Un puente sobre aguas turbulentas
La propuesta en materia econ¨®mica resulta cuando menos poco realista y, ciertamente, un tanto c¨ªnica. Poco realista. porque atribuye a Espa?a una autonom¨ªa exterior y un peso pol¨ªtico que dif¨ªcilmente posee, y c¨ªnica porque adjudica a Espa?a respecto a terceros una funci¨®n-est¨ªmulo de las relaciones con Iberoam¨¦rica que no es capaz de desplegar siquiera consigo misma.Que el nivel de relaciones de Iberoam¨¦rica con la CEE resulta claramente insatisfactorio es algo conocido. La CEE, al dise?ar su pol¨ªtica econ¨®mica exterior adopt¨® un criterio regionalista m¨¢s que mundialista, del que dej¨® marginadas a Iberoam¨¦rica y Asia. La densa trama de los acuerdos econ¨®micos de car¨¢cter preferencial suscritos por la Comunidad -que afecta ya a 65 pa¨ªses en desarrollo de ?frica, el Caribe y el Pac¨ªfico y a 12 de la cuenca mediterr¨¢nea- excluye a los pertenecientes al ¨¢rea iberoamericana. Las negociaciones re clamadas reiteradamente por Iberoam¨¦rica para forzar de la CEE un trato menos discriminatorio son todo un ejemplo de in transigencia y desacierto, en el que la mayor cuota ole responsabilidad le cabe a la propia Comunidad. Ni el di¨¢logo tradicional iniciado en aquel lejano 1958 y calificado por alg¨²n experto como frustraci¨®n institucionalizada, ni el di¨¢logo renovado abierto en 1981, han conseguido frutos efectivos dignos de ser tenidos en cuenta. La consecuencia de tan larga marginaci¨®n es; la ca¨ªda del peso econ¨®mico de la CEE en Iberoam¨¦rica.- Una muestra puede ilustrarlo: la cuota de penetraci¨®n de las exportaciones comunitarias en los mercados iberoamericanos ha ca¨ªdo del 24% en 1970 al 14,5% en 1985.
La capacitaci¨®n
Ante este sombr¨ªo panorama cabe preguntarse si Espa?a, la Espa?a comunitaria, est¨¢ capacitada para ejercer de agente catalizador que promueva un mejor entendimiento y unas. m¨¢s intensas relaciones entre Iberoam¨¦rica y la CEE. Varios factores alimentan la duda al respecto.
En primer lugar, parece dif¨ªcil que Espa?a pueda. provocar cambio alguno en la tendencia recesiva de las relaciones de la CEE con Iberoam¨¦rica cuando ella misma est¨¢ sometida a un deterioro progresivo de las relaciones econ¨®micas con aquella regi¨®n americana. As¨ª, el peso de Iberoam¨¦rica en el total de las exportaciones espa?olas ha pasado del 12% en 1980 al 3,4% en 1985. Al tiempo, en este ¨²ltimo per¨ªodo la cuota de penetraci¨®n. de las exportaciones; espa?olas en mercados iberoamericanos ha ca¨ªdo del 2,3% al 1,7%. El signo negativo de la evoluci¨®n se confirma al analizar otro tipo de corrientes econ¨®micas. Entre ellas es especialmente notable el caso de la inversi¨®n espa?ola en el exterior, que de orientar sus dos terceras partes a Iberoam¨¦rica en el per¨ªodo 1974-1982 ha pasado en 1985 a dirigir all¨ª s¨®lo el 15% del capital exportado.
La adhesi¨®n de Espa?a a la Comunidad, por lo dem¨¢s, lejos de alentar la recuperaci¨®n de estas relaciones, parece que, al menos a corto plazo, va a constituir un factor negativo adicional. Los diversos estudios que se han realizado para medir el impacto que puede tener la segunda ampliaci¨®n comunitaria, aun cuando difieren en la magnitud del efecto global, coinciden en se?alar el signo negativo de los cambios esperables con respecto a Latinoam¨¦rica. En el caso espa?ol explica tales resultados la menor protecci¨®n que presentaba el arancel espa?ol respecto al comunitario a algunos productos primarios de importancia capital en la exportaci¨®n iberoamericana, el que una parte del comercio se realizase en Espa?a bajo reg¨ªmenes comerciales distintos del liberalizado, lo que en la pr¨¢ctica equival¨ªa a un tratamiento preferencial, y la creciente competencia que la producci¨®n iberoamericana va a sufrir por parte . de aquellos pa¨ªses con los que la Comunidad tiene suscritos acuerdos ventajosos. A ello se debe a?adir el deterioro que en el mercado comunitario pueden sufrir las exportaciones iberoamericanas a consecuencia de las mejoras que, en sus condiciones de acceso y de competencia, han adquirido los productos espa?oles tras la integraci¨®n.
Pero sin duda el argumento que con m¨¢s fuerza contradice esa supuesta misi¨®n puente es la manifiesta ausencia por parte espa?ola de una pol¨ªtica de cooperaci¨®n coherente y activa respecto a Iberoam¨¦rica. Una ausencia que, si bien es generalizable al per¨ªodo de la transici¨®n pol¨ªtica, adquiere en los ¨²ltimos cuatro a?os una evidencia ciertamente dram¨¢tica. En el ¨¢mbito econ¨®mico no s¨®lo es que se pueda afirmar que nada se ha hecho para superar los obst¨¢culos al respecto, sino que se han a?adido nuevos factores adversos: cabe resaltar aqu¨ª los pobres resultados obtenidos en la negociaci¨®n comunitaria, contenidos en la declaraci¨®n aneja al acta de adhesi¨®n; la postura frente a la deuda exterior, que no cabe calificar de excesivamente generosa ni comprensiva, o la inopinada suspensi¨®n de la II Conferencia Iberoamericana de Ministros de Econom¨ªa en 1984, debida al desinter¨¦s del superministro espa?ol de turno, cuando parad¨®jicamente se trataba del ¨²nico foro en que Espa?a se constitu¨ªa en interlocutor de los problemas econ¨®micos de la regi¨®n.
Se podr¨ªa argumentar que no es ¨¦ste el mejor momento para impulsar el comercio con Iberoam¨¦rica, habida cuenta de la profunda crisis financiera que padece la regi¨®n. Sin embargo, es lo cierto que mientras Espa?a y Europa pierden posiciones en los mercados iberoamericanos por su pol¨ªtica prudente, otros pa¨ªses las est¨¢n ganando.
Pa¨ªs puente
Llegados a este punto conviene que nos preguntemos de nuevo qu¨¦ sentido tiene hablar de Espa?a como un pa¨ªs puente entre la CE e Iberoam¨¦rica en la pr¨¢ctica. Si Espa?a quiere desarrollar en Europa un papel activo a favor de Iberoam¨¦rica, debe comenzar por cuidar sus propias relaciones con esta regi¨®n americana y dejar enunciados te¨®ricos y misiones heroicas que ni puede ejercer, ni nadie cree que las vaya a ejercer.
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