Newton
A los madrile?os se les ha aparecido Newton, Isaac Newton, un cient¨ªfico genial, c¨®mo se corresponde con el nuevo esp¨ªritu de los tiempos y de las Gerencias de Urbanismo. Cuando la irracionalidad franquista, a los madrile?os se nos aparec¨ªa el coraz¨®n latiente de Santa Gema Galgani, por ah¨ª por Doctor Arce, o se nos aparec¨ªa la sangre licuada de San Pantale¨®n, si cruz¨¢bamos por el Madrid de los Austrias. Ahora, en la estela a¨²n del racionalismo de Tierno Galv¨¢n, inventor de la plaza de Dal¨ª, con su monumento a Newton, se nos aparece don Isaac, si bien en figura humano/ornitol¨®gica tomada de un cuadro del genial surrealista (no es lo mismo, dicho de paso, surrealismo que irracionalismo, sino quiz¨¢ todo lo contrario). A Newton lo ten¨ªamos los madrile?os un poco olvidado, casi desde los tiempos escolares, confundido con Volta, el de la pila, y con Galvani, el de las ranas. Newton, en la elipse de Kepler, descubri¨® o invent¨® muchas cosas (el pueblo es sabio cuando llama inventores a los descubridores, porque muchas de sus descubriciones son s¨®lo inventos que luego mueren, con el tiempo). As¨ª, de Newton queda, mayormente, lo de la gravitaci¨®n y la manzana (que se ve muy clara en la obra de Dal¨ª, por cierto), pero su teor¨ªa de los colores, por ejemplo, ya no mola. En todo caso, fue un gran sabio, entre el XVII/XVIII, en Inglaterra, con peluca rubia. Y tuvo un enchufe en la Casa de la Moneda. (Esto parece que no es s¨®lo un uso del PSOE.) Lo que a uno le conforta, como cronista por libre de la Villa, es que, entre el escuadr¨®n de generales pedisecuos o ecuestres, sobre todo del XIX, que amedrentan Madrid desde sus estatuas, se vaya infiltrando alg¨²n intelectual, alg¨²n cient¨ªfico, alg¨²n hombre de paz.Una ciudad puede leerse por sus estatuas. Madrid s¨®lo ha levantado efigie a los hombres violentos, de Narv¨¢ez al humilde y belicoso Cascorro, pasando por Francisco Franco. Entre los civiles, unos est¨¢n de esquina, otros de paso, como Valle-Incl¨¢n, y otros en la periferia, como Mara?¨®n (en la Universitaria, por Pablo Serrano), o directamente en la confusi¨®n, como G¨®mez de la Serna, en la plaza de Gabriel Mir¨® (con quien nunca se llev¨® mucho), dominado por el estudio del pintor Zuloaga, que sigue tal cual, y el recuerdo de Julio Antonio y Romero de Torres, que por all¨ª vivieron. En la Castellana, un suponer, no hay m¨¢s que generales y pol¨ªticos. Esto ya le da al forastero una primera lectura de Madrid. Ahora se nos ha aparecido Newton. Que sigan las alucinaciones de la raz¨®n.
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