El Soro, saltar¨ªn
Boh¨®rquez / Espl¨¢, Mendes, SoroCuatro toros de Ferm¨ªn Boh¨®rquez, con trap¨ªo, mansos y de feo estilo; tercero y quinto de Palha, escasos de casta. Luis Francisco Espl¨¢: pinchazo hondo (silencio); estocada corta atravesada y dos descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio). V¨ªctor Mendes: dos pinchazos y tres descabellos (silencio); pinchazo hondo, rueda de peones y dos descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio). El Soro: estocada baja (oreja); estocada ca¨ªda (petici¨®n y vuelta). Plaza de Bilbao. 23 de agosto. S¨¦ptima corrida de feria.
Al Soro le ha dado por pegar saltos y el p¨²blico bilba¨ªno est¨¢ content¨ªsimo por eso. Le quer¨ªa regalar todas las orejas de sus toros, que son cuatro orejas. S¨®lo consiguieron una, y por tal motivo le armaron una bronca tremenda al presidente, Carmelo S¨¢nchez-Pando, que es serio y aficionado (por tanto, dos veces serio).
No solo peg¨® saltos el Soro en la tarde de su triunfo, por supuesto, pero los saltos fueron lo mejor que hizo, y dio muchos. Debieron tirarle balones para que los rematara de cabeza. Tampoco es que se pusiera. a dar saltos de improviso, como poseso. Es que las suertes, las viv¨ªa, y no pod¨ªa contener la desbordante complacencia que le invad¨ªa tras ejecutarlas y entonces brincaba. Sol¨ªa hacerlo apretando a correr hasta el centro del ruego, y all¨ª daba los saltos. Al acabar la corrida, hizo balance art¨ªstico y duplic¨® su n¨²mero y magnitud.
Saltaba, en primer lugar, por los pares de banderillas. En los tres toros iniciales los diestros se cedieron los palos, y en los siguientes cada cual protagoniz¨® en solitario el tercio. Result¨® un empacho banderillero y m¨¢s de un aficionado a¨²n debe tener banderillas atravesadas en el aparato digestivo.
En estos aconteceres banderilleriles, Espl¨¢ preparaba la suerte de maravilla, a cuerpo limpio, aportando exuberante imaginaci¨®n amalgamada con su enciclop¨¦dica t¨¦cnica de conocedor de los toros, sus pies y sus querencias, y a la postre prend¨ªa un solo palo. Al cuarto le puso el mejor par de la tarde, encerr¨¢ndose en tablas. Pragm¨¢tico y ortodoxo, V¨ªctor Mendes ejecutaba las reuniones asom¨¢ndose al balc¨®n, que es arriesgada forma de banderrillear.
El Soro, en cambio, era un torbellino, aceleraba sus carreras hacia el toro, una la hizo en tirabuz¨®n, y la locura invadi¨® los tendidos, pues se trataba de lo nunca visto, y la gente no sab¨ªa qu¨¦ admirar m¨¢s, si las facultades del torero al combinar la carrera con las vertiginosas vueltas sobre, su propio eje, o la precisi¨®n de reunir o clavar al t¨¦rmino de una de esas vueltas, o que no cayera mareado, d¨¢ndole vueltas todo el enorme coso. Consumada la proeza -¨¦sta y otras de parecido corte banderrilleante- el Soro corr¨ªa al platillo, brincaba all¨ª, y a cada brinco la plaza era un griter¨ªo y un clamor.
Al Soro le correspondi¨® el ¨²nico toro noble de la tarde, el tercero, y lo tore¨® de muleta a su manera, mediante derechazos y naturales entre voluntariosos y desgarbados, si bien uno de ellos, en redondo, le sali¨® perfecto de temple y mando. Lo ve Domingo Ortega y lo firma. Tambi¨¦n instrument¨® circulares, de varias vueltas, molinetes a placer y p¨¦ndulos. La pendulaci¨®n a¨²n fue mayor en el sexto, que no embest¨ªa absolutamente nada, por lo que el diestro saltar¨ªn decidi¨® aplicarla ampliamente, mientras se situaba entre los pitones. Finalmente tir¨® los trastos, tumb¨® al manso de un espadazo, sali¨® a escape hacia el centro del redondel y bot¨®, rebot¨®, recontrabot¨® con tal fogosidad que se dir¨ªa iba a llegar a la andanada.
Espl¨¢ y Mendes, en sus lotes, hicieron lo que se pod¨ªa. Muy poco, pues los Bohorquez, en la a?ada fat¨ªdica de su historial ganadero, resultaron de una mansedumbre desesperante. A Espl¨¢ el primer Bohorquez le tir¨® un ga?af¨®n terrible a poco de empezar la faena y el torero le busc¨® las vueltas para robarle los pases. El otro se le iba a las tablas, sal¨ªa de cada muletazo en sentido contrario, y le aplic¨® una pinturera torer¨ªa de recurso.
A Mendes, su primero, despu¨¦s de admitir unos derechazos y naturales, se le escap¨® a la barrera, donde busc¨® refugio. Al quinto, de media arrancada, le hizo una larga y meritoria faena, que no pudo tener lucimiento por la falta de codicia del toro. Tambi¨¦n es cierto que para entonces la corrida ya hac¨ªa juego con la tarde, fr¨ªa y cerrada en nubes.
En aquella oscuridad, la lidia sobre el negro redondel constitu¨ªa una tauromaquia nocturna. Si no se pone el Soro a pegar saltos, nos dormimos todos.
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