El espa?ol y el monstruo
La ternera de dos cabezas, las ni?as pegadas por la espalda, el le?ador con seis dedos en cada mano, las gatas con alas, los hongos curativos que hablan son los grandes amigos del espa?ol / Al espa?ol se le educa en la ortodoxia religiosa y el Orden c¨ªvico: su contraprestaci¨®n es el amor al monstruo / Montaigne explica la ''racionalidad" de los animales: el espa?ol. prefiere la animalidad (teratolog¨ªa) del hombre / Modigliani quiso materializar la met¨¢fora del "cuello de cisne" y cre¨® una galer¨ªa de se?oras con bocio / El toro, monstruo emblem¨¢tico de Espa?a, se niega a ir de alterne con el ganadero, y por eso se le mata Los monstruos de Picasso son alegres Todos los rostros son asim¨¦tricos: Picasso, en vez de disimular eso, como otros pintores, lo exaspera / El Circo Price era la bas¨ªlica de los monstruos / El espa?ol sabe que el monstruo es m¨¢s l¨ªrico que Linneo.La ternera de dos cabezas, las ni?as pegadas por la espalda, el le?ador con seis dedos en cada mano, las gatas con alas, los hongos curativos que hablan, los gatos que ponen la voz del muerto, en la noche de autos, si el muerto era su amo, los ni?os posesos y con el baile de San Vito, las mu?ecas enanas y vivas de barraca, con rostro de mujer bell¨ªsima,, las jorobaditas, los jorobaditos, los tres pies del gato, preferiblemente negro, las ni?as que echan rayos l¨¢ser por los ojos, la portera que ve la tercera guerra mundial y la pre?ez secreta de la viuda en la bola que tiene en el congelador, y que s¨®lo saca para las consultas, el enano de circo, la giganta, la pulga amaestrada, el loro que dice co?o y mierda de Portugal, ¨¦sos, ¨¦stos son los amigos ¨ªntimos del espa?ol/espa?ol. Y de la espa?ola. ,
Todo esto, naturalmente, no es sino la contraprestaci¨®n del orden pol¨ªtico establecido en Espa?a durante siglos, por unos o por otros, y de la ortodoxia cat¨®lica, tan sentida, que nos explica cada domingo, en misa de doce (s¨¢bado a las ocho para los cazadores en temporada), el apoline¨ªsmo de la Creaci¨®n. Al espa?ol se le educa en la ortodoxia religiosa y el Orden c¨ªvico, y por eso, luego, ama a las mujeres sin ¨²tero, como una que ha salido ahora, y juega al mus con los hombres sin ojos (no digo ciegos, digo hombres sin ojos, que los hay), y alterna gustoso con el que tiene un dedo de m¨¢s, que siempre es un tema de conversaci¨®n, y se casa con una chepudita para pasarle el d¨¦cimo por el cerro, todos los meses, y mas ahora con la loto.
El espa?ol, pueblo nada racista, eso es verdad (y c¨®mo podr¨ªa serlo, hijo de cien culturas), cultiva tomates gigantes y admira el priapismo del compa?ero de taller como un privilegio pantagru¨¦lico, m¨¢s que como una enfermedad.
Hay, desgraciadamente, muchos espa?oles monstruosos de cuerpo (el alma es la. monstruosidad misma, en todas partes). El se?or de Montaigne nos explica detallada y eruditamente la inteligencia de los animales, llegando a la conclusi¨®n de que el m¨¢s torpe y malvado es el hombre. Ortega dice que se nace aristot¨¦lico o plat6nico. Bueno, pues el espa?ol debe nacer eur¨ªdipico, como personaje de Eur¨ªpides, quiere decirse, ya que todo le mueve a risa y, sobre todo, ¨¦l mismo es risa. Se manifiesta, se realiza en / medianfe la risa. Muchas generaciones de espa?oles han sido llevados al circo, de ni?os, para educarles en la pedagog¨ªa de los enanos. Ni los animales son tan correctos como cre¨ªa Montaigne ni los hombres somos aristot¨¦lico/plat¨®nicos. La monstruosidad, el morbo de lo deforme, todo lo que parece obra del Diablo, m¨¢s que de Dios, nos atrae a los espa?oles violentamente, y no por curiosidad teol¨®gica (el espa?ol no es nada te¨®logo: s¨¦ limita a ser piadoso o blasfemo), sino por cordialidad biol¨®gica. Con un monstruo siempre hay de qu¨¦ hablar. De su propia monstruosidad.
El espa?ol se casa con la mujer y con la suegra, con la mujer y la cu?ada, con la mujer y la amante, etc. El espa?ol se casa siempre con dos mujeres pegadas por la 'da. El espa?ol gusta de casarsarse con un monstruo. Ahora han tra¨ªdo al zoo de Madrid un drag¨®n oriental. Desde los cuentos infantiles, nadie nos hab¨ªa explicado a los ni?os si los dragones exist¨ªan o hab¨ªan existido. Ahora resulta que existen y tienen su residencia en la tercera edad en el zoo de la Casa de Campo. Drag¨®n y dragona. Alguien dijo que no hay que materializar las met¨¢foras, porque s¨¦ tornan monstruosas. Pero Dal¨ª (ten¨ªa que ser un espa?ol) fabric¨® mu?ecas con "dientes de perla" que eran perlas y 9abios de rub¨ª" que eran rub¨ªes.
El espa?ol no es l¨ªrico, sino ¨¦pico, y prefiere el monstruo a su met¨¢fora. Modigliani quiso materializar la met¨¢fora femenina del cuello de cisne y cre¨® una galer¨ªa de se?oras con bocio, es decir, con problemas de tiroides. El amarillo predominante en Modigliani contribu¨ªa al espectro de la enfermedad. Modigliani es un genio a pesar del tiroides.
Debe de haber, s¨ª, un fondo de monstruosidad en esta raza hecha de mil razas, por la simpat¨ªa que el nacional le tiene al monstruo. Hasta con un monstruo emblem¨¢tico contamos, que es el toro. El toro, monstruo bell¨ªsimo (como todos los monstruos, por otra parte), nos desconcierta tanto que no sabemos qu¨¦ hacer con ¨¦l, y entonces lo matamos. Toda la vida nacional ha estado organizada, durante siglos, en torno al toro, en torno del monstruo. Lo que los taurinos sienten por el toro, se -nota en seguida, es un cruce de admiraci¨®n y espanto, de placer est¨¦tico y de odio. Los toros son "la destrucci¨®n o el amor" de Aleixandre. Amamos tanto al toro que lo matamos. No sabemos qu¨¦ hacer con ¨¦l. Es la insignia de nuestra monstruosidad. Los antitaurinos profesionales piensan y escriben que se tortura y mata al toro por tribalismo ,ancestral y por incultura y falta de sensibilidad. Uno cree. que el toro, como dijo Rilke a otros efectos, "es s¨®lo el comienzo de lo terrible (la belleza), que jam¨¢s podr¨ªamos soportar". El toro es tan monstruosamente bello que necesitamos resolverlo en muerte y s¨®lo muerte, "mientras las hojas huyen en bandadas". Lo que querr¨ªan de verdad, el aficionado y el ganadero, es llevarse al toro de copas, con ellos, por los bares taurinos, comentando la corrida de la tarde. Pero el toro se niega a alternar y eso no se le perdona.
La fiesta nacional no es sino la soluci¨®n chapucera a la incomunicaci¨®n del espa?ol con el monstruo. Ya que el toro no quiere darse a razones, se le asesina.
Nos comunicamos mejor, claro, con los monstruos que hablan. Cela tiene un cuento de un ni?o bizco que, cuando Ilega al uso de raz¨®n y toma conciencia de su bizquera, le dice a su mam¨¢:
-No llores, mam¨¢, que de bizco tambi¨¦n se est¨¢ bien.,
Nuestro mayor prosista. de medio siglo es un escritor de monstruos y monstruosidades, y eso ya dice algo, porque no es s¨®lo herencia literaria de Solana, Baroja, Valle, etc. Y si lo es, m¨¢s a mi favor. Quiere decirse que la teratolog¨ªa tiene tradici¨®n en Espa?a. Cela tiene otro cuento de un ni?o que sospecha que le crecen desigualmente las orejas, y todo el d¨ªa se las est¨¢ midiendo, a mano, juntando luego las manos cuidadosamente, para ver la diferencia. Casi todos los humanos tenemos una oreja distinta de la otra, pero el culto -y cultivo, incluso literario, de una diferencia levemente monstruosa, es caracter¨ªstico y distintivo del espa?ol. Picasso descubri¨® muy pronto una verdad obvia: que todos los rostros humanos son asim¨¦tricos. Casi todos los pintores hab¨ªan percibido esto, pero procuraban disimularlo cuando hac¨ªan un retrato, por respeto a la obra bien hecha y dorsiana. La gloria y ventaja de Picasso, su genialidad, est¨¢ en que exagera esa asimetr¨ªa, la sublimiza, se inspira en ella (como antes hab¨ªa hecho s¨®lo el Greco), y la exacerba, pero creaci¨®n es exageraci¨®n. Dal¨ª materializando las met¨¢foras y Picasso exaltando la asimetr¨ªa de la especie, son superespa?oles, nos expresan, nos manifiestan, nos explican.
Ser¨ªa f¨¢cil seguir por el camino de la cultura, hasta concluir que nuestra literatura y nuestro arte aman al monstruo, tienen en ¨¦l su musa inversa. Pero baste con recordar lo sabido: que los monstruos de Picasso son felices, que sus minotauros se benefician se?oritas de plumilla y levedad.
Somos felices alternando con el monstruo. No somos aristot¨¦licos ni plat¨®nicos, maestro Ortega. San Agust¨ªn dec¨ªa que "los animales son m¨¢quinas", pero el espa?ol gusta de la m¨¢quina animal descompuesta. El Circo Price, lamentablemente desaparecido en Barquillo, era el Museo del Prado de los que no van al Museo. Enanos saltarines, se?oritas que se desvencijaban por cualquier parte, a voluntad, incluso en el bar de al lado, caballos liliputienses, monos gram¨¢ticos, como el de Octavio Paz, caballos aritm¨¦ticos, gigantas casadas, por el rito del circo, con un se?or monstruosamente normal, fetos que explicaban desde su frasco la gravitaci¨®n de los astros, putas con alas y, perros que le¨ªan los editoriales del Abc a su due?o, porque limitarse a llevarle el peri¨®dico en la boca les parec¨ªa poco. Price, s¨ª, era la catedral de la teratolog¨ªa espa?ola, la bas¨ªlica que Madrid le hab¨ªa levantado al monstruo. Price era el anti/ Linneo, las contraespecies inclasificables, el ornitorrinco que tocaba el acorde¨®n.
El espa?ol a quien adora de verdad es al monstruo, y, por eso ha procuradomonstruizar sus religiones, hacer de Cristo una pieza de caza y del Esp¨ªritu Santa un pich¨®n del Tiro de Pich¨®n. El espa?ol no es que sea monstruoso, que para eso ha entrado en el Mercado Com¨²n, pero lo que le fascina, y le divierte para salir de copas es eso que los franceses, alej¨¢ndolo con asco mediante el idioma, llaman "monsieur le monstre".
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