El largo trauma de Hungr¨ªa
TREINTA A?OS han pasado desde aquel oto?o de 1956 en que los tanques sovi¨¦ticos dispararon en Budapest contra los obreros h¨²ngaros y contra las esperanzas de toda una generaci¨®n. El a?o 1956 fue de grandes esperanzas y monumentales decepciones para muchos europeos, especialmente en el Este. Parec¨ªa, con el XX Congreso del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (PCUS), que el deshielo se iba a convertir en primavera; que iban a nacer nuevas relaciones, m¨¢s libres y flexibles, tanto en el interior de la URSS como entre ¨¦sta y los pa¨ªses de su ¨®rbita. Pero las amplias luchas obreras y populares en Checoslovaquia y Alemania Oriental fueron reprimidas con brutalidad; la excepci¨®n fue Polonia, donde el regreso al poder de Gomulka despert¨® esperanzas y permiti¨® una soluci¨®n provisional. En Hungr¨ªa se produjo una verdadera revoluci¨®n pol¨ªtica, es decir, dirigida no tanto contra el sistema social imperante como contra las formas concretas de dominaci¨®n impuestas por el estalinismo. El movimiento de masas llev¨® al comunista Imre Nagy -alumno de Bujarin y de Lukacs- a la jefatura del Gobierno, y ¨¦ste plante¨® reivindicaciones tan radicales como el reconocimiento del pluralismo pol¨ªtico, en el plano interior, o la salida del Pacto de Varsovia, compatible con una actitud de neutralidad y amistad con la URSS, en el exterior.En Mosc¨², el renovador Jruschov se enfrentaba al grupo proestaliniano de Molotov, que ocupaba a¨²n cargos fundamentales del aparato. Inicialmente pareci¨® predominar una tendencia negociadora: en un documento publicado en Pravda el 30 de octubre se reconoce -como nunca se hab¨ªa hecho ni se har¨ªa luego- el derecho de los pa¨ªses del bloque a seguir caminos propios. Sin embargo, la intervenci¨®n sangrienta de los tanques, el 4 de noviembre, fue decidida por los dirigentes del Kremlin en su conjunto. Lo que desbord¨® el vaso fue sin duda la demanda h¨²ngara de retirada del Pacto de Varsovia.
El mundo vio por televisi¨®n o en noticiarios cinematogr¨¢ficos el aplastamiento de la revoluci¨®n h¨²ngara. La justificaci¨®n dada por los sovi¨¦ticos -y aceptada entonces por todos los partidos comunistas del mundo- fue que se trataba de un movimiento reaccionario, fascista. Es cierto que se produjeron actos vand¨¢licos, pero esa mancha negra no pod¨ªa definir la revoluci¨®n h¨²ngara. El Gobierno Nagy y los consejos obreros hubiesen podido cortarlos sin la intervenci¨®n militar. La ejecuci¨®n de Nagy en 1958 indica hasta qu¨¦ punto los sovi¨¦ticos fueron implacables, no ya con un fascista, sino con un comunista culpable de defender una pol¨ªtica nacional.
El camino ulterior seguido por Hungr¨ªa ha sido muy interesante: partiendo de una brutal intervenci¨®n militar exterior, ha sido capaz, bajo la direcci¨®n de Kadar, el hombre colocado por Mosc¨², de articular en un largo proceso el r¨¦gimen m¨¢s flexible y liberal de los que existen en el bloque del Este.
En 1968 se produjo la primavera de Praga; al cabo de un nuevo ciclo de 12 a?os, en 1980, la explosi¨®n de Solidaridad en Polonia. Estos movimientos sociales profundos, con formas muy diversas, tienen algo com¨²n: la provisionalidad hist¨®rica de los reg¨ªmenes establecidos copiando el modelo de la URSS. El error b¨¢sico de Mosc¨² ha sido identificar unas exigencias de seguridad con el mantenimiento r¨ªgido de reg¨ªmenes de partido ¨²nico, sin pluralismo, sin libertades. Si Mosc¨² no logra elaborar una actitud m¨¢s inteligente y m¨¢s realista en este terreno, no cabe descartar la eventualidad de nuevas coyunturas traum¨¢ticas.
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