Los d¨ªas de euforia
FEDERICA MONTSENY
Es dif¨ªcil extraer recuerdos imborrables de un per¨ªodo tan denso y en el cual los acontecimientos se suced¨ªan los unos a los otros.Intentar¨¦ dar un poco de continuidad cronol¨®gica a los recuerdos que se van agolpando a mi memoria y en los que yo particip¨¦.
En una ocasi¨®n dijimos que despu¨¦s de haber vivido los d¨ªas de julio de 1936 en Barcelona ya pod¨ªamos morir, porque nunca m¨¢s ver¨ªamos algo parecido.
En efecto, el espect¨¢culo de un pueblo lanzado espont¨¢neamente a la calle, sin armas o con las que consiguiera asaltando armer¨ªas y cuarteles, y con escasa ayuda del Gobierno constituido, y enfrent¨¢ndose con los militares sublevados, bati¨¦ndose con ellos y venci¨¦ndoles, no se ve dos veces en una vida.
Desde febrero de 1936 se sab¨ªa que hab¨ªa una conjura internacional, personificada en dos pa¨ªses fascistas que pretend¨ªan, so pretexto de evitar una revoluci¨®n comunista en Espa?a, apoyar y sostener militar y econ¨®micamente un levantamiento faccioso. ?ste era el gran pretexto para asegurarse Alemania la retaguardia de la guerra que estaba preparando. Porque no hab¨ªa peligro alguno de toma del poder por los comunistas en Espa?a, cuando en 1936, el partido comunista era un partido minoritario.
Pero lo que queda vivo en m? memoria es el espect¨¢culo de una acci¨®n popular, que nadie dirigi¨® y que surgi¨® de los cuatro costados de Barcelona, demostrando que el pueblo catal¨¢n -as¨ª como en otros muchos pueblos y ciudades de Espa?a- no estaba dispuesto a aceptar el fascismo. Como lo aceptaron, sin gran resistencia, Italia y Alemania.
?ste es, para m¨ª, un hecho hist¨®rico cuya importancia y cuyas dimensiones quedan grabadas en mi pensamiento como algo inolvidable.
Los avatares de la organizaci¨®n a la que yo pertenec¨ªa y pertenezco -la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo (CNT)- me llevaron, en el mes de agosto (le este mismo a?o a Madrid, nombr¨¢ndome delegada del comit¨¦ nacional.
Y recordar¨¦ siempre el espect¨¢culo del pueblo de Madrid organiz¨¢ndose febrilmente y con la misma espontaneidad que el pueblo de Barcelona para defender la capital de los ataques del enemigo que intentaba sitiarla aisl¨¢ndola del resto de Espa?a.
Cuando fui nombrada ministra del Gobierno de Largo Caballero, por decisi¨®n de la CNT, con otros tres compa?eros, nos vimos obligados, por un acuerdo de mayor¨ªa del Gobierno reunido, a abandonar Madrid para refugiarnos en Valencia.
El presidente del Gobierno, Largo Caballero, consideraba que el Gobierno leg¨ªtimo de la Rep¨²blica no pod¨ªa quedar sitiado por el enemigo. Pero, en lo que a mi respecta, una vez instalado el ministerio y sus servicios en Valencia, me apresur¨¦ a regresar a este Madrid que para m¨ª era el coraz¨®n de Espa?a y a cuya defensa estaba vinculada la continuidad de la lucha.
Viv¨ª en Madrid d¨ªas inolvidables, en los s¨®tanos del Ministerio de la Guerra, junto al general Miaja y al coronel Rojo, as¨ª como los miembros de la Junta de Defensa de Madrid, constituida por elementos de todas las fuerzas sindicales y pol¨ªticas. All¨ª pude conocer a varios generales rusos que m¨¢s tarde se distinguieron en la guerra mundial.
En m¨¢s de una ocasi¨®n Miaja me envi¨® a Albacete a buscar armas al frente de un convoy. Buena parte de estas armas las reten¨ªan Andr¨¦ Marty y Luigi Longo (Gallo), para preparar las Brigadas Internacionales que all¨ª se estaban organizando.
Queda tambi¨¦n grabado en mi memoria el peligro corrido cuando, cargados con las armas arrancadas del arsenal de Albacete, gracias a la solidaridad de ?ngel Pesta?a, responsable de ¨¦ste, regres¨¢bamos a Madrid antes de que apuntase el alba, arriesg¨¢ndonos a los bombardeos enemigos.
Guardo asimismo gratos recuerdos de esa estancia en el Ministerio de la Guerra, donde est¨¢bamos en permanencia tres mujeres: Margarita Nelken, Marta Huysmans, hija del jefe del Gobierno belga, y la que esto escribe. A Dolores Ib¨¢rruri, que estuvo en Madrid los d¨ªas de julio y agosto, no la vimos en ese per¨ªodo que iza de octubre a diciembre.
Dentro de la tragedia en que viv¨ªamos sumergidos ten¨ªamos momentos de cierto buen humor. Uno de ellos eran las comidas, que alegraba con sus an¨¦cdotas el general Riquelme, hombre de mucho gracejo y de una gran simpat¨ªa personal.
Pero queda permanente en mi esp¨ªritu el terrible recuerdo de la muerte de Durruti, que acudi¨® a Madrid con su divisi¨®n, desde el frente del Ebro, en parte debido mi insistencia, ya que yo consideraba, junto con otros compa?eros, que deb¨ªa asegurarse, por en cima de todo, la defensa de Madrid.
Y para mayor sufrimiento moral, me toc¨® a m¨ª dar por radio la noticia de la muerte de nuestro amigo y compa?ero, apreciado por todos y profundamente querido por sus hombres.
Asegurando la permanencia de las fuerzas confederales en el frente de Madrid qued¨® el compa?ero Cipriano Mera, hombre tosco, pero considerado por el propio enemigo un estratega nato.
Fue precisamente Mera quien vino a comunicarme la muerte de Durruti.
Reintegrada al ministerio en Valencia, tuve que hacer frente a ingentes problemas. Deb¨ªamos encontrar soluci¨®n a los m¨²ltiples aspectos sanitarios de grandes zonas en las que se concentraban numerosos refugiados y fuerzas armadas. Hab¨ªa que vigilar el estado sanitario de los frentes y de la retaguardia y asumir la responsabilidad de los heridos cuando ¨¦stos pod¨ªan salir de los hospitales de sangre.
Es para m¨ª motivo de satisfacci¨®n recordar el respeto y la solidaridad que encontr¨¦ en la mayor¨ªa de los m¨¦dicos espa?oles que se hallaban en zona republicana. Fue tambi¨¦n para m¨ª preciosa la colaboraci¨®n de la doctora Mercedes Maestre, a la que nombr¨¦ subsecretaria de Sanidad, as¨ª como la eficacia de la gesti¨®n de la doctora Amparo Poch, directora de Asistencia Social.
El comit¨¦ de higiene de la Sociedad de las Naciones destac¨® una doble comisi¨®n para estudiar el estado sanitario de las dos zonas. Estaban convencidos de que en la zona republicana ten¨ªa que producirse el tifus exantem¨¢tico. No hubo ni un solo caso, pero tuve que ir a Ginebra, a una reuni¨®n de este comit¨¦ de higiene, acompa?ada de una comisi¨®n de m¨¦dicos, ante el que se demostr¨® que el estado sanitario de la Espa?a por nosotros representada era inmejorable.
La impresi¨®n que me produjo esta reuni¨®n del comit¨¦ de higiene de la Sociedad de las Naciones era que no hab¨ªan comprendido absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo en Espa?a.
Se ha hablado internacionalmente del. alevoso bombardeo de Guernica, efectuado, seg¨²n parece, por la Divisi¨®n C¨®ndor. No era s¨®lo la Divisi¨®n C¨®ndor la que bombarde¨® los barrios obreros de Barcelona, de Valencia y de otras ciudades. Por mi cargo de ministra de Sanidad estuve obligada a recorrer las salas de los hospitales en que estaban amontonados los cad¨¢veres de mujeres y de ni?os destrozados por la metralla fascista. Esto no podr¨¦ olvidarlo jam¨¢s.Y para que conste, para que la historia lo recoja, debo afirmar que nunca la aviaci¨®n republicana bombarde¨® ciudades de las zonas que llam¨¢bamos franquistas y que, por otra parte, pocas veces la aviaci¨®n al servicio de Franco bombarde¨® objetivos militares. Era hacia las ciudades y los barrios obreros hacia donde se dirig¨ªan las bombas.
La m¨¢s penosa impresi¨®n que qued¨® en m¨ª a mi regreso de Ginebra y a mi paso por Par¨ªs es la indiferencia internacional ante nuestro drama. y el ego¨ªsmo de los pa¨ªses que: cre¨ªan salvar la paz, evitando la guerra, cediendo ante Hitler y aceptando el vergonzoso Pacto de M¨²nich, que consagr¨® la entrega de Checoslovaquia a Alemania y que legitim¨® el famoso Comit¨¦ de No Intervenci¨®n, que significaba el abandono total de nuestra Espa?a inerme y, cada d¨ªa m¨¢s acosada por las fuerzas fascistas mundiales.
Porque la propia supuesta ayuda sovi¨¦tica, que Espa?a pag¨® con creces, estaba condicionada a que los rusos, y los comunistas, en aquellos d¨ªas todos estalinianos, dirigieran la guerra y la revoluci¨®n, que deb¨ªa hacerse seg¨²n el modelo sovi¨¦tico.
Tuve ocasi¨®n de sostener largas conversaciones con Marcel Rosemberg, embajador plenipotenciario de Rusia en Espa?a. Este hombre, cumpliendo, sin duda, una misi¨®n a la que deb¨ªa conformarse, se esforz¨® en convencernos, tanto a m¨ª como a los otros ministros cenetistas, de que deb¨ªamos seguir sus orientaciones y sus consejos. Probablemente el no conseguirlo le cost¨® la vida, al ser llamado a Rusia.
El Gobierno de Largo Caballero cay¨® y se busc¨® su ca¨ªda por medio del compl¨® armado en mayo de 1937 en Barcelona, porque no se someti¨® al diktat de Stalin y porque incluso arroj¨® de su despacho a Rosemberg dici¨¦ndole que el jefe del Gobierno espa?ol era ¨¦l y que no aceptaba intromisiones exteriores.
Se produjeron los sucesos de mayo de 1937, en los que me vi obligada a intervenir, delegada doblemente por el comit¨¦ nacional de la CNT y por el Gobierno, consiguiendo al fin el famoso alto el fuego que termin¨® con la contienda.
Seguramente esta intervenci¨®n m¨ªa fue causa del atentado de .que fui v¨ªctima al marchar en coche de Barcelona, del que sal¨ª ilesa, pero en el que fue herido mi secretario.
De mi relaci¨®n con los diplom¨¢ticos rusos saqu¨¦ la conclusi¨®n de que a partir del d¨ªa en que empezaron las conversaciones entre Molotov y Ribbentrop, la causa de Espa?a ser¨ªa tambi¨¦n abandonada por la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Y as¨ª fue. Y los propios rusos, que hab¨ªan preconizado la creaci¨®n de las Brigadas Internacionales, aconsejaron que ¨¦stas abandonaran Espa?a para dar satisfacci¨®n a lo que era la l¨ªnea pol¨ªtica internacional de la no intervenci¨®n.
El desmoronamiento de los diversos frentes de lucha de la Espa?a republicana hizo afluir hacia Catalu?a y Valencia a multitud de refugiados huyendo de lo bombardeos del enemigo. Es ?m posible dar cifras, porque ellas no podr¨ªan ser exactas. Pero lo que podemos decir es que tuvimos que hacer frente a esta oleada humana, acogerla, procurarle comida, cuando ya casi todo faltaba en las zonas adonde fueron a parar buscando refugio y apoyo solidario.
Pero el mayor drama era el de los ni?os, expuestos tanto en Levante como en Catalu?a a ser v¨ªctimas de los bombardeos de los que hab¨ªan huido.
Se organizaron colonias en Francia, y no hubo m¨¢s remedio que aceptar la oferta de M¨¦xico y de la Uni¨®n Sovi¨¦tica para enviarlos a esos pa¨ªses en espera de que terminara la guerra de Espa?a.
Es ¨¦ste el m¨¢s amargo de mis recuerdos. No se embarc¨® a ning¨²n ni?o sin la propia demanda y el consentimiento de sus padres, que les acompa?aron hasta las escalerillas de los barcos. Pero mi coraz¨®n se encoge todav¨ªa pensando en el drama de estas criaturas, de los padres que los ve¨ªan marchar sin saber si volver¨ªan a verlos y que, en efecto, muchos se perdieron en la vor¨¢gine de la guerra que se acercaba y que cubri¨® la mitad de Europa.
La guerra la ten¨ªamos perdida. Se estableci¨® el corte entre Valencia y Barcelona. Barcelona, la heroica, llena de seres desesperados y hambrientos, no tuvo fuerzas ni energ¨ªas morales suficientes para organizar defensa alguna.
Por otra parte, la resistencia de Madrid fue posible en unos momentos en que hab¨ªa la esperanza de la victoria.
Catalu?a sab¨ªa que por todas partes iba llegando el enemigo y que no se le pod¨ªa oponer resistencia alguna, y empez¨® el terrible desfile por la ¨²nica carretera dejada como puerta de escape hacia la frontera, protegida ¨¦sta por las fuerzas republicanas que se iban replegando.
Como ¨²ltima impresi¨®n de esta inenarrable tragedia guardo el amargo recuerdo de ese medio mill¨®n de personas agolpadas en la frontera francesa de Le Perthus, que durante 48 horas no se abri¨®, dejando a esta gran multitud, en la que hab¨ªa una mayor¨ªa de heridos, ancianos, mujeres y ni?os, expuesta a las contingencias de un tiempo invernal muy duro (est¨¢bamos a principios de febrero de 1939).
Por mi parte tuve todav¨ªa la suerte de que la frontera se abriese para dejar paso a la camilla en que estaba agonizando mi madre, muerta el 5 de febrero en el hospital de Saint-Louis de Perpi?¨¢n. Detr¨¢s de ella pudimos pasar la amiga que me ayudaba a llevar a mis hijos, la mayor de seis a?os y el menor de siete meses, y yo. Pero, detr¨¢s de mi quedaba esa gran masa humana, guardada por senegaleses y por gendarmes y para la que se abri¨® la frontera para internarlos en los campos de Argel¨¨s, de Barcar¨¦s, de Saint-Cyprien, etc¨¦tera, a la intemperie, sin barracones y abandonando a los heridos a su suerte. Jam¨¢s se borrar¨¢ de mi memoria este final cruento para todos y la suerte reservada a este pueblo que se hab¨ªa batido, luchando contra los que deb¨ªan llevar a Europa y al mundo a la m¨¢s horrenda de las guerras.
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