Un arte sin fronteras
El jard¨ªn de las peon¨ªas es el resumen -algo m¨¢s de dos horas- de una obra de grandes dimensiones escrita por Tang Xianzu en el siglo XVI; de un mundo desconocido para la mayor¨ªa de los espectadores espa?oles, de una sensibilidad y una tradici¨®n muy ajenas a las nuestras, de otro sentido del tiempo y del ritmo de la acci¨®n, emerge una belleza fascinante. Cuesta trabajo, al principio, acostumbrarse a las voces sobreagudas, al sonido de la m¨²sica, a la quietud del escenario: pero vence la sensaci¨®n de la gran obra de arte. El resumen est¨¢ montado casi como un mon¨®logo de la primera actriz. En todo ese tiempo lo que sucede es esto: una joven estudiante se enamora en sue?os de un gal¨¢n; el sue?o no se repite nunca m¨¢s, y la joven languidece y muere de amor por quien no existe, al pie de un ciruelo; el alma se separa del cuerpo y recupera la felicidad. La actriz cantante Zhang Jiqing conmueve continuamente por su delicadeza. Debo repetir que estoy personalmente fuera -en la ignorancia- de los cientos de gestos simb¨®licos, del juego de las manos, del escorzo del cuerpo, todos ellos sin duda significativos en un lenguaje convenido del teatro de esa ¨¦poca, y mucho m¨¢s a¨²n de las palabras y que lo recibido es esa misteriosa transmisi¨®n del arte bien expresado que va mucho m¨¢s all¨¢ de las convenciones: una llamada a los sentidos est¨¦ticos que el p¨²blico subray¨® con sus ovaciones finales a esta figura extraordinaria. Hay un segundo papel, una apoyatura del mon¨®logo, realizado por Xu Hua, que representa la sirviente, que en las reglas tradicionales del teatro del mundo entero es la sombra, el eco o la simetr¨ªa del personaje principal, y que no desmerece de la interpretaci¨®n de su compa?era. Los dem¨¢s actores tienen apariciones fugaces. Hay entre bastidores una orquesta que aun para o¨ªdos de b¨¢rbaros es capaz de transmitir emociones. El conjunto de voces, sonidos y gestos en el ¨²ltimo acto -la muerte- es simplemente conmovedor. El escenario est¨¢ vac¨ªo pr¨¢cticamente: una sala cortina, iluminada tenuemerite, hace imaginar lo que debe ser el jard¨ªn de las peon¨ªas; el color lo ponen los bell¨ªsimos trajes fieles a la ¨¦poca original y las suaves pinturas del rostro. La lecci¨®n que se puede obtener es la de que el teatro hecho como arte trasciende fronteras, distancias y hasta conocimientos que parecen imprescindibles. Aunque, ciertamente, algunos espectadores no pudieron nunca llegar a aconiodarse a las profundas diferencias y abandonaron la sala. Tampoco hay que culparles.
El jard¨ªn de Ias peon¨ªas
Tang Xianzu (?pera Kunqu, China, siglo XVI). Rep¨²blica Popular China. III Festival de Oto?o. Teatro Espa?ol. Madrid, 15 de octubre.
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