El espa?ol y lo cutre
La palabra cutre es una palabra rancia de viejos argots, que uno jam¨¢s ha usado, pero los j¨®venes (los j¨®venes creadores, claro) la han revitalizado y puesto en uso, no sin la consiguiente iron¨ªa, de modo que ya se puede escribir sobre lo cutre sin quedar cutre.Lo que m¨¢s le interesa a uno de lo cutre, naturalmente, no es el cutre involuntario, natural, la "herencia recibida" de lo cutre. Lo que m¨¢s le interesa a uno de lo cutre es, naturalmente, lo cutre como est¨¦tica, la est¨¦tica de lo cutre, la f¨®rmula del fe¨ªsmo nacional que llamamos cutre. Lo cutre, no es sino otro preciosismo. En la ¨²ltima pel¨ªcula de Fern¨¢n-G¨®mez, El viaje hacia ninguna parte, hay mucho cutre. Un cutre, deliberado en el que Fernando se recrea, como hac¨ªa Bu?uel, d¨¢ndolo directamente, en crudo, sin caer en el esteticismo de lo antiest¨¦tico. Y aqu¨ª de una reflexi¨®n literaria sobre lo cutre, con perd¨®n. Un cuento sobre poceros, de Ignacio Aldecoa, en los cincuenta/ sesenta, era tan preciosista como un poema de Gimferrer, padre y maestro m¨¢gico de nov¨ªsimos y postnov¨ªsimos, hoy. Porque lo cutre o lo exquisito no est¨¢n en el tema, claro, sino en el tratamiento. Aldecoa da a las caries de un tabernero un tratamiento exquisito, literariamente excelso. En esto ser¨ªa un postnov¨ªsimo y lo que menos importa es el objeto, la muela picada, sino, como siempre, la escritura. Nuestros porno de los veinte, Hoyos y Vinent y todo eso, quieren hacer la gran novela cosmopolita y europea, a lo Paul Morand, pero se quedan cutres. Y no porque Madrid no sea Par¨ªs, que eso poco cuenta, sino porque ellos no son Paul Morand. No hay gran diferencia, pues, entre el socialrealismo de postguerra y el venecianismo posterior. La diferencia, en todo caso, no est¨¢ en los temas, sino en quien los trata.
Aldecoa es un veneciano de los poceros (o Ferlosio), y hoy nos invaden los horteras, los cutres de lo veneciano. Nadie se salva por el tema ni por el g¨¦nero, hermanos. Cada cual se salva por s¨ª mismo, o se pierde. Explicado esto, parece indudable que Espa?a, a fuerza de ser cutre, siendo cutre a la fuerza, ha reflexionado sobre s¨ª misma y ha hecho de lo cutre (ahora que vamos a estar en el Club de los Diez) un g¨¦nero est¨¦tico como el barroco jesuita, el tremendismo de Alenza, el geometrismo de Sempere (junto a cuya silla de ruedas me arrodill¨¦ en sus ¨²ltimos momentos), o el cine/comic, de Almod¨®var.
Lo cutre, pues, se ha vuelto velazque?o en la pintura de Antonio L¨®pez, en el cine de Fern¨¢n-G¨®mez y Guti¨¦rrez Arag¨®n, en el teatro de Alonso de Santos, en el g¨¦nero ¨ªnfimo interpretado por un arist¨®crata como Luis Escobar. De lo cutre, que durante siglos ha sido la constante de la vida espa?ola los genios hicieron siempre su est¨¦tica. El Lazarillo, toda la novela picaresca, Quevedo a ratos (pues que Quevedo lo hizo todo, pase¨¢ndose siempre entre el cielo y el suelo), V¨¦lez de Guevara. El XVIII le pone peluca a lo cutre, pero Gald¨®s y Baroja nos dan ya lo cutre del XIX, retrospectivamente. Joaqu¨ªn Costa, en su casa aragonesa, dejando la grasa del pelo (no lavado) en la pared donde apoyaba la cabeza, y sus fervientes,
enmarcando esa huella de grasa en el museo/Costa, suponen para m¨ª el m¨¢ximo fetiche de lo cutre en la Historia de Espa?a. Lo he visto y me he mecido en la mecedora de Costa.
Franco fue el gran consagrador de lo cutre. Hab¨ªa que ser cutre (modesto, cumplidor, sufrido) para hacer carrera con Franco, y entre los cien ministros de su mandato de los 40/40 s¨®lo hubo dos hombres con personalidad: Gir¨®n y Fraga. El resto es una gris sucesi¨®n de cutres con orla.
En estos d¨ªas se denuncia la progresiva degradaci¨®n de las calles de Montera y Barco, que siempre fueron calles de lenocinio. Llamar a esta zona "barrio chino", como hace la Prensa, es redimirla, prodigarle un encanto casi tur¨ªstico. Pero nuestra prostituci¨®n es cutre, y ya se ha dedicado en esta serie una entrega a "las ni?as".
El espa?ol, cuando va a los barrios de putas de cualquier ciudad espa?ola, experimenta no s¨®lo el placer que busca, sino ese otro placer, que no busca ni racionaliza, de la inmersi¨®n en lo cutre, que los franceses llamaron "nostalgia del lodo". Jardines, Caballero de Gracia, Ballesta, son el eterno barrio chino madrile?o, que s¨®lo ahora, ir¨®nicamente, va teniendo una cierta nota chinesca, por los restaurantes ex¨®ticos que se instalan en ese tri¨¢ngulo mortal de las Bermudas locales. Venta ambulante, incontrolada, zocos callejeros, mendicidad infantil -?y c¨®mo imaginar unos zocos no callejeros?-, prostituci¨®n de esquina, drogas, delincuencia. Es el reino de lo cutre. Uno tiene definido lo canalla como "un cutre que se cree sublime". Basta frecuentar un poco las negras de la calle de la Cruz o las blancas de la plaza Jacinto Benavente para persuadirse de que la puta se cree sublime en el reino de lo cutre. Lo cutre, pues, consta de dos, como los Reyes Cat¨®licos: lo cutre canalla y lo cutre honrado, que, naturalmente, es mucho m¨¢s cutre. Es lo cutre resignado, sin rebeld¨ªa canallesca. Lo cutre espa?ol est¨¢ en el cine de Berlanga, en la pintura de Moreno Carbonero y, otras carboner¨ªas, en las novelas de Gald¨®s y Baroja, en la m¨²sica de Chueca. Es lo cutre asumido (y perd¨®n por la vieja palabra progre).
Uno dir¨ªa, apurando las cosas, que hay cutre en la poes¨ªa de Antonio Machado, que no es sino la gran l¨ªrica del aburrimiento nacional, Soria o Baeza, da lo mismo. No s¨¦ si ha quedado dicho en este cap¨ªtulo, pero son cutres Gald¨®s y Baroja, porque aceptan gozosos la cutreidad espa?ola, mientras que no lo es Valle-Incl¨¢n, que trata lo cutre, estableciendo una distancia est¨¦tica, o Cela, que establece siempre una gran distancia ir¨®nica: pero esto ha quedado claro a prop¨®sito de algunos socialrealistas de la segunda generaci¨®n de postguerra.
Lo cutre, en fin, es la gran tentaci¨®n nacional, y a cualquier director de cine le sale mejor una pensi¨®n con los resortes de la luz de perilla que con los de suave tacto como casual, que, por otra parte, pueden ser igualmente literarios, como nos ha demostrado el cine americano. Lo cutre, superado en Espa?a por la novela y la, poes¨ªa, sigue vigente en el cine porque los realizadores consideran m¨¢s fotog¨¦nica la pobreza que el lujo o la t¨¦cnica. Sobre todo, los realizadores intelectuales, claro. Lo cutre sigue vigente en la vida espa?ola, en algunos caf¨¦s, en algunas pensiones, y hay que tener muy fina hiperestesia para diferenciar lo cutre de lo proletario. Lo proletario no es cutre. Lo proletario ense?a una est¨¦tica m¨¢s ruda y, sobre todo, ha sido dignificado como "depositario de la Historia". Lo cutre es la clase media baja, que no da para m¨¢s. Lo cutre es aquello que G¨®mez de la Serna llam¨® "lo cursi", y sobre lo que hizo un ensayo genial en la revista de Bergam¨ªn, Cruz y Raya, que por sus signos (X / -), Juan Ram¨®n Jim¨¦nez llam¨® "la revista de m¨¢s o menos". Tambi¨¦n Benavente escribi¨® una comedia sobre lo cursi, y luego se dijo cutre, y ahora vuelve a decirse, porque los j¨®venes repescan ir¨®nicamente algunas palabras del argot paterno, como "pend¨®n". As¨ª, Olvido Alaska dice que "Dr¨¢cula es un poco pend¨®n".
La diferencia est¨¢ en que lo cursi es una mediocridad que se cree sublime (como lo canalla), mientras que lo cutre ya no espera nada de la vida, es m¨¢s natural, m¨¢s crudo, m¨¢s rudo, m¨¢s directo, y huele m¨¢s y mejor a urinario de pueblo. El espa?ol, en el fondo, ama lo cutre, porque se ha criado, generalmente, en la cutreidad, como ama lo cursi porque, al decir de Ortega, "lo cursi abriga". Lo cursi es un subrayado rosa e innecesario de la vida, y lo cutre es la vida tal cual, en directo, con su aldeana pretensi¨®n de confort.
El gran pintor y escritor de lo cutre es don Jos¨¦ Guti¨¦rrez Solana, naturalmente, que pint¨® y escribi¨® las gallinejas de Ventas mejor que todo el 98 y sucesores. Solana es un se?orito santand¨¦rino, un poco burro, que se queda estupefacto ante lo cutre de Madrid, que ve como el reborde eban¨ªstico y sobrante del espejo, como lo gordo de la carne. Otros han pintado lo cursi, pero Solana pinta directamente lo cutre, y de ah¨ª su grandeza. Es el Van Gogh, igualmente loco, pero con dos orejas, de las giganteas rnadrile?as de lo cutre, que son esas giganteas que a¨²n se venden los domingos, por las esquinas con soldados, como girasoles del sol de los pobres.
Lo cutre, en fin, a medida que lo vamos superando y olvidando en la vida, tiene m¨¢s vigencia en el arte, y ah¨ª est¨¢, ya digo, lo cutre, estilizado, velazquizado, en la pintura genial de Antonio L¨®pez, en el cine de Berlanga, Fern¨¢n-G¨®mez y Guti¨¦rrez Arag¨®n.
Para un soci¨®logo, esta vigencia est¨¦tica de lo cutre ser¨¢, sin duda, el mejor dato de su superaci¨®n social y econ¨®mica. Como dijo don Antonio, sin ser economista, "se canta lo que se pierde".
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