Sonrisas y l¨¢grimas despu¨¦s de Reikiavik
LLAMA LA atenci¨®n el giro que tanto sovi¨¦ticos como norteamericanos han dado a las interpretaciones de los resultados del encuentro de Reikiavik. ?ste concluy¨® el domingo con lo que nadie dud¨® en calificar de fracaso. As¨ª lo reconoci¨® el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, y no se recataban en afirmarlo los portavoces de Mosc¨². A la ma?ana siguiente unos y otros, norteamericanos y sovi¨¦ticos, daban marcha atr¨¢s en sus an¨¢lisis. Ante los aliados, el secretario de Estado norteamericano insisti¨® en que se hab¨ªa llegado a acuerdos sin precedentes, y los representantes de los Gobiernos de la OTAN se esfuerzan en hacer ver a sus respectivas opiniones p¨²blicas los aspectos positivos de la reuni¨®n. Reagan, en la alocuci¨®n televisada ante su pa¨ªs, trat¨® de que lo de Reikiavik no se convirtiera en un bumer¨¢n contra ¨¦l con vistas a las elecciones de noviembre. De modo que el fracaso inicial se ve ahora rodeado de matices, explicaciones y augurios no tan negros como los del domingo por la noche.Shultz ha alegado que la dimensi¨®n de los casi acuerdos a que se hab¨ªa llegado era tal que no pod¨ªa considerarse cerrado el asunto. Quiz¨¢ el secretario de Estado norteamericano fue consciente de hasta qu¨¦ punto el fracaso de la cumbre podr¨ªa f¨¢cilmente atribuirse ante la opini¨®n p¨²blica mundial a la intransigencia de su presidente. ?ste se hab¨ªa negado a sacrificar el desarrollo fuera de laboratorio de la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica (SDI) o guerra de las galaxias a cambio de una sustancial reducci¨®n de los misiles nucleares en el mundo entero y su desaparici¨®n total a plazo en el continente europeo. Posteriormente el propio presidente Reagan sacaba el mejor partido posible de la situaci¨®n halagando a la opini¨®n de su pa¨ªs al decir que prefer¨ªa volver a casa con un no-acuerdo antes que hacerlo con un mal acuerdo para Estados Unidos. Ni siquiera ¨¦l discut¨ªa que esta vez el niet de Reikiavik hab¨ªa sido suyo, aunque lo justificara hablando de la pretensi¨®n sovi¨¦tica de querer cobrar a un desorbitado precio sus renuncias en misiles.
Parece ahora que su deseo de celebrar una cumbre con Gorbachov antes de las elecciones al Congreso del pr¨®ximo noviembre llev¨® a la delegaci¨®n norteamericana a preparar insuficientemente el encuentro de Reikiavik. Por el contrario, Mosc¨² trabajaba sobre una falsilla de una simplicidad apasionante. Fuertes concesiones en el desmantelamiento de misiles, una posici¨®n m¨¢s acomodaticia que la de ning¨²n dirigente sovi¨¦tico desde la crisis de los misiles entre Jruschov y Kennedy, a cambio de un principio aparentemente irrenunciable: la liquidaci¨®n de la SDI norteamericana. Establecidas as¨ª las posiciones, es ocioso hablar de si los sovi¨¦ticos pifiaron o no en una celada a Reagan. A Europa le interesa el desmantelamiento de misiles en su continente -y m¨¢s a¨²n manteniendo, como aceptaba Mosc¨², la continuidad de las armas nucleares francesas y brit¨¢nicas-, y, a los ojos de una gran parte de la opini¨®n europea, la insistencia de Reagan en sus planes espaciales ha abortado la posibilidad de un acuerdo sustancial. Los sovi¨¦ticos hab¨ªan hecho bien sus deberes.
Pero, parad¨®jicamente, Gorbachov no ha salido tan bien parado si se reconoce abiertamente que la reuni¨®n fue un fracaso. Quiz¨¢ la SDI ha sido el pretexto que, bien utilizado, le sirvi¨® para escapar de sus sorprendentes ofertas de desarme nuclear, que llegaron tan lejos como nunca lo hab¨ªa hecho la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y que de concretarse desagradar¨ªan a sectores importantes del Kremlin. Pero Gorbachov necesita tanto o m¨¢s que Reagan un ¨¦xito en pol¨ªtica exterior que para ¨¦l es esencial para afianzar su posici¨®n frente a los sectores moscovitas que desconfian de sus aires de renovaci¨®n. En cualquier caso, los enormes gastos que implicar¨¢ para Mosc¨² verse obligado a competir con Washington en la guerra de las galaxias pueden impedir el gran despegue econ¨®mico y tecnol¨®gico que Gorbachov pretende para su pa¨ªs.
De modo y manera que la SDI se ha convertido en la primera y m¨¢s importante cuesti¨®n con vistas al futuro de la pol¨ªtica internacional y del proceso armamentista. El grado de implicaci¨®n en la guerra de las galaxias por parte de la industria de alta tecnolog¨ªa, en Estados Unidos y en Europa, justifica tanto o m¨¢s que los problemas estrictos de la defensa esta obsesi¨®n de Reagan por continuar con su programa. La gigantesca envergadura econ¨®mica y tecnol¨®gica que conlleva hace que una marcha atr¨¢s sea extraordinariamente dif¨ªcil. M¨¢s a¨²n despu¨¦s de que japoneses y alemanes se sumaron a la iniciativa s¨®lo despu¨¦s de serias dudas y enormes discusiones. Si para la econom¨ªa sovi¨¦tica resulta desastroso el esfuerzo norteamericano y occidental en la militarizaci¨®n del espacio, amplios sectores de la econom¨ªa estadounidense y europea ven en ese programa la locomotora de una nueva expansi¨®n en sus pa¨ªses.
La SDI comporta, adem¨¢s, problemas a?adidos sobre los que se ha visto poca reflexi¨®n en estos d¨ªas. Su eficacia defensiva es limitada y discutible; existen considerables dudas sobre que no pueda constituirse en un programa tambi¨¦n ofensivo, y plantea sobre la mesa la cuesti¨®n moral, de rango hist¨®rico, de la nuclearizaci¨®n del espacio. A1 mismo tiempo, sigue planteando interrogantes sobre el futuro de la seguridad europea y el papel de Norteam¨¦rica como guardi¨¢n nuclear de esa seguridad. Por eso no est¨¢ demasiado claro por qu¨¦ la Europa de la OTAN ha mostrado tanto empe?o como los protagonistas de la cumbre en desmentir que terminara en nada. Un deseo de no ahondar las diferencias con el aliado de Washington, de no conceder un f¨¢cil triunfo a los puntos a la URSS y, sobre todo, el convencimiento de que apreciando lo poco conseguido se fomenta la esperanza parecen hallarse en la base de esa actitud.
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