La casa-museo de Gonz¨¢lez Haba
El ins¨®lito artista decora su domicilio con materiales de los basureros
Los devotos que, en ordenadas y parsimoniosas filas, hacen turno para postrarse a los pies del milagroso Cristo de Medinaceli no han visitado nunca otra capilla situada hasta hace unos d¨ªas en la acera opuesta de la calle de Jes¨²s. Reducida capilla sixtina de la marginalidad donde Antonio Gonz¨¢lez Haba, con paciencia de ermita?o, ha ido recopilando durante siete a?os los m¨¢s variados exvotos arrojados a la v¨ªa p¨²blica.
En un piso bajo, interior y sin apenas ventilaci¨®n, este ins¨®lito artista, desconectado del mundo y de sus pompas, fue fraguando su alternativa personal y rabiosa, rehaciendo un mundo quim¨¦rico, un vertiginoso microcosmos en el que los fragmentos, detritus sin nombre, esquirlas del mundo exterior se recompon¨ªan y formaban un todo ordenado que se multiplicaba sobre los espejos, espejos rotos incrustados en la pared, lunas que descendieron al arroyo para ser salvadas en su postrera instancia.Antonio Gonz¨¢lez Haba califica su ingente obra como una "protesta general", un acto violento de rebeld¨ªa unipersonal, un testimonio de radical desacuerdo, advertencia l¨²cida y alucinada de un artista que reivindica su "desconexi¨®n inmediata de toda la sociedad", la ruptura de todos los v¨ªnculos.
Una problem¨¢tica biograf¨ªa personal sobre la que no le gusta dar detalles fue jalonando su alejamiento de un mundo al que algunos irreductibles optimistas siguen llamando mundo real.
Un orden premeditado
Hombre de amplia cultura y arrebatada palabra, Gonz¨¢lez Haba se resiste a hablar sobre su obra, a definirla o a entroncarla con los movimientos del arte actual.Gonz¨¢lez Haba ha tenido que desmontar pieza a pieza su construcci¨®n y trasladarse a un pueblo cercano, a una casa, reconstruida tambi¨¦n con sus manos, donde sigue trabajando con estos materiales impuros.
Gonz¨¢lez Haba utiliza el hormig¨®n para amalgamar en historiados retablos su cr¨®nica de destrucci¨®n. El basto hormig¨®n se retuerce en inesperados arabescos y filigranas, arcos y huecos que recogen estatuillas rotas, frisos incompletos, mu?ecos mutilados, cadenas, cuentas de vidrio, fragmentos de metal en los que todav¨ªa se reconoce su primitiva apariencia de utensilios cotidianos.
Durante siete a?os, Antonio Gonz¨¢lez Haba ha buceado en los contenedores de basura, vaci¨¢ndolos sistem¨¢ticamente y rellen¨¢ndolos despu¨¦s tras haber extra¨ªdo sus joyas.
A lo largo de su periplo por las calles del barrio de las Huertas, Antonio Gonz¨¢lez Haba ha encontrado aut¨¦nticas obras de arte, una tabla del siglo XVII, tallas religiosas, muebles de m¨¦rito, espejos, cornucopias, trajes de torero o encajes de bailarina, l¨¢mparas, jarrones, que ¨¦l considera como ingredientes simples de su creaci¨®n interminable, al margen del beneficio.
Antonio abandon¨® por fin el inmueble cuando su desvencijado camastro qued¨® completamente rodeado por los tent¨¢culos de su engendro, que amenazaban su integridad f¨ªsica; de cuando en cuando, un espejo se estrellaba contra el suelo, o una figura ca¨ªa de su hornacina; era imposible atravesar el laberinto sin rozarse con las aguzadas aristas, sin poner en peligro la estabilidad de una extravagante composici¨®n.
Una peque?a Venus de escayola ha sustituido su cabeza por un ojo insomne de mu?eca, peque?as siluetas de metal arrancadas de una decorativa consola trepan por las paredes persiguiendo a v¨ªrgenes imprudentes, cabezas cortadas, objetos dom¨¦sticos que adoptan cataduras extra?as, fotos de boda con dedicatorias olvidadas, carn¨¦s rotos apresuradamente.
Antonio Gonz¨¢lez Haba sigue componiendo en las sombras este monumento a la entrop¨ªa. Creaci¨®n iluminada desde el polvo y la ceniza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.