El estreno de la ¨²ltima ¨®pera de Penderecki, provoca el entusiasmo en el festival de Salzburgo
El estreno de una ¨®pera es siempre un acontecimiento. Si este estreno se produce en un festival como el de Salzburgo, tan relevante como conservador, el acontecimiento se multiplica por dos. Si el autor de la composici¨®n es Krzystof Penderecki, el m¨²sico que con 30 a?os era ya considerado el portaestandarte de la vanguardia, el evento se magnifica al m¨¢ximo. As¨ª ha podido constatarse la expectaci¨®n y posterior entusiasmo que la primera interpretaci¨®n de la tercera ¨®pera del autor polaco, La m¨¢scara negra, ha suscitado en el festival de Salzburgo, en donde el pasado viernes tuvo lugar su estreno.
Penderecki se ha presentado en la ciudad de Mozart como un personaje a¨²n m¨¢s pol¨¦mico que aquel m¨²sico treinta?ero de los sesenta, convertido entonces en portaestandarte de la vanguardia por obras como sus Threni pour Hirosima. Amigo personal del papa Wojtyla y de Lech Walesa, profesor y director de conservatorio en Cracovia., Krzystof Penderecki evolucion¨® desde una superdotada fascinaci¨®n por el estudio del sonido en s¨ª mismo (AnakIasis, De natura sonoris, los citados Threni) hasta un melodismo posrom¨¢ntico de corte neobrahmsiano, ello a ra¨ªz de sus contactos con Estados Unidos (el Concierto para viol¨ªn, que le fuera encargado por Isaac Stern, su segunda ¨®pera, encargo de Chicago, El para¨ªso perdido (1978), sobre texto de Milton.Todav¨ªa en su primera etapa Penderecki hab¨ªa dado a conocer en Hamburgo, en 1969, su primera creaci¨®n para el teatro, Los diablos de Loudun, cuyo contraste frente a la beater¨ªa -m¨¢s sonora y est¨¦tica que ideol¨®gica- de Paradise Lost es radical. Pero ahora, a mediados de los ochenta y rebasados los 50 a?os de edad, reaparece el mejor Penderecki de la mano del dramaturgo germano Gerhard Hauptmann -tan admirado por Thomas Mann- y del escen¨®grafo Harry Kupfer, coautor con el m¨²sico del libreto que adapta la pieza teatral Die Schwarze Maske (La m¨¢scara negra).
Importa se?alar ya, que acaso sea ¨¦sta la mejor partitura de Penderecki desde el principio de los setenta, m¨¢s densa, s¨®lida e inapelable que el ex¨®tico y poli¨¦drico R¨¦quiem polaco de 1985 -obra que el propio Penderecki estrenar¨¢ en Madrid en octubre con el coro y la orquesta de la Radio de Cracovia. El p¨²blico presente en Salzburgo, aislados retrogradismos aparte -?que haya mel¨®manos que a¨²n se sorprendan con los glissandi o los clusters de Penderecki!-, lo entendi¨® as¨ª y tribut¨® a la pieza una estimulante recepci¨®n.
Es evidente que el autor polaco ha contado, para este personal triunfo, con colaboradores excepcionales, en cabeza ese genio de la escenograf¨ªa que es el alem¨¢n oriental Harry Kupfer, principal director de escena en la ¨®pera de Berl¨ªn Este. Kupfer, ya triunfador en Bayreuth con su montaje de El holand¨¦s errante, de Wagner, se ha abierto con esta producci¨®n las puertas de la ¨®pera de Viena. No es menor el inter¨¦s suscitado por el director ole orquesta Woldemar Nelsson, ya viejo colaborador de Kupfer, ni por los 13 cantantes-actores protagonistas, en cabeza G¨¹nther Reich y Josephine Barstow.
La pieza de Hauptmann, definida por Kupfer como un psicothriller, re¨²ne, en un d¨ªa de carnaval de 1662, poco despu¨¦s del final de la guerra de los Treinta a?os, a un grupo variopinto de personas en tomo a la mesa del alcalde de Bolkenheim: pronto explotan las antiguas disputas entre cristianos, hugonotes y jansenistas, pero estas peleas que dar¨¢n subsumidas en la carnicer¨ªa organizada por el antiguo amante de la due?a de la casa.
El ¨¢nimo de music¨®logo de Penderecki le ha llevado a rebuscar y transcribir antiguas danzas de Silesia en el siglo XVII -lugar y momento de la historia- entremezcladas h¨¢bilmente con su propia musica. De otra parte, su instinto dram¨¢tico se revela m¨¢s bru?ido que nunca en los 105 minutos de la ¨®pera, que no conoce ca¨ªda alguna de tensi¨®n y que le permite golpes tan soberbios como la irrupci¨®n de un carill¨®n de iglesia, en un pasaje de terrible angustia, entonando el coral de Lutero titulado, precisamente, Desde la m¨¢s honda aflicci¨®n, grito tu nombre.
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