Temperatura ambiente
Los peri¨®dicos y las radioemisoras de Chile se han hecho expertos en fabricar ternas con que llenan sus espacios cuando ninguna otra de nuestras noticias -ni siquiera aquellas cuyos terribles ecos nos llegan desde el extranjero- puede ser puesta al alcance del p¨²blico. En cambio, semanalmente, las p¨¢ginas de los diarios anuncian maravillosas disminuciones en el desempleo, el super¨¢vit ole la balanza de pagos, el aumento de nuestras exportaciones de kiwi, todo lo cual deb¨ªa indicar una bonanza de la que estamos muy lejos. Los medios de comunicaci¨®n tambi¨¦n llenan sus espacios con noticias de cat¨¢strofes de menor cuant¨ªa, hipertrofiadas para cumplir su funci¨®n de escudo, como el anuncio de temblores de grado tres, que antes jam¨¢s se pregonaban, o vagas medidas para terminar con la poluci¨®n, o comentarios sobre el cambio radical -virando hacia un fr¨ªo jam¨¢s antes conocido de la temperatura de nuestro ambiente. Estas cacha?as period¨ªsticas se han transf¨®rmado en toda una ciencia, un tira y afloja con las autoridades para tratar de ganarles terreno, en que juega una importante parte la autocensura que todos ejercernos para sobrevivir, conservando as¨ª por lo menos una parte de nuestra voz, en grave: peligro de extinguirse durante estos tiempos que corren.El otro d¨ªa, en una de las radios que a¨²n gozan de libertad, apareci¨® un curioso anuncio que ocup¨® una larga franja de tiempo radioauditivo: un notable psic¨®logo santiaguino anunciaba que su estudio se hallaba colmado de pacientes que sufr¨ªan de una falta total de iniciativa, de pesimismo, y, aunque muchos de estos pacientes cre¨ªan que este baj¨®n de temperatura interna era problema individual que ata?¨ªa a cada uno por separado y en diversa forma, el distinguido facultativo afirm¨® que no se trataba para nada de problemas psicol¨®gicos personales, sino de un problema ambiental, de algo que estaba en el aire e inhib¨ªa todas las formas de la libido. Se trataba, en suma, de un problema social y pol¨ªtico: como todo termina si¨¦ndolo en el Chile actual, pese a los esfuerzos de la autoridad por erradicar la pol¨ªtica.
El psic¨®logo de que hablo, eso s¨ª, con algo de ingenuidad (?o de perversidad?), anunciaba que ¨¦l estaba organizando una serie de talleres (hay talleres de todo, ahora, en Chile, como educaci¨®n alternativa a las enclenques universidades: de danza y de cocina, de pintura, poes¨ªa y de mec¨¢nica). Me imagino que se tratar¨ªa de grupos de terapia m¨¢s o menos parecidos a los grupos tradicionales, pero encaminados a reconocer que una buena parte de la disminuci¨®n de la libido se debe m¨¢s bien a problemas de temperatura ambiente que de temperatura personal. Si estos talleres tienen ¨¦xito, entonces podr¨ªa estarse anunciando en la Prensa nacional no s¨®lo una explosi¨®n creativa de danza, poes¨ªa y novela, sino tambi¨¦n un baby boom, si es que el psic¨®logo logra cambiar los h¨¢bitos amorosos de la poblaci¨®n.
Desde mi limitado ¨¢ngulo visual de novelista, examino el debilitamiento de la creatividad en el ¨¢mbito de la literatura para ilustrar nuestro tan comentado apag¨®n cultural. No es pura coincidencia que en el campo de la prosa se publiquen casi exclusivamente libritos de cuentos, en su mayor¨ªa delgados y ef¨ªmeros, y que rara vez aparezca una novela con toda la barba firmada por un joven. Mi intenci¨®n no es afirmar que el cuento sea necesariamente un g¨¦nero inferior a la novela: tenemos ejemplos demasiado importantes en Poe y Borges, por lo menos, que nos prueban lo contrario. Pero no cabe duda que, traducido a horas de trabajo, a desgaste de libido, a presupuesto familiar, la novela es una empresa mucho m¨¢s atrevida y m¨¢s onerosa que un volumen de cuentos. ?stos se pueden escribir miscel¨¢neamente, cuando sobreviene el impulso, cuando despierta el ¨¢nimo, y hay cortes y espacios entre un cuento y otro, y cambios de dicci¨®n y de tiempo para retomar el aliento, y de ambiente y de lenguaje y de personajes. Para la novela, en cambio, el esfuerzo debe ser de una sola pieza, prolongado y sostenido, un continuo sudar cuya interrupci¨®n puede costar la par¨¢lisis, y la p¨¦rdida de meses y meses de trabajo. Los cuentos, adem¨¢s, suelen ser acreedores de breves aplausos de amigos y familiares que nutren la sana vanidad del autor con energ¨ªa para escribir otros, y gracias a este proceso de retroalimentaci¨®n llegar, quiz¨¢, al cabo de los a?os, a completar un delgado volumen, de los que llenan las bibliotecas. Esto no sucede al escribir una novela. Son a?os y a?os de trabajo solitario. Y no existe nada m¨¢s que esta soledad, y la ausencia total de retroalimentaci¨®n hasta el fin del tomo que debe contener un mundo interiormente cohesivo y autosuficiente, el tono sostenido que debe ser el de una novela: por eso es que se ven tan pocas ahora entre las obras de los j¨®venes de aqu¨ª.
Por otra parte -saltando por encima de las aseveraciones period¨ªsticas de bonanza econ¨®mica-, existe el terrible factor del presupuesto familiar. Dig¨¢moslo de una vez: es muy caro producir una novela. Son a?os sin recibir emolumento alguno. Se necesita un per¨ªodo largo de dedicaci¨®n total y de concentraci¨®n absoluta. En este pa¨ªs, donde se cuentan como afortunados los que tienen dos y tres trabajos para lograr parar la olla, como aqu¨ª se dice, nadie puede darse el lujo de reservarse un largo tiempo sin recibir dinero para concebir, escribir y trabajar algo tan largo y continuado como una novela: hacerlo necesitar¨ªa de un presupuesto especial. As¨ª, los j¨®venes y los semij¨®venes escritores chilenos publican sobre todo cuentos, muchos magros vol¨²menes de cuentos, cuentos buenos y malos, y no tan buenos y semimalos y excelentes, y los concursos de cuentos proliferan en revistas e instituciones. Somos, hoy por hoy, como resultado de nuestra pobreza, por un lado, y la disminuci¨®n de nuestra fuerza, de nuestro impulso vital, por otro, un pa¨ªs de cuentistas. Y como, a su vez, estos delgados vol¨²menes nunca alcanzan un p¨²blico ni un inercado exterior, la escu¨¢lida edici¨®n se consume sin pena ni gloria y sin servir, en la mayor parte de los casos, como incentivo para el joven autor, que lo public¨® s¨®lo para comenzar. Despu¨¦s de una o dos tentativas m¨¢s, el cuentista abandona la pluma, desesperanzado, porque por el camino del cuento -que por necesidad est¨¢ floreciendo en nuestro pa¨ªs- no se llega a la gloria. A no ser que uno sea otro Borges, y eso se da rara vez.
Por otra parte, lo que verdaderamente interesa a lajuventud no es, ahora, la literatura, sino la pol¨ªtica. La pol¨ªtica y sus derivados, como la falta de justicia o la vioI.encia, repletan el horizonte mental de toda la poblaci¨®n, obsesiva, machaconamente, y nada parece tener valor si no est¨¢ de alguna manera comprometido con ella. Un estudiante de medicina o de literatura, por ejemplo, es juzgado por sus compa?eros no como futuro galeno o profesor, sino por su posici¨®n pol¨ªtica, por su actividad pol¨ªtica, por su conciencia pol¨ªtica, porque, claro, nuestra vituperada pol¨ªtica es lejos la proposici¨®n m¨¢s apasionante que el pa¨ªs pueda ofrecerle a la juventud. Pero ahora no se trata de la buena, benigna pol¨ªtica de otros tiempos mejores, cuando el comunista y el conservador, el liberal y el radical, se pod¨ªan sentar en ese espacio de la inteligencia que nos proporcionaban las leyes, llamado el Parlamento, para disentir, incluso para insultarse y odiarse: porque en esos tiempos exist¨ªa ese espacio para disentir -m¨¢s que un acuerdo en Chile, como los que hay, es mi opini¨®n que se debe comenzar creando un espacio para disentir, para un civilizado desacuerdo, como el que exist¨ªa en el Parlamento en otros tiempos-, adem¨¢s de una Prensa rica en libertades y matices, variopinta y convencida. Ten¨ªan existencia justamente porque eran las distintas voces de grupos humanos que no estaban de acuerdo, pero que, llegado el momento, sab¨ªan actuar seg¨²n lo que les ordenaba la ley, que era mayor que las facciones y las personalidades. La pol¨ªtica de hoy es distinta: es acusatoria, difamatoria, defensiva, reivindicativa, descalificadora, y en ella se juega la inmediatez de la sobrevivencia. S¨®lo sobre ella se puede hablar, aunque no sea m¨¢s que para salir del paso. No s¨®lo socialmente. Libros y poemas, cuentos y novelas (las pocas que se ven, aunque mis contempor¨¢neos siguen publicando), s¨®lo importan si tocan de alg¨²n modo, lo que aqu¨ª se llama, con la mayor reverencia, la contingencia. Pero nadie ignora lo que sucede: pasa aquella contingencia que apasion¨® y llev¨® a escribir tal o cual cosa, y muere el valor de lo escrito y ya no tiene eco, ni reverberaci¨®n, ni vocaci¨®n de eternidad. Stendhal dijo: "La pol¨ªtica es una piedra atada al cuello de la literatura, y en seis meses la hunde". Claro. ?Pero c¨®mo no escribir de aquello en que se nos va la vida?
El resultado de la pobreza, y del desaliento, y de la elisminuci¨®n de la temperatura ambiente de que habla el psic¨®logo es que en este pa¨ªs se est¨¢n acabando los escritores vocacionales y profesionales, y se est¨¢ transformando en un pa¨ªs de amateurs, de escritores de ocasi¨®n, de gente que publica un delgado volumen de cuentos que leen sus amigos, sus correligionarios, sus parientes, consumiendo no m¨¢s de 500 ejemplares, digamos, y desaparece el t¨ªtulo, y el autor, en muchos casos desalentado, tambi¨¦n desaparece, hundido en su propia desesperaci¨®n, o empleado en un supermercado o, en el mejor de los casos, en una librer¨ªa.
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