Tr¨ªo de ases, en un triple salto mortal
De Billy Wilder ya vimos hace un par de semanas, dentro del mismo ciclo Marlene Dietrich, Berl¨ªn occidental, y ya dijimos que por aquellas fechas el cineasta vien¨¦s afincado en EE UU alternaba indiferente el melodrama con la comedia: poco despu¨¦s, y con raras excepciones (Fedora es una, y la agradecemos), Billy Wilder ya s¨®lo contar¨ªa con la comedia como veh¨ªculo comunicativo con que atizar con su l¨¢tigo la sociedad que repudia. La americana, por supuesto. La convencional, la consumista, la tecnificada, la deshumanizada.Es precisamente en 1957 cuando Billy Wilder abandona el melodrama, con Testigo de cargo, la pel¨ªcula con que hoy acaba el ciclo Marlene Dietrich, que tantos placeres visuales (porque el doblaje ha sido lamentable) ha proporcionado al amante de los mitos.
Testigo de cargo es una rara avis en la filmograf¨ªa de este monstruo del causticismo y el cinismo (detr¨¢s de ella viene lo mejor de su autor: Con faldas y a lo loco, El apartamento, Un dos tres, B¨¦same, tonto ... ). Se trata de adaptar una novela de tem¨¢tica judicial de Agatha Christie. Siendo de Christie, los personajes arman el Cristo: el final de la pel¨ªcula es de aquellos que dan una voltereta dentro de otra, triples saltos mortales, trucos de gui¨®n, etc¨¦tera.
Wilder realiz¨® esta pel¨ªcula pensando en Marlene, como veh¨ªculo exclusivo de Marlene. Marlene, ni m¨¢s ni menos que con 56 a?os de edad a cuestas, era ya por 1957 el mito que es hoy. Sus brumosos para¨ªsos sternbergianos gozaban del aura, de la perspectiva temporal que le da su justa dimensi¨®n. Y como cantante de cabar¨¦, ya sea en el lejano Oeste, ya en los Mares del Sur lejanos, su silueta y su voz no ten¨ªan competencia posible. En Testigo de cargo (Witness for the prosecution en el original) vuelve a ser cantante en las escenas explicativas (esto es, en los flash backs), aunque ante los tribunales saca partido de sus atributos dram¨¢ticos, que los tiene y poderosos.
Emoci¨®n a toda marcha
Testigo de cargo est¨¢ lejos de ser una obra maestra de Wilder, pero est¨¢ muy cerca del delirio para cualquier aficionado. Su g¨¦nero, por ejemplo, es puramente cinematogr¨¢fico (un juicio real es algo parecido a un somn¨ªfero, pero en la ficci¨®n norteamericana, en la ficci¨®n de Lumet, de Preminger, de Lang o de Wilder, de este Wilder, es emoci¨®n a toda marcha) y requiere buenas car¨¢tulas para corporeizarlo; ah¨ª est¨¢, soberbio como siempre, Charles Laughton (reciente a¨²n su juez de El proceso Paradine, el pasado lunes, es hoy un abogado enfermizo a quien dora la p¨ªldora su esposa en la vida real, Elsa Lanchester), grotesco y exc¨¦ntrico, enfundado en togas y cubierto de rizadas pelucas blancas; un actor inolvidable, un inolvidable papel. Y a su lado, completando un tr¨ªo de ases singular, Tyrone Power, ya maduro y muy competente, en la que ser¨ªa su ¨²ltima pel¨ªcula (sabido es que el actor muri¨® al a?o siguiente, en Madrid, mientras rodaba Salom¨®n y la reina de Saba, en la que fue sustituido por Yul Brynner).
El tono de Testigo de cargo, gracias a Wilder y no a Christie, contiene cinismo y sarcasmo, esto es, una saludable distancia con respecto al texto, y son precisamente esos atributos los que dan a la obra su actual vigencia: cuando la mayor¨ªa de los melodramas de la ¨¦poca emblanquecen con el tiempo, cuando no se hacen rosas como la pantera, Testigo de cargo sigue siendo moderna. Con sus trucos de gui¨®n, ya lo hemos dicho, con sus malabarismos y con un perverso suspense. Pero hay algo en el filme, adem¨¢s de los actores y el director, cada vez m¨¢s en desuso: una autenticidad cinematogr¨¢fica, un puro sentido de la irrealidad o de lo imposible, como en Hitchcock, convertido en veros¨ªmil. Un sue?o, un gozo; suficiente.
Testigo de cargo se emite hoy a las 22.10 horas por TVE2.
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