Civiles
Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n ironiza sobre ciertos miembros de lo que ¨¦l Ilama, sin comillas, la inmejorable sociedad argentina, que no s¨®lo son incapaces de conmoverse ante las atrocidades de la represi¨®n llevada a. cabo en mi pa¨ªs, sino que adem¨¢s la aprueban. Su iron¨ªa nace, supongo, de una justa indignaci¨®n. Como todas las generalizaciones son deformantes, sobre todo si provienen de firmas tan autorizadas como la suya, quisiera recordarle algunos hechos. El Gobierno argentino surgido, como es obvio, por el voto de los ciudadanos, civiles en su inmensa mayor¨ªa y provenientes de todos los sectores de la sociedad, ha instituido un Estado de derecho que est¨¢ realizando una proeza singular en la historia: que los desarmados juzguen a delincuentes que se apoyan en las armas. Es una proeza lenta, poco ruidosa, ajena a la demagogia, llena de trabas legales que impacientan a quienes no quieren entender que el proceso jur¨ªdico, por m¨¢s imperfecto que sea, es lo ¨²nico que hasta ahora han inventado los mortales para reemplazar la inveterada venganza, con sus paredones y sus paseos. V¨¢zquez Montalb¨¢n sabe que muy pocos pa¨ªses, o ninguno, pueden enorgullecerse de tama?o logro. Le ruego que indague en su archivo internacional y me d¨¦ un ejemplo similar. Nuestros vecinos brasile?os y uruguayos han consagrado ampl¨ªsimas amnist¨ªas que los recalcitrantes aducen como ejemplo. Nuremberg fue infinitamente benigno con los criminales que le toc¨® juzgar. Derrotados los coroneles, los tribunales griegos sentaron unajurisprudencia que la justicia argentina est¨¢ superando con largueza. Despu¨¦s de la feroz guerra civil espa?ola y las cuatro d¨¦cadas franquistas, Espa?a ha instaurado un borr¨®n y cuenta nueva. Me parece bien que V¨¢zquez Montalb¨¢n exprese su sarc¨¢stica indignaci¨®n ante la indiferencia c¨®mplice de quienes se lavan las manos y desprecian los derechos humanos mientras hablan exquisiteces. Pero ser¨ªa ¨²til para el afianzamiento de nuestra democracia que tambi¨¦n reconociera el esfuerzo de varios millones de civiles -y unos pocos uniforinados- para instaurar normas de convivencia civilizada en nuestro pa¨ªs. En el mismo ejemplar del diario en que publicaPasa a la p¨¢gina 10
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