Sur¨¢frica negra, dominio blanco
Al r¨¦gimen minoritario blanco de la mayoritariamente negra Rep¨²blica de Sur¨¢frica le disgusta que se le califique de r¨¦gimen minoritario blanco. Dice que es una falsedad y amenaza con sancionar a los periodistas extranjeros que se sirvan de tan inexacta terminolog¨ªa. Los dos ¨²ltimos expulsados a la hora de redactar estas l¨ªneas son los corresponsales de Newsweek y de CBS, aunque, claro est¨¢, no s¨®lo por expresarse de modo tan inconveniente para el r¨¦gimen de la minor¨ªa blanca, sino tambi¨¦n por relatar a la opini¨®n p¨²blica occidental y cristiana lo que un sistema racista blanco, que presume de cristiano y occidental, hace con la mayor¨ªa del pa¨ªs que gobierna: reprimir, encarcelar, matar.Sur¨¢frica es el ¨²nico Estado del mundo en el que la vida de sus habitantes est¨¢ regulada, totalitariamente, de acuerdo a criterios raciales. Los blancos tienen derechos c¨ªvicos y pol¨ªticos. Los no blancos, no. Los blancos, que constituyen aproximadamente un 20% de la poblaci¨®n, lisa y llanamente, controlan, dominan, al resto mediante el sistema de discriminaci¨®n racial conocido como apartheid, apoyado por la fuerza militar y las inversiones extranjeras.
De la cuna a la sepultura
En Sur¨¢frica, un s¨²bdito -que no ciudadano- negro tiene regulada por la ley su existencia desde la cuna a la sepultura. La ley blanca prescribe que no puede nacer en determinadas ¨¢reas o establecimientos del pa¨ªs, ordena d¨®nde residir¨¢, qu¨¦ educaci¨®n (distinta de la de los blancos) recibir¨¢, con qui¨¦n podr¨¢ casarse (nunca con blancos), d¨®nde trabajar¨¢ y d¨®nde ser¨¢ enterrado al final de su miserable existencia, sea de muerte natural o prematuramente por los disparos de la polic¨ªa en cualquier manifestaci¨®n contra el apartheid que se ha hecho cotidiana durante los ¨²ltimos 18 meses.
El apartheid es odioso. Da asco y genera odio. Durante generaciones, d¨¦cada tras d¨¦cada, el sistema ha profundizado, perfeccionado, las divisiones raciales. La inmensa mayor¨ªa de los blancos no ha pisado en su vida una ciudad, un pueblo, un domicilio de negros. Lo peor de todo es que, si bien el r¨¦gimen minoritario blanco lo es claramente, la mayor¨ªa de los blancos lo apoyan. O lo han apoyado hasta ahora. Los pr¨®ximos a?os desvelar¨¢n esa inc¨®gnita. Porque ante la rebeli¨®n casi generalizada que, con muertos diarios, protagoniza la mayor¨ªa negra, el colectivo blanco tendr¨¢ inevitablemente que definirse por las reformas sustanciales o por la acentuaci¨®n de la represi¨®n que, probablemente, acabe en estallido final.
La elecci¨®n -que en gran medida se ver¨¢ condicionada por la presi¨®n a favor de la reforma que lleven a cabo Gobiernos y empresas extranjeras- es dificil. Por un lado, la sociedad blanca surafricana ha perpetuado tradicionalmente sus privilegios en base al apartheid (control forzoso, esclavista, de una mano de obra negra, barata, desorganizada, carente de derechos).. Por otro, el alzamiento creciente de los oprimidos, cada vez mejor organizados, durante las ¨²ltimas tres d¨¦cadas y, sobre todo, en los dos ¨²ltimos a?os, ha llevado a la minor¨ªa blanca a la convicci¨®n de que, a la larga, s¨®lo sobrevivir¨¢ si comparte el poder, que ahora monopoliza. La contradicci¨®n estriba en que tambi¨¦n saben que es imposible compartir el poder (al menos, el tipo de poder sociol¨®gico y pol¨ªtico que ahora poseen) sin perderlo.
As¨ª las cosas, en plena vor¨¢gine, la Commonwealth brit¨¢nica decidi¨® el pasado oto?o crear un grupo de personas eminentes, dirigidas por un ex primer ministro australiano y por un ex presidente nigeriano, con el prop¨®sito de estimular el di¨¢logo entre el Gobierno de Pretoria y el ilegal Congreso Nacional Africano (ANC), que dirige la lucha en Sur¨¢frica.
El grupo, tras permanecer un tiempo en el pa¨ªs, entrevist¨¢ndose con las diversas fuerzas en presencia, acaba de hacer p¨²blico su informe, que es claro, contundente, negativo para el Gobierno y pesimista sobre una soluci¨®n pac¨ªfica. As¨ª, dice: "... el Gobierno no est¨¢ verdaderamente dispuesto a negociar cambios fundamentales, a encarar la terminaci¨®n del dominio blanco en un futuro previsible. Su programa de reformas no pone fin al apartheid. Busca simplemente dotarle de un rostro menos inhumano... Incluso los ministros m¨¢s aperturistas con quienes nos entrevistamos desconocen la realidad que se vive en los n¨²cleos de poblaci¨®n negra y el alcance de la ira y de la movilizaci¨®n negras...".
El informe es riguroso y sombr¨ªo. Denota la voluntad de sus redactores de haber deseado obtener conclusiones m¨¢s favorables para la sociedad blanca, al tiempo que la imposibilidad objetiva de lograrlo ("despu¨¦s de m¨¢s de 18 meses de violencia continua, sin precedentes en la historia del pa¨ªs, el Gobierno cree que puede contener indefinidamente la situaci¨®n mediante el uso de la fuerza"). El esp¨ªritu de la misi¨®n de notables de la Commonwealth, que, sin duda, era lograr una aportaci¨®n a una soluci¨®n pac¨ªfica y justa, queda frustrado por una apabullante realidad del ego¨ªsmo y ceguera de la comunidad blanca.
El escrito refleja incluso la incredulidad, el escepticismo y la desaz¨®n de los componentes de la delegaci¨®n cuando afirma que "es imposible comprender la motivaci¨®n del afrikaner".
El racismo 'afrikaner'
Y, sin embargo, en mi opini¨®n, ah¨ª radica la clave del problema. La pol¨ªtica racista de los afrikaners (descendientes de los colonos blancos), que constituyen, a su vez, la mayor¨ªa de la minor¨ªa blanca, est¨¢ impulsada no s¨®lo por motivaciones econ¨®micas, sino tambi¨¦n ideol¨®gicas. Los blancos creen tener derecho a permanecer en Sur¨¢frica, oprimiendo a los negros, porque ya lo hac¨ªan hace tres siglos. Ideol¨®gica, psicol¨®gicamente, han mamado casi todos el concepto de la supremac¨ªa de la raza. Todav¨ªa al final de la d¨¦cada de los cincuenta el primer ministro Strijdom afirmaba sin ambages: "Ll¨¢menlo supremacismo, gobierno del amo o lo que ustedes quieran. Contin¨²a siendo dominaci¨®n. Soy tan descarnado como puedo. No me excuso. O el blanco domina o el negro toma el poder. La ¨²nica manera en que el europeo puede mantener la supremac¨ªa es por dominaci¨®n. Y la ¨²nica manera en que puede mantener la dominaci¨®n es retirando el voto a los no europeos".
Aunque numerosos dirigentes surafricanos blancos comulgaron abiertamente con el nazismo en los a?os treinta y cuarenta, no eran nazis en el sentido de querer llevar a los hornos crematorios a las clases inferiores. Simplemente eran fan¨¢ticos religiosos part¨ªcipes del dogma de ser pueblo elegido y de que la separaci¨®n de las razas humanas es mandato divino. As¨ª, cuando los primeros afrikaners emprendieron la conquista de ?frica del Sur, tuvieron que preocuparse de una raz¨®n que la justificara. Calvinistas convencidos, fugitivos de la ocupaci¨®n espa?ola que padec¨ªa su pa¨ªs, buscaron durante largo tiempo una raz¨®n religiosa. Y creyeron hallarla.
Dice Jean Ziegler: "El problema que entonces se planteaba a la conciencia del blanco era el siguiente: ?c¨®mo justificar en un plano universal la reivindicaci¨®n de privilegios particulares?, ?c¨®mo conciliar el amor al pr¨®jimo con la explotaci¨®n del africano? En las peque?as iglesias de madera de naranjo, el domingo por la ma?ana, los predicadores buscaban la respuesta. La encontraron en el Lev¨ªtico, cuyo cap¨ªtulo 25, vers¨ªculo 44, dice: "De las naciones que te rodean sacar¨¢s tu esclavo y tu siervo". Descubrieron muchos otros pasajes que, con un poco de buena voluntad, pod¨ªan interpretarse como pruebas del buen fundamento de su teor¨ªa de la superioridad blanca. Una vez afirmada esta superioridad, la antinomia entre el amor al pr¨®jimo y el sufrimiento impuesto a los negros estaba milagrosamente resuelta. La teor¨ªa de los se?ores y los siervos, de la desigualdad cong¨¦nita de las razas, querida por Dios y confirmada por los hechos, se convirti¨® en el dogma oficial de la Nederduits Hervomde Kerk, la Iglesia a la que pertenecen el 83% de los afrikaners. Las otras Iglesias cristianas, la cat¨®lica en primer lugar, han condenado formalmente el apartheid. La comunidad jud¨ªa ha hecho lo mismo".
Claro que el montaje represivo, ideol¨®gico-religioso, sistematizado por los afrikaners, no habr¨ªa perdurado sin la explotaci¨®n econ¨®mica de la poblaci¨®n negra, llevada a cabo con el apoyo activo de las compa?¨ªas multinacionales occidentales. De ah¨ª que Occidente sea, al menos en parte, material y moralmente responsable de la verg¨¹enza y de la indignidad colectiva que se vive en Sur¨¢frica.
Hace un par de d¨¦cadas, algunos liberales econ¨®micos blancos, en su mayor¨ªa representantes de las multinacionales, ante la escalada de la violencia, se alarmaron y comenzaron a preocuparse por el futuro del apartheid. Argumentaron y sostuvieron desde entonces que el desarrollo econ¨®mico acabar¨ªa por desintegrarlo, que no podr¨ªa haber crecimiento econ¨®mico discriminado. Consecuentemente, se opusieron a las sanciones econ¨®micas: cuanto mayor fuera la inversi¨®n extranjera, mayor ser¨ªa la industrializaci¨®n y m¨¢s r¨¢pida la reforma racial.
Trabajo migratorio barato
Y, sin embargo, como ya se les advirti¨® en su d¨ªa, muchos a?os despu¨¦s el desarrollo econ¨®mico no ha minado la estructura b¨¢sica laboral del sistema de supremac¨ªa blanca, que se ha enriquecido gracias al trabajo migratorio barato.
No creo que sea posible la reforma econ¨®mica del apartheid, y creo que las sanciones son necesarias. Al igual que, por propia naturaleza, es imposible el colonialismo democr¨¢tico, no es factible humanizar el apartheid. Tan odioso concepto es absoluto, total. El apartheid es o no es. Y eso lo sabe la comunidad afrikaner, quien, como dec¨ªamos m¨¢s arriba, se halla atrapada en una contradicci¨®n dif¨ªcil de salvar. Como sabe que la comunidad negra, que ha tomado conciencia definitivamente de ser esclava y extranjera en !u propia tierra, se halla decidida esta vez a no cejar en su empe?o por liberarse. Buena prueba de ello es que, por primera vez, durante estos ¨²ltimos casi dos a?os de revuelta, con centenares de muertos negros, no se ha producido, como en ¨¦pocas anteriores, un flujo de exiliados a los pa¨ªses lim¨ªtrofes. Apenas queda tiempo para que el mundo occidental, especialmente Europa, sepa reaccionar y construir una relaci¨®n justa, basada en el respeto a la dignidad humana, con la mayor¨ªa de Sur¨¢frica. De ella es el futuro.
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