?Basta ya de parches!
Tal vez le haya pasado a usted, se?ora. O quiz¨¢ le haya tocado vivirlo de cerca a usted, caballero. Son cosas que ocurren, y que ocurren con la suficiente frecuencia como para que, a lo largo de su vida, casi cualquiera acabe top¨¢ndose con ello. El embarazo no deseado. La decisi¨®n de no llevarlo a t¨¦rmino. El aborto.Ocurre que esa especie de comuni¨®n general en la desgracia llega, como tal comuni¨®n, tan s¨®lo hasta ah¨ª, y como mucho. Porque, a partir del momento en que la decisiones tomada, nuestra sociedad se encarga de que las mujeres en cuesti¨®n afronten situaciones muy diversas.
Perdonen si recurrimos por en¨¦sima vez a la demagogia de los hechos: si usted tiene los medios econ¨®micos' necesarios, podr¨¢ salir del trance digna y f¨¢cilmente; si usted, por el contrario, marcha en las apretadas filas de quienes malviven como pueden, entonces... Ay, entonces.
Dos caminos y un dibujo
Por estos pagos, el aborto ha venido teniendo dos caminos y un dibujo. El primer camino era el que, se ofrec¨ªa a las. mujeres que pod¨ªan arregl¨¢rselas para acudir a cl¨ªnicas extranjeras, brit¨¢nicas y holandesas casi siempre. El segundo camino -¨¦ste a veces sin retorno- era el de aquellas otras que, carentes de otras posibilidades, recurr¨ªan a pat¨¦ticas manipulaciones caseras, o se pon¨ªan en manos de aborteros y aborteras de ocasi¨®n. El dibujo quedaba para quienes lo pod¨ªan estampar, como firma de cheque bancario con seis cifras por delante, con destino a m¨¦dicos desaprensivos de aqu¨ª mismo, cl¨ªnica de lujo incluida.
Todo ello sigue existiendo los viajes al extranjero. las chapuzas dom¨¦sticas e, incluso, las intervenciones clandestinas de lujo. Pero, adem¨¢s de todo esto, en los dos ¨²ltimos a?os se ha ido abriendo una nueva puerta a la interrupci¨®n voluntaria del embarazo. Los medios de comunicaci¨®n lo han recogido; es un secreto a voces: se trata de las cl¨ªnicas privadas, de las que fueron pioneras el Centro de Planificaci¨®n Los Naranjos, de Sevilla, o las del Colectivo Acuario, con el doctor Enguix a la cabeza, a las que actualmente pueden acudir las mujeres que tienen las 30.000 o 40.000 pesetas requeridas y la informaci¨®n necesaria. Las hay en Madrid, en Salamanca, en Barcelona, en M¨¢laga, en Bil bao... La existencia de estas cl¨ªnicas privadas, que han venido practicando abortos bajo un r¨¦gimen de pr¨¢ctica tolerancia oficial, presenta dos aspectos que deben ser tenidos en cuenta. En primer lugar -c¨®mo negarlo-, suponen un importante alivio para las cerca de 70.000 mujeres que, efectuando el pago corres pondiente, abortan cada a?o en ellas.
Treinta mil o 40.000 pesetas son, sin duda, bastantes pesetas, pero m¨¢s caro resulta viajar al extranjero, y a veces tambi¨¦n m¨¢s traum¨¢tico, cuando no im posible. Las cl¨ªnicas locales pre sentan, por lo dem¨¢s, similares garant¨ªas sanitarias a las ofrecidas por los establecimientos de Londres y Anisterdam.
Cierto que la carade la mone da lleva tambi¨¦n su cruz a cuestas: solucionado el problema de esas decenas de miles de mujeres, nuestros gobernantes han podido disimular un tanto la verg¨²enza de la legislaci¨®n por ellos fabricada:. 200 abortos realizados en un a?o, frente a una demanda de muchas decenas de miles. La Administraci¨®n socialista se ha aprovechado de la existencia de estas cl¨ªnicas, en efecto, para tratar de ocultar las aparatosas carencias del marco legal y su propia incapacidad para normalizar la situaci¨®n a trav¨¦s de la red sanitaria del Estado.
La realidad se ha encargado de devolver tr¨¢gicamente las cosas a su punto y de obligar al palo gubernamental a sujetar su triste vela: una mujer muerta en Rota tras abortar en deplorables condiciones; feministas gallegas y vascas requeridas por los jueces para queden cuenta de los abortos realizados en junio, precisamente para evidenciar la hipocres¨ªa oficial; el procesamiento de una mujer en Pamplona; la condena a dos a?os de c¨¢rcel reca¨ªda sobre Jaime Carballo, del Equipo Acuario, en Valencia; la autoinculpaci¨®n de Adela Salce, del mismo colectivo m¨¦dico valenciano, que se responsabiliz¨® de la pr¨¢ctica de m¨¢s de 500 abortos; la denuncia de una de las cl¨ªnicas de M¨¢laga; la denun cia contra una mujer, Mar¨ªa A. F., en Alicante, hecha por ciertos responsables del Insalud, acus¨¢ndola de haberse provoca do un aborto introduci¨¦ndose pe rejil en la vagina; el encarcelamiento de dos miembros del Centro Canalejas de Salamanca... Para ser ¨¦ste un Estado que asegur¨® haber resuelto hace un a?o "el problema social del aborto", no est¨¢ nada mal.
Ahora, el ministro del ramo reconoce que las cosas no son tan maravillosas como ellos las prometieron, y que "tal vez" haya que introducir tales o cuales retoques al tinglado. ?Qu¨¦ reto ques? Seg¨²n todas las trazas, el Gobierno est¨¢ estudiando la posibilidad de sacar provecho de la existencia de las cl¨ªnicas privadas que actualmente realizan abortos ilegales y de otras simila res que pudieran crearse para, tras legalizar su situaci¨®n, deri var la pr¨¢ctica de abortos hacia el campo de la medicina privada, de modo que equipos m¨¦dicos no objetores se encarguen de aplicar con liberalidad la ley existente y, en particular, el primero de los supuestos en ella previstos: aquel que hace referencia a la salud ps¨ªquica de la gestante.
Si esto no fuera stificiente, la. mayor¨ªa parlamentaria podr¨ªa plantearse -es el ministro ef que lo afirma- la aprobaci¨®n de un cuarto supuesto para la acepta ci¨®n legal del aborto: uno que aludiera a la precariedad socio econ¨®mica de la embarazada.
Una chapuza m¨¢s
Y no, se?or ministro. Ese es un nuevo pasteleo; otra chapuza mas. Tal vez con ella lograr¨¢n ustedes no molestar a la todopoderosa casta m¨¦dica reaccionaria, prepotente en los hospitales y cl¨ªnicas de la seguridad Social.
Tal vez as¨ª se pudieran practicar muchos m¨¢s abortos legales. Pero las mujeres seguir¨¢n sujetas a la decisi¨®n de otros en algo que s¨®lo a cada una de ellas compete: decidir si quieren o no ser ma dres. Esa v¨ªa convertir¨ªa un pro blema de salud p¨²blica en algo s¨²jeto,`en buena medida, a las le yes del mercado; a pagar cantidades que muchas mujeres, se?or ministro, no tienen.
En fin, el problema social del aborto ser¨ªa llevado a un nuevo gueto, quiz¨¢ menos truculento, pero gueto a fin de cuentas, impidiendo que sea el conjunto de la sociedad el que afronte las realidades de cara y las asuma.
Si de veras se pretende resolver los problemas, la soluci¨®n s¨®lo puede ser una. Hace tiempo que el movimiento feminista la enunci¨®, de modo sencillo y contunden al aborto libre y gratuito, las mujeres decidimos. Sin trucos legulbyos. Sin hipocres¨ªas. Sin miedo a poderes f¨¢cticos de ning¨²n tipo. Sin nuevos guetos. Sin comercios a su cuenta.
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