a pesar de mi repugnancia por la historia-ficci¨®n, por la historia imaginada, no me era posible, durante algunos minutos, impedir que mis pensamientos se desviaran con emoci¨®n al acercarme a Sevilla, ciudad de izquierdas; de imaginar c¨®mo habr¨ªa podido ser el fin de la guerra si Sevilla hubiera permanecido en manos de los republicanos, y as¨ª fue durante todos mis viajes por Espa?a: si Zaragoza hubiera podido resistir..., si Ir¨²n no hubiera ca¨ªdo...
No soy el ¨²nico de esta especie de amigos irreductibles de una causa perdida, aunque no para siempre, porque el progreso de la humanidad ha sido, en todas las ocasiones, la derrota de la reacci¨®n y la continuaci¨®n de la lucha. Y si yo digo que somos numerosos los que seguimos defendiendo a la Rep¨²blica, aunque no seamos espa?oles de nacionalidad, es porque la guerra civil espa?ola, aunque perteneciendo a los espa?oles, que han sufrido m¨¢s sus consecuencias, tambi¨¦n nos pertenece, tambi¨¦n pertenece a la historia del mundo. La guerra civil espa?ola es uno de los m¨¢s importantes acontecimientos del siglo, por su importancia intr¨ªnseca y por su importancia simb¨®lica, junto con la I Guerra Mundial, la Revoluci¨®n rusa, el desarrollo del fascismo, la II Guerra Mundial y la descolonizaci¨®n.
En la historia del Occidente de los ¨²ltimos 200 a?os los sucesos de gran importancia para el porvenir de la humanidad eran la Revoluci¨®n Francesa, la Revoluci¨®n Americana, la Comuna de Par¨ªs, la Revoluci¨®n Rusa, la Guerra Civil Espa?ola y la Gran Guerra Antifascista. No todos estos conflictos terminaron con la victoria de las fuerzas del progreso. En la guerra espa?ola las fuerzas de la reacci¨®n ganaron, pero la lucha que representaba la Rep¨²blica sigue siendo un s¨ªmbolo de esperanza para los que combaten en favor del progreso social en todas las partes del mundo.
A nosotros, los extranjeros que nos interesamos por los asuntos de Espa?a, se nos llama, creo, hispanistas. Tenemos el derecho inalienable de reclamar este inter¨¦s porque la guerra civil de Espa?a fue, desde la primera semana, una guerra internacional. Curiosamente, el periodismo sobre la guerra de Espa?a, tan limitada en sus campos de batalla peninsulares, es m¨¢s importante y m¨¢s variado que el periodismo de la II Guerra Mundial, que envolv¨ªa a todo el globo. Esto es porque, en contraste con lo exiguo del campo de batalla, los periodistas ven¨ªan a Espa?a de todas las partes del mundo. Tambi¨¦n las batallas de propaganda eran globales, y, curiosamente, no eran los contendientes directos los que luchaban en el campode la propaganda, sino, en general, organizaciones internacionales: por el lado republicano, la Internacional anarquista, la Internacional socialista y la Internacional comunista; y por el lado franquista, principalmente, las Iglesias cat¨®licas de cada pa¨ªs.
La internacionalizaci¨®n de la guerra de Espa?a comenz¨® en los primeros d¨ªas con la s¨²plica de Franco a Hitler y a Mussolini y con el ruego de los republicanos a Francia y a otros pa¨ªses democr¨¢ticos que ten¨ªan la obligaci¨®n de vender armas a la Rep¨²blica, pero en la mayor¨ªa de los casos rechazaron estas peticiones, dejando a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pa¨ªs lejano, el papel de suministrador de la Rep¨²blica, un papel que, por mi parte, no olvidar¨¦ jam¨¢s. Eran, entonces, los espa?oles mismos quienes internacionalizaron su guerra, y los periodistas y los propagandistas siguieron sus pasos. M¨¢s tarde vinieron los historiadores, como yo.
Yo he o¨ªdo rumores de un acuerdo t¨¢cito entre varios grupos pol¨ªticos en Espa?a para olvidar la guerra civil en inter¨¦s de la paz civil. Espa?a es hoy d¨ªa una democracia pol¨ªtica, y, en mi modesta opini¨®n, en una democracia no se puede olvidar la historia del propio pa¨ªs. La cobertura del ¨²ltimo n¨²mero de un semi-
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Desde el rencor
Viene de la p¨¢gina 9nario de gran tirada norteamericano era una foto de Kurt Waldheim con la leyenda: "Austria: el arte de olvidar". No creo que la deformaci¨®n o la ocultaci¨®n de la verdadera historia de un pa¨ªs pueda ayudar al desarrollo de una democracia, sobre todo cuando el encubrimiento de la verdad hist¨®rica, practicado desde 40 a?os por ciertos elementos de la poblaci¨®n, los vencedores de la guerra civil, no ha servido a otro prop¨®sito, que la perpetuaci¨®n de una dictadura militar.
Si la democracia espa?ola, reci¨¦n restablecida, no ayuda a confirmar la verdad hist¨®rica de la guerra civil, puede perder su propia legitimidad y, lo que es mucho peor, su alma. El profesor ?ngel Vi?as escribi¨® sobre estos temas hace unos meses, en una rese?a del libro excelente de Alberto Reig Tapia, una denuncia del cierre de archivos, la desaparici¨®n de documentos, la acumulaci¨®n administrativa de obst¨¢culos a la investigaci¨®n... que existe a¨²n en Espa?a.
La internacionalizaci¨®n de la guerra de Espa?a produjo un torrente de propaganda, un torrente global, y que sigue. Recientemente el presidente Reagan anunci¨® que, en su opini¨®n, los norteamericanos que hab¨ªan venido a Espa?a para combatir en favor de la Rep¨²blica hab¨ªan escogido el lado del mal. Evidentemente, el presidente no ha le¨ªdo mi libro, pero es bien conocido que no tiene mucho tiempo para leer.
La propaganda de la guerra espa?ola se cuenta entre las m¨¢s ampliamente difundidas en este siglo. Un elemento que impresion¨® durante la guerra, y m¨¢s tarde, era que las instituciones en el lado rebelde que hablaban siempre de la moralidad eran las que m¨¢s f¨¢cilmente utilizaron la desinformaci¨®n y la mentira, aun en las altas esferas de sus Jerarqu¨ªas. Y la verdad, juzgada seg¨²n los hechos confirmados y controlados -la cual, confieso, nunca se da en un cien por cien-, estaba al lado de los rojos, los anarquistas, los socialistas, los comunistas, los republicanos, el pueblo de izquierdas.
La batalla de la propaganda de la guerra civil es una batalla continua, incesante.... y por esta raz¨®n me da mucho placer ver mi libro, El mito de la cruzada de Franco, publicado en Par¨ªs hace 22 a?os, cuya entrada estaba prohibida en la Espa?a de Franco, finalmente publicado y distribuido en el pa¨ªs para cuyos pueblos fue escrito. Porque mi libro es esencialmente y sobre todo un an¨¢lisis pol¨¦mico, o una pol¨¦mica anal¨ªtica, de la propaganda internacional en pro de los rebeldes militares, que comenz¨® hace 50 a?os y sigue todav¨ªa, sin protecci¨®n oficial, pero sigue.
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