La Casa Blanca intenta limitar los da?os causados por la 'conexi¨®n iran¨ª'
El presidente Ronald Reagan parece haber perdido el control sobre la cabriola iran¨ª. Sus principales asesores elaboraron, en el curso de una reuni¨®n celebrada en Camp David el pasado fin de semana, una estrategia para contener los efectos negativos desencadenados por la pol¨¦mica venta de armas a Ir¨¢n. ?stos parecen ser sus principales puntos:- Autorizar, e incluso animar, al secretario de Estado, George Shultz, a que haga p¨²blicas sus diferencias. Se espera que ello sea para ¨¦l una v¨¢lvula de escape que le permita liberar la presi¨®n suficiente para posponer su dimisi¨®n, un hecho que actualmente parece casi inevitable. No es un secreto que Shultz est¨¢ harto y que as¨ª se lo ha manifestado al presidente. Sus quejas no s¨®lo se refieren a la operaci¨®n de venta de armas a Ir¨¢n, sino que tambi¨¦n se centran en el programa de desinformaci¨®n sobre Libia y el ingente esfuerzo preelectoral llevado a cabo por la Administraci¨®n con el fin de echar por tierra su p¨²blica desilusi¨®n ante el fracaso de las conversaciones sobre desarme en la cumbre de Reikiavik. Para colmo, la posterior reuni¨®n que Shultz mantuvo en Viena con el ministro de Exteriores sovi¨¦tico, Edvard Shevardnadze, demostr¨® que el secretario de Estado ten¨ªa raz¨®n.
- La celebraci¨®n de una nueva conferencia de prensa de Reagan para explicar la operaci¨®n iran¨ª. Lo m¨¢s dificil para Reagan ser¨¢ reconciliar las explicaciones contradictorias de que su actuaci¨®n estuvo movida por un sentimiento de compasi¨®n hacia los rehenes en Ir¨¢n y la de que su rescate no fue el objetivo real de la operaci¨®n.
- Desviar las investigaciones de los comit¨¦s de inteligencia del Congreso que tienen previsto iniciar sus audiencias el pr¨®ximo viernes para evitar que se centren en la CIA en la sombra del coronel Olver North que opera al amparo del Consejo de Seguridad Nacional, y que fue creada con el fin de dificultar no s¨®lo las investigaciones parlamentarias sobre Ir¨¢n sino tambi¨¦n las referentes a la ayuda militar facilitada a la contra nicarag¨¹ense.
Con este fin, se est¨¢ invocando la facultad del poder ejecutivo para impedir que declare el consejero de Seguridad Nacional, John Poindexter, al que Shultz, en una entrevista televisada, ha se?alado como la figura clave de la operaci¨®n iran¨ª. En su lugar, se ha ofrecido como cabeza de turco el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Casey. Algunos de los mismos altos asesores que al principio afirmaron que la CIA no estaba involucrada en la operaci¨®n han informado posteriormente que la agencia estuvo representada en todas las reuniones mantenidas con los iran¨ªes y que Casey recibi¨® una orden directa del presidente, en enero, para que ocultara la operaci¨®n al Congreso.
La Administraci¨®n de Reagan espera que los temas secundarios, como es el de si notificar una operaci¨®n secreta diez meses despu¨¦s de iniciarse se corresponde con los plazos de la legislaci¨®n vigente, dar¨¢n a los comit¨¦s del Congreso materia suficiente sobre la que meditar. Incluso en el caso de que el poderoso Casey tenga que dar ahora la cara, su sacrificio es considerado como preferible a permitir que la presi¨®n aumente de cara a la toma de posesi¨®n en enero de un Congreso mayoritariamente dem¨®crata.
Este plan para limitar los da?os de la operaci¨®n iran¨ª puede tener ¨¦xito o no pero, en todo caso, tendr¨¢ que dar alg¨²n resultado hasta que a alquien, en la Casa Blanca, no se le ocurra una idea mejor o surja alguna otra crisis que desv¨ªe la atenci¨®n del mundo entero de este asunto.
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