Perplejidades
El autor se muestra perplejo ante el c¨²mulo de referencias estd¨ªsticas sobre los m¨¢s diversos aspectos de las relaciones sexuales que se supone que mantienen los espa?oles .En este art¨ªculo escribe su propio ¨ªndice de perplejidadesConfieso mi perplejidad, a lo Maim¨®nides, ante la avalancha de opiniones, estad¨ªsticas, encuestas y psicoan¨¢lisis relacionados con la vida sexual de mis compatriotas. En el breve plazo de unas semanas he le¨ªdo cosas profundamente contradictorias y sorprendentes, que me llevaron a la introspecci¨®n meditabunda en los d¨ªas que precedieron al oto?o. Primero fue la consulta de un semanario sobre frecuencia, sistema, n¨²mero y precocidad de los espa?oles/as en el extendido y numeroso campo de las relaciones ¨ªntimas. Ded¨²cese de la minuciosa rebusca que, salvo un insignificante porcentaje, apenas var¨®n hispano alguno conoce, en el sentido b¨ªblico del t¨¦rmino, a m¨¢s de cinco mujeres a lo largo de su vida, guarismo reconfortante y conservador.
Despu¨¦s le toc¨® el turno a un gran experto en sexolog¨ªa masculina ib¨¦rica, el cual anunci¨® que a trav¨¦s de historias cl¨ªnicas pod¨ªa asegurarse que la mitad de los espa?oles o bien eran incapaces de cumplir con lo que la mujer esperaba o se apresuraban de tal manera que su precocidad amatoria quedaba a mitad de camino del vaso fem¨ªneo, como dec¨ªan los poetas cursis de nuestro barroco. ?Ser¨¢ posible? Opin¨® despu¨¦s un ilustre psic¨®logo, al que leo con admiraci¨®n y que veranea cerca de mi casa, que puede haber amor sin sexo, pero que la rec¨ªproca no es cierta. Y que el amor de la pareja produce, al cabo de los a?os, similitudes tales que la identificaci¨®n es total, en lo fision¨®mico y en lo som¨¢tico, hasta tal punto que no puede saberse cu¨¢l es el uno y cu¨¢l es la otra.
En eso est¨¢bamos cuando irrumpe en el veraniego reposo la voz de trueno del insuperable Cela, magistral y delicado manejador del vocabulario sexual de la Pen¨ªnsula. Y he aqu¨ª que pone el dedo en la llaga y al p¨¢lpito t¨¢ctil en el tafanario de las espa?olas. Este pa¨ªs, viene a decir, ha deca¨ªdo porque los espa?oles no se deciden ya, como anta?o, al magreo dorsal interior, que era, al parecer, una de las caracter¨ªsticas diferenciales del homo erectus hisp¨¢nicus desde las cuevas de Altamira. Y no contento nuestro acad¨¦mico con exponer su teor¨ªa, propin¨® un tornisc¨®n en el mapamundi a la valerosa entrevistadora, pellizco digno de los veteranos de los tercios de Italia. Mi ¨¢nimo se debat¨ªa en la confusi¨®n a la vista y lectura de tanto criterio diferente cuando leo, para terminar, la elipse sexual de mi amigo Umbral, t¨¦cnico de renombre en esta compleja ciencia. Despu¨¦s de arremeter contra el recambio de parejas, sujeto a rutinarias sorpresas, nos anuncia que el espa?ol de hoy, en tal materia, se inclina al sexo intergal¨¢ctico con mujeres vampiro tipo Alaska y momias egipcias resucitadas.
Confusi¨®n
Con ello, mi confusi¨®n es total, y m¨ª des¨¢nimo, absoluto. ?Estar¨¦ marginado, como catal¨¢n que soy, de las tendencias mesetarias y andaluzas? ?Tendr¨¦ que darme de baja de la comunidad masculina activa por no sentir inclinaci¨®n alguna hacia el pizqueo de mis vecinas de mesa en alguna comida? ?Ser¨¦ un anormal repleto de apetitos normales? He le¨ªdo a Freud, a Proust, a Joyce, a Reich, a Lawrence y a Miller. Pero ninguno me dej¨® perplejo, ni siquiera m¨¢s ilustrado sobre cosas que no hubiera descubierto ya por m¨ª mismo.
Freud escribi¨® cartas de amor, cursis y plat¨®nicas, a su mujer. Proust compar¨® el trato homosexual masculino con la libaci¨®n floral de ciertos insectos volantes. Joyce explic¨® el apetito desbotonado de los irlandeses en forma microm¨¦trica circadiana. Reich, como buen germano, analiz¨® kantianamente los avatares de la carne, como dec¨ªan los moralistas de anta?o. Lawrence revel¨® las preferencias de las ladies m¨¢s encopetadas hacia los atributos de los jardineros. Miller se enred¨® con los tr¨®picos norteamericanos, especialmente con el de Capricornio, signo del zodiaco harto significativo. Pero lo de ahora en nuestro pa¨ªs es mucho m¨¢s grave y novedoso. ?Ser¨¢ acaso una verdadera crisis de identidad? ?No sabremos de cierto lo que queremos? De m¨ª s¨¦ decir que siempre tuve claros los objetivos en esas cuestiones, sin dejarme llevar por extra?os caminos ni pensar en las encuestas post mortem. Tampoco necesit¨¦, como un gran n¨²mero de p¨²beres norteamericanos, llevar conmigo un manual de instrucciones urgentes para su uso en los cines del s¨¢bado.
Pero ahora me doy cuenta del grave riesgo que coma con esas vulgares concesiones al falso y ostentoso machismo espa?ol, que cree saberlo todo y apenas ha le¨ªdo nada. Soy un lamentable autodidacto en cuantas materias abordo, incluida ¨¦sta. Cuanto s¨¦ y hago, lo llevo a cabo por puro reflejo cerebral. Estoy seguro de haberme equivocado m¨¢s de una vez de itinerario y de haber met¨ªdo la segunda a destiempo, como me sucedi¨® una noche subiendo el puerto del Escudo con nieve resbaladiza. En fin, que el hombre es un ser que abandonado a s¨ª mismo es un desgraciado que fracasa casi siempre y hay que educarlo para que sobreviva, como hacen los sistemas totalitarios.
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