El espa?ol y la bruja
Meiga en Galicia, bruja en el Pa¨ªs Vasco, como cocineras echadoras de cartas, m¨ªsticas en Castilla, duendes y ¨¢ngeles en Andaluc¨ªa / Cunqueiro hablaba de los ¨¢ngeles como Nabokov de las mariposas / Castilla hace sus brujas y las quema / El viento es el elemento irracional de la racionalista Catalunya / El aire y el fuego, en Levante, en seguida urden un brujo o un dios.
As¨ª como en esta serie hemos hablado de la floraci¨®n mariana de las V¨ªrgenes, en un planteamiento auton¨®mico de la religi¨®n (la Iglesia siempre va por delante), ahora debemos hablar de la floraci¨®n inversa de la. Bruja o las brujas, rev¨¦s inevitable de la santidad de Mar¨ªa en el secreto sistema compensatorio de lo irracional. La bruja es mucho m¨¢s que la bruja, para los espa?oles.Meiga en Galicia, bruja tal cual, en el Pa¨ªs Vasco, como aquellas que yo he visitado en la bra?a, cocineras de paisano, criadas en domingo echando las cartas con sencillez de comadres. Brujas de Castilla, domiciliadas como tales y churrascadas por la Inquisici¨®n o abrasadas de oro verbal en la pira literaria de La Celestina. En Andaluc¨ªa, la bruja se vuelve duende, ¨¢ngel o demonio. Por Catalu?a, el brujo es el viento (terral, garb¨ª, vientos que enloquecen la prosa sosegada y humorada de Josep Pl¨¢). Por Levante, el brujo es el fuego, fallas y focs como, un eco de hogueras griegas en toda la orilla ulisaica del Mediterr¨¢neo.
La meiga gallega pudiera indefinirse en la definici¨®n de Rosal¨ªa: "Una cosa que vive y que no se ve". La meiga es m¨¢s l¨ªrica que ¨¦pica o f¨¢ctica, como toda Galicia. La meiga es m¨¢s realidad en la evocaci¨®n y la premonici¨®n de las gentes que en su propia actuaci¨®n. (Exactamente as¨ª defin¨ªa Sartre lo l¨ªrico, como evocaci¨®n o premonici¨®n del acto, m¨¢s que el acto mismo, que siempre es ¨¦pico y fugaz). El gallego, por otra parte, parece resignado a la meiga, dulc¨ªsimamente resignado, como a la. vida, a la muerte, a la pobreza o a Fraga. Mientras que lo caracter¨ªstico de otras tierras es la caza de la bruja. Mayormente cuando no hay brujas. Me lo dec¨ªa ?lvaro Cunqueiro, en almuerzo ¨ªntimo y madrile?o:
-No puedo escribir de tal ¨¢ngel, en mi libro sobre angeolog¨ªa, porque aun no se me ha aparecido.
Hablaba de los ¨¢ngeles como Nabokov de las mariposas. Y se negaba a catalogar determinada especie de ¨¢ngel que a¨²n no hab¨ªa visto.
La bruja vasca se suele llamar Marichu, con todas las variantes ortogr¨¢ficas que se le quieran meter al nombre. (Graham Grene dice que Livingstone tiene el apellido mejor organizado ortogr¨¢ficamente que Stevenson). Maritxu tiene m¨¢s misterio alfab¨¦tico que Marichu. Pero, bajo uno u otro enjoyado de letras, ella sigue echando las cartas y leyendo las manos a un pueblo montuno, lozano y siempre joven, con algo de eterno, que es todo lo contrario de viejo. Conoc¨ª en mi infancia alguna bruja vasca, rescatada en Castilla, y la saco en alg¨²n libro. Muri¨® de muerte violenta, claro, porque, en Castilla la Vieja a las brujas se las mata como a las perdices.
Sobre el duende andaluz escribi¨® cosas muy bellas Federico Garc¨ªa Lorca. Sobre el duende y el ¨¢ngel y la gracia. Y todo eso. Son finas distinciones que pertenecen a una teolog¨ªa sure?a de la calle y la noche. El duende se identifica con los "sonidos negros" del cante de Manuel Torres, y no ser¨ªa otra cosa que el genio, la inspiraci¨®n en grande y en pat¨¦tico. El ¨¢ngel es menor y la gracia ya no es casi nada, en este tomismo de la Andaluc¨ªa irracional. Duende tiene el propio Lorca y ¨¢ngel -s¨®lo ¨¢ngel- parece que tiene don Manuel Machado. Ser pat¨¦tico es asegurarse el ¨¦xito, siempre. Pero un ¨¦xito para despu¨¦s. Mientras que la gracia otorga su gloria inmediata y exigente, como el ¨¢ngel. Dir¨ªamos, respetando a los santos y padres doctores de la Madre Andaluc¨ªa, que el duende es personal, y quiz¨¢ el ¨¢ngel tambi¨¦n, pero la gracia s¨®lo es colectiva, mostrenca, y la tiene todo un pueblo o todo el pueblo. Cuando se tiene duende, en Espa?a, lo m¨¢s probable es que lo fusilen a uno. (Andaluc¨ªa es como una Espa?a exagerada). Cuando se tiene ¨¢ngel, hasta se puede llegar a gobernador civil. Con la gracia, s¨®lo con la gracia, lo m¨¢s probable es morirse de hambre.
Castilla hace sus brujas y las quema. Castilla sacraliza a las brujas mediante un proceso inverso. El fuego purifica tanto como la m¨ªstica. El fuego es la verdadera m¨ªstica. Mientras los inquisidores queman a las brujas, los escritores nos dan su verdad sociol¨®gica y humana. Celstina es una buena mujer del mal y la madre del Busc¨®n es una bruja secularizada, con algo de portera. La otra bruja de la obra de Rojas es Melibea: el reverso de la bruja, la bruja joven y rubia, la que realmente "embruja" a Calixto (secretamente jud¨ªo, secretamente brujo). El objeto de amor de esta pareja es un halc¨®n, ave de presa. Calixto y Melibea no son Romeo y Julieta. Son, por anteriores y por espa?oles, un matrimonio del Mal: Celestina. (Los matrimonios, en Espa?a, contra lo que se cree, suele hacerlos el Mal, p¨¢rroco de lo duradero). Melibea, despu¨¦s de haber matado a Calixto, se suicida, lo que es un acto de brujer¨ªa. Melibea, "voz de miel", es la bruja. Celestina s¨®lo es la asistenta por horas del Mal. Melibea es la que le hace decir a Calixto: "Melibeo soy y en Melibea creo", lo cual es una abjuraci¨®n y un rito brujo muy del jud¨ªo Fernando de Rojas.
Castilla, pues, caza brujas, y los escritores castellanos las explican como buenas mujeres malas, como recaderas del vicio de los dem¨¢s. Castilla es la ¨²nica Espa?a de las Espa?as que se enfrenta a la bruja, que no se sornete a ella. Claro que la consagraci¨®n por el fuego es la suprema consagraci¨®n, y, as¨ª, la primera y m¨¢xima bruja de Castilla es Teresa de Jes¨²s, bruja de Dios y no del diablo, que, sin enabargo, tambi¨¦n recurre a t¨¦rminos de ardor y dolor y punzamierito para describirnos su ¨¦xtasis m¨ªstico. El misticismo s¨®lo ha sido descrito -?y vivido?- en t¨¦rminos de brujer¨ªa (Teresa) o de erotismo (San Juan). La bruja es la m¨ªstica del diablo, la beata del mal. Pero la bruja tiene la gloria del fuego y la m¨ªstica s¨®lo tiene la celebridad de la prosa.
M¨¢s de 200 expertos en temas paranormales han debatido en La Coru?a los medios para dignificar y obtener una categor¨ªa profesional, "conforme con lo que de ciencia tiene este saber". Videntes, magos y hechiceros. Aquellare coru?¨¦s. Todo fin de: siglo, y estamos en uno, se ha poblado de falsos profetas. Mayormente en Espa?a, patria de la Bruja. En pa¨ªses tan racionalistas como el catal¨¢n, lo irracional tiene voz y hechura en el viento, conio queda dicho al principio, Mar¨ªo Lacruz, gran editor y fino escritor, me cuenta que los vientos del Empord¨¢ cr¨ªan algunos locos en aquella hermosa regi¨®n. Leyendo despacio toda la obra de Pl¨¢, ese Montaigne con boina de pay¨¦s, encontramos que lo ¨²nico que desasosiega el esceptic¨ªsimo l¨²cido de JP, entre pagano mediterr¨¢neo y buen burgu¨¦s de Gerona, son los vientos que cita y describe una y otra vez, obsesivamente. Mi loco del Empord¨¢ es Modest Cuixart, el m¨¢s afrancesado y m¨¢s l¨ªrico de una vanguard¨ªa catalana que fue o es universal. Cuixart, en lo m¨¢s puro de su obra, aboceta endriagos come) voces del viento, da rostro al terral y al garb¨ª, con bocas aullantes en la noche hom¨¦rica de Catalu?a.
De Catalu?a para abajo, o para arriba, el collar de fuego de las hogueras de pastores, turistas, mocer¨ªo o forasteros. Hace un a?o pas¨¦ la noche de San Juan en Alicante, quemado de todos los fuegos brujos y l¨ªricos que prenden los levantinos, hasta caer, de madrugada, en brazos del se?or Meli¨¢, mi amigo (en una cama de su hotel, se quiere decir). El viento y el fuego, brujos que se al¨ªan para fraguar un dios "Como un fuego con su aire", veia Juan Ram¨®n Jimenez a sia dios deseado y deseante, Brujo ari.daluz, duende, Juan Ram¨®n, acert¨® con la s¨ªntesis mediterr¨¢nea, aunque ¨¦l era atl¨¢ntico, del aire y el fuego, que en seguida urden un brujo o un dios o un duende.
Las fallas valencianas son period¨ªsticas. Los falleros son unos cronistas de la actualiclad en Madera y cart¨®n. Los ternas de sus figuras siempre son pol¨ªticos o costumbristas, de don Manuel Fraga a la sueca l¨¢ctea. Los periodistas debi¨¦ramos rendir homenaje a los falleros. Pero otras hogueras tiene aquel Pa¨ªs, como tiene toda la ribera rubia de la Europa mediterr¨¢nea (y la otra orilla: hogueras de Alejandr¨ªa donde se calienta las manos, para escribir su mernorablile Cuarteto, el fr¨ªgido Lawrence Durrell). Pero el fuego no es un brujo ni una bruja ni un duende. El fuego no es ya el Diablo, directamente y con may¨²scula. O quiz¨¢ sea el fuego de Her¨¢clito, una fogarada presoer¨¢tica, lo que arde, de eco en eco de luz y llama, hasta el Levante espa?ol. Vivimos los espa?oles de lo que nos destruye: la meiga, la bruja, el duende, el viento, el ¨¢ngel, el fuego.
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