Daniel
Todav¨ªa, naturalmente, no he podido aceptar con sensatez que Daniel Sueiro ha muerto. La muerte es una obscenidad inaceptable cuando se trata de la muerte de los otros. La nuestra, la m¨ªa, probablemente, no me causar¨¢ disgusto, y espero recibirla como una bendici¨®n, harto ya de las muertes diarias de los dem¨¢s. La de Daniel, por ejemplo. Pero, ?qu¨¦ decir ahora para cumplir con el oficio de enterrador?Hace unos a?os, estando yo muy lejos de aqu¨ª, muri¨® otro escritor gallego, aquel viejo con cabeza de le¨®n al que sol¨ªamos llamar Celso Emilio Ferreiro. Y recuerdo que, al hilo de la p¨¦rdida, Daniel Sueiro escribi¨® algo: "Nos hemos quedado aqu¨ª con lo menos importante, con la obra de Celso, que podr¨¢ satisfacer soledades de miles de hombres al paso del tiempo". "Pero", a?ad¨ªa Sueiro, "ya no est¨¢ Celso el hombre, el que con nosotros bebi¨® y, habl¨®, aquel Celso al que quisimos y al que usamos".
Y eso me pasa a m¨ª ahora con Daniel. No s¨¦ cu¨¢ndo nos vimos por primera vez, hace ya muchos a?os seguramente en alg¨²n caf¨¦, en la Redacci¨®n de alg¨²n peri¨®dico o en alguna librer¨ªa. Prematuramente canoso, adquiri¨® un aire noble, de pensador peripat¨¦tico y aposentado, ocultando siempre un humor terrible en una conducta tolerante, generosa, y resignada, como si desde alg¨²n. lugar le llegara un mensaje permanente: el mundo es as¨ª y no hay ning¨²n Cristo que lo cambie. Decir ahora que Daniel era un trabajador infatigabile no tendr¨ªa gracia. Tampoco yo he venido aqu¨ª a glorificar al c¨¦sar, sino a enterrarle. Pero Daniel era un escritor, y de eso s¨ª que hay que hablar.
A veces pienso que no tenemos aqu¨ª la idea exacta de lo que es un escritor. Nos han confundido el zafarrancho, el oropel, la horterada de los best-sellers y esa permanente deshonra a que se somete a los literatos para que firmen ejemplares en un almac¨¦n de ropa interior de se?ora. As¨ª han podido pasar por escritores los que no son mas que zascandiles. Luego, entre los escritores de verdad, todos ellos tocados con un ¨¢ngel innombrable y sutil, aparece de vez en cuando uno de losque cambian el mundo, pero eso es lo de menos. Lo de m¨¢s es el ardor de la pluma muchas horas al d¨ªa para poder comer haciendo lo que uno sabe hacer trabajar en una tarea que tiene que ver con el alma humana, m¨¢s fr¨¢gil que el cristal de Bohemia.
Viejos saberes
Daniel era un escritor as¨ª, cualquiera que fuese la suerte comercial que corrieran sus libros, que adem¨¢s algunos tuvieron. Dispon¨ªa de los saberes del periodista viejo y paciente, unidos a la capacidad de mirar las cosas y entenderlas, amarlas con una sonrisa condescendiente, bien alejada de la rabia.
Y viv¨ªa de eso, que apenas si hay algo m¨¢s noble, en una tarea incesante de inventar folios y m¨¢s fofios a millares y lidiar luego el toro terrible de las pruebas, de los editores y de las cosas que uno quiso decir en el papel y nunca dijo. Daniel ha sido, por supuesto junto a citros, un ejemplo del escritor profesional, no del cantama?anas que, s¨²bitamente, por arte, de birlibirloque, se saca un libro delator de la manga. Ya s¨¦ que no coincido mucho con los cr¨ªticos, pero yo me quedar¨¦ siempre con una de sus novelas, La noche m¨¢s caliente, y con casi todos sus cuentos, algunos de los cuales bien pueden contarse entre las mejores joyas del ¨²ltimo cuarto de siglo.
Daniel entend¨ªa bien lo que era un cuento, y nunca pretendi¨® ser uno de estos agudos tecn¨®cratas de las lenguas que buscan procedimientos finos para ocultar cierta incompetencia. Sueiro contaba historias, contaba historias precisas, historias de cosas de la, vida, pintadas siempre con una sombra melanc¨®lica y realista; a veces, con una lejana sonrisa mordaz.
Pero sobre todo era Daniel. Nunca juzgaba a nadie. Nunca me juzg¨® a m¨ª. Nunca anduvo meti¨¦ndose en lo que no le importaba. Ayud¨® al que se lo pidi¨®. No solicit¨® nada a cambio. Quedarse sin ¨¦l, quedarse sin la certeza de que un buen d¨ªa nos lo vamos a encontrar en la calle, siempre tan tranquilo, es, por lo menos hoy, desesperante. Luego, poco a poco, adquiriremos todos su manera de ver las cosas y aceptarlas. Todos nosotros seremos, pronto, Daniel.
Babelia
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