Extra?os en la noche
UN FIL?SOFO renacentista pregunt¨® una vez qu¨¦ pasar¨ªa si, asomados al borde del universo, agit¨¢semos una campanilla. Si el sonido se oyera, no estar¨ªamos en el l¨ªmite. Pero si estuvi¨¦ramos en ¨¦l, ?c¨®mo cruzarlo?A la pregunta por los l¨ªmites emp¨ªricos del tiempo parece posible dar una respuesta cada vez m¨¢s aproximada. El reciente descubrimiento de un remoto cuasar por dos astr¨®nomos brit¨¢nicos puede arrojar nuevos datos que iluminen las especulaciones sobre el origen y el fin del universo.
Los viajes a la Luna y las plataformas espaciales de norteamericanos y rusos y la popular afici¨®n a los hor¨®scopos tienden a reducir nuestro inter¨¦s c¨®smico a los parroquiales l¨ªmites del sistema solar. Quiz¨¢ eso nos hace olvidar que la imagen del cosmos ha experimentado en nuestro siglo una revoluci¨®n casi copernicana. Baste recordar que hacia 1920, cuando la teor¨ªa especial y la teor¨ªa general de la relatividad hab¨ªan sido ya publicadas y difundidas, la comunidad cient¨ªfica cre¨ªa que la galaxia en que vivimos -la V¨ªa L¨¢ctea- era la ¨²nica del universo. Hoy sabemos que la V¨ªa L¨¢ctea -ese luminoso reguero de leche que, seg¨²n la leyenda, derram¨® por el firmamento la diosa Hera, esposa de Zeus, al retirar con enojo su pecho de la boca del fraudulento lactante, H¨¦rcules- no es el centro del universo, sino s¨®lo una isla perdida en un inmenso archipi¨¦lago de cientos de miles de millones de galaxias, separadas entre s¨ª por millones de a?os luz y empujadas por un hurac¨¢n que las dispersa. Y cuando se impuso la teor¨ªa de que este hurac¨¢n tiene su origen en el Big Bang o Gran Estallido de un enigm¨¢tico huevo c¨®smico, cuyos fragmentos empezaron a derramarse por el firmamento hace miles de millones de a?os, numerosa 3 mitolog¨ªas y religiones de la Tierra -entre ellas la cat¨®lica, por boca de P¨ªo XII- se apresuraron jubilosamente a mostrar las coincidencias de esta teor¨ªa con el dogma de la creaci¨®n.
Hay una cierta similitud de actitudes entre la devoci¨®n con que escrutaban el cielo estrellado los sacerdotes caldeo-asirios, el silencio con que escuchaban la m¨²sica de las esferas los fil¨®sofos pitag¨®ricos y el inter¨¦s con que se aplican los actuales radioastr¨®nomos a descifrar las radiaciones procedentes del fondo del cosmos. Pero es alos radioastr¨®nomos a quienes debemos el sorprendente hallazgo, desde hace poco m¨¢s de dos d¨¦cadas, de fuentes de radiaci¨®n compactas, dudosamente clasificables como estrellas, a las que se ha dado el nombre de cuasares (abreviatura de cuasi estelares). Estos objetos parecen no seguir pautas de conducta habituales en el cosmos conocido. A juzgar por los datos obtenidos, son peque?os y distantes. Pero el hecho de que, en tales condiciones, puedan lucir con un brillo superior al de todos los soles de una galaxia produce asombro. Las hip¨®tesis que se barajan -agujeros negros, colisiones de galaxias, proliferaci¨®n a peque?a escala de la turbulenta mec¨¢nica del Big Bang- producen m¨¢s asombro a¨²n. El cuasar reci¨¦n descubierto puede distar unos 13.000 millones de a?os luz. Si la edad del universo oscila entre 15.000 y 20.000 millones de a?os, los nuevos datos pueden aportar algo nuevo sobre su infancia. Y las especulaciones sobre dicha infancia del universo pueden recrientar las que se hacen sobre el Big Crunch o Gran Crujido, que ha de marcar su muerte.
Desde tiempo inmemorial, la astronom¨ªa y la astroleg¨ªa se disputan el conocimiento del cosmos. Popper vio en ese antagonismo el paradigma de la distinci¨®n entre ciencia y seudociencia. Adorno fue a¨²n m¨¢s lejos al sostener que el referente de los astr¨®logos no son los astros, sino los deseos y ansiedades del individuo atenazado por la sociedad capitalista. Ninguno de ambos logr¨® atajar con sus cr¨ªticas el actual florecimiento de la astrolog¨ªa. Y la verdad es que muchos tolerar¨ªamos de buen grado cualquier elevaci¨®n de tarifa a nuestro astr¨®logos particular si sus vaticinios incluyeran alg¨²n indicio de lo que susurren sobre nuestro destino esos extra?os y remotos vagabundos del espacio que son las fuentes de radiaci¨®n cuasi estelares.
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