?Cu¨¢nto Estado nos sobra?, ?cuanto Estado nos falta?
La ola de neoliberalismo que nos invade no es necesariamente perniciosa en un pa¨ªs como el nuestro.Pero algunas de las peculiaridades con que se manifiesta entre nosotros obligan a dedicarla un examen minucioso y, yo dir¨ªa, desconfiado. Porque corremos el riesgo, tal como la mercanc¨ªa nos viene ofrecida, de vernos obligados a descubrir una y otra vez el Mediterr¨¢neo y a tener que aceptar como buenas medias verdades que, como todo el mundo sabe, son peores que las mentiras completas.
Somos herederos de un Estado que desarroll¨®, desde fines del siglo pasado, cierta doctrina de intervenci¨®n en la vida social, en la que, junto a las tradicionales funciones de defensa de un determinado orden social, y por tanto jur¨ªdico y de relaciones de propiedad, fue cobrando cada vez m¨¢s importancia la de m¨¢ximo responsable de lo que con los a?os (los felices sesenta) acabar¨ªamos llamando el desarrollo econ¨®mico. O, en otras palabras, la de m¨¢ximo responsable del desarrollo de un capitalismo nacional que, justo en aquellos a?os, genera una filosof¨ªa proteccionista a ultranza que no es sino la otra cara de la moneda de la nueva concepci¨®n, llam¨¦mosle posliberal, del Estado.
El instrumento inicial de aquella filosof¨ªa es naturalmente el arancel. Pero, con el tiempo, todos los instrumentos de la acci¨®n estatal cl¨¢sica, desde el impuesto hasta el presupuesto de gastos, o los mecanismos de control administrativo tales como las autorizaciones y registros, terminan por constituir una verdadera panoplia, ofensiva y defensiva, al servicio de la nueva concepci¨®n del Estado y de la econom¨ªa.
La apoteosis del modelo llega con las dos dictaduras que llenan, juntas, la mitad de lo que llevamos de siglo. Y aunque se trata de una evoluci¨®n que no es ajena a lo que sucede por las mismas fechas en el entorno europeo, la excepcional duraci¨®n de la dictadura de Franco prolonga entre nosotros la vigencia de aquel modelo cuando ¨¦ste hac¨ªa tiempo que estaba caduco en toda Europa.
La campana
En efecto, la campana que anuncia el final de ese modelo pol¨ªtico y econ¨®mico suena en Europa con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la derrota de los fascismos y las consecuencias que los Estados Europeos sacan de ella. Y entre ellas, de modo fundamental, la creaci¨®n de un espacio pol¨ªtico supranacional en cuyo interior las trabas administrativas y pol¨ªticas al libre movimiento de capitales y mercanc¨ªas estaban llamadas a desaparecer; la libre circulaci¨®n de los ciudadanos y de los trabajadores era desde luego mirada con mucho menos entusiasmo.
La prolongaci¨®n de la vida f¨ªsica y pol¨ªtica de Franco, por obra de la naturaleza y tambi¨¦n del p¨¢nico -luego se ha visto que injustificado- de la derecha espa?ola a lo que pudiera venir despu¨¦s, retras¨® hasta 1977 y siguientes un proceso de desregulaci¨®n que hab¨ªa sido llevado a cabo, por recordar algunos ejemplos, en los a?os posteriores a la Segunda Guerra Mundial en la Alemania nazi y en el Jap¨®n imperial, de la mano de las autoridades aliadas de ocupaci¨®n.
Es Espa?a ha sido un camino necesario recorrido tanto por los ministros de UCD como por sus sucesores socialistas en el ¨¢rea econ¨®mica.
?sa era verdaderamente la parte de Estado que nos sobraba, pero no era necesario (?o tal vez s¨ª?) el fervor neoliberal-reaganiano para mostr¨¢rnoslo.
Ese fervor ha impedido en cambio a nuestros neoliberales reconocer otra parte de la realidad que tiene una importancia similar para las perspectivas de transformaci¨®n y progreso en Espa?a, tanto en el plano econ¨®mico como en el social y pol¨ªtico.
Porque el proceso a que nos refer¨ªamos ha provocado una preterici¨®n, cuando no el total abandono por el Estado, de aquellos fines de inter¨¦s general para la ciudadan¨ªa, que arrancan por otra parte de la mejor tradici¨®n liberal.
Todas aquellas intervenciones y reglamentaciones ten¨ªan como norte, no el bienestar de los ciudadanos, sino la defensa de sectores productivos que llegaron, en los dorados a?os del desarrollo bajo la dictadura, a convertir el servicio a sus propias necesidades en la regla de oro de la buena administraci¨®n. De hecho, la constante referencia a los "intereses del sector" es un lenguaje que todav¨ªa circula como norma de conducta entre buen n¨²mero de gestores de la cosa p¨²blica.
Es natural que, supeditados a esos fines tanto los controles administrativos como los recursos financieros del Estado, apenas quedara atenci¨®n ni dinero que consagrar a aquellos valores y objetivos que una larga tradici¨®n liberal y democr¨¢tica identifica como fines propios del Estado: la seguridad, la libertad y el bienestar de los ciudadanos.
Y as¨ª, nuestros instrumentos de control en materias tales como seguridad (no s¨®lo frente a los terroristas o los delincuentes comunes, sino en el tr¨¢fico o en el trabajo), o sanidad e higiene y otras similares, son decididamente raqu¨ªticos en relaci¨®n con los pa¨ªses de nuestro entorno. Y nuestros d¨¦ficit en materia de servicios p¨²blicos, urbanismo, comunicaciones y otras infraestructuras colectivas son de sobra conocidos.
?sta es la parte de Estado que nos falta. Y que, para decirlo todo, falta especialmente en aquellos sectores menos favorecidos, que no tienen los medios para suplir las carencias p¨²blicas con el confort privado.
El d¨ªa en que nuestros neoliberales incorporen a su discurso algo sobre esa parte de Estado que nos falta podremos creer que su discurso es algo m¨¢s que la en¨¦sima muestra de insolidaridad que la derecha espa?ola ha convertido en un elemento consustancial de su mensaje pol¨ªtico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.