El efecto Eco
El efecto Eco, la avalancha Eco. Es incre¨ªble, pero contin¨²a. A los seis a?os de su publicaci¨®n, El nombre de la rosa, de Umberto Eco, suele figurar todav¨ªa en las clasificaciones de los ¨¦xitos de venta. Los lectores italianos aumentan, y aumentan las traducciones a otras lenguas: ahora van a salir a la calle la japonesa y la israel¨ª, que se a?adir¨¢n a las otras 22 lenguas a las que la novela ha sido traducida ya, con un total de cinco millones de ejemplares vendidos. Resumiendo, Eco es un t¨®nico para el mercado editorial italiano. Cuando se present¨® El nombre de la rosa, en octubre de 1980, en la Buchmesse, de Francfort, se convirti¨® enseguida en la punta de diamante de la Italia de los escritores. Y a partir del a?o siguiente, gracias a la fama obtenida por Eco, se desencaden¨® una caza al escritor italiano joven o viejo, principiante o veterano.En la Buchinesse de este a?o los talent scouts extranjeros segu¨ªan pidiendo a nuestros editores novelas para traducir, con la esperanza de repetir el ¨¦xito comercial de El nombre de la rosa.
Los ecos de Eco, con todo, est¨¢n destinados a multiplicarse en la aldea global dominada por los mass-media. El realizador franc¨¦s Jean-Jacques Annaud, con el filme rodado a partir de la novela ha vuelto a abrir, y no s¨®lo en Italia, las discusiones sobre el caso Eco. En el estreno americano de Nueva York y en el europeo de Florencia los cr¨ªticos no han apreciado la versi¨®n cinematogr¨¢fica. Son muchas las opiniones que coinciden en que el filme ha traicionado el libro, o bien que el filme no est¨¢ a la altura de la obra literaria.
Ahora bien, ?es posible acaso hablar de Eco y de El nombre de la rosa como si fuese tan s¨®lo un novelista, o una obra meramente literaria, o un filme? Sobre las razones que llevaron a Eco a escribir la novela, sobre los contenidos y la forma de su obra policiaca medieval, sobre la excepcional aceptaci¨®n que tuvo por parte de los lectores, tenemos ya toda una literatura amplia y numerosa. Sin embargo, en todos los casos las respuestas que nos iban dando los cr¨ªticos no nos satisfac¨ªan y nos remit¨ªan a otros interrogantes, y ¨¦stos a otras respuestas, como en un juego perverso de cajas chinas, como un catalejo que se prolongase hasta el infinito. Y si algunas respuestas nos parec¨ªan- satisfactorias durante un momento, aparec¨ªan otros puntos de vista para complicarlas.
Por ejemplo, nadie hab¨ªa previsto que un mercado despiadado y dificil como el estadounidense acabase convirti¨¦ndose en una extraordinaria caja de resonancia para los valores est¨¦ticos y comerciales del libro. E igualmente ha sido una sorpresa la intensa comunicaci¨®n boca a boca que se ha producido entre los lectores, una verdadera proliferaci¨®n dantesca de voces que han creado un halo de verdadero cult book en torno a El nombre de la rosa. As¨ª pues, se equivoca quien haya inventado el juego de palabras "Eco es s¨®lo un eco", porque en estos ecos de Eco hay mucha sustancia.
El nombre de la rosa, as¨ª, es algo m¨¢s que una novela. Es algo m¨¢s que una pel¨ªcula. Junto con la polifac¨¦tica personalidad del autor, es un complejo fen¨®meno cultural -no s¨®lo de elite, aunque todav¨ªa no de masas- que ha tenido gran acogida en esa categor¨ªa, tan sensible al snob appeal, que en muchos pa¨ªses podemos definir ya como elite de masas. La novela de Eco -escrita para ser traducida, seg¨²n la aguda paradoja de Decio Pignatari- ha permitido homologar el horizonte de expectativas de millones de lectores a un nivel m¨¢s elevado de lo normal para este tipo de ¨¦xitos. El lector de cualquier pa¨ªs que se haya acercado a un libro tan refinado como ¨¦ste, con citas en lat¨ªn, ambientado en la Edad Media -¨¦poca que hoy est¨¢ de moda-, que guina un ojo a la actualidad, se siente promovido, gratificado, se ve introducido en un club exclusivo de elevado potencial intelectual; es decir, se siente miembro de la llamada elite de masas. Y descubre adem¨¢s, como, ha dicho el medievalista franc¨¦s Jacques le Goff, asesor hist¨®rico del filme de Annaud, que "los grandes debates ideol¨®gicos actuales exist¨ªan ya entonces".
As¨ª, El nombre de la rosa, para hacer realidad el antiguo sue?o de una Weltliteratur, de una literatura universal muy distinta de la literatura de dimensiones plenetarlas de los ¨¦xitos de venta de consumo, gracias a la conciencia existente hoy d¨ªa de que este sue?o, incluso con respecto a la literatura elevada, es algo que puede realizarse s¨®lo con la ayuda de la industria editorial y de todos los instrumentos de la comunicaci¨®n.
Eco, como todos sabemos, no es un narrador profesional, aun cuando algunos de sus ensayos te¨®ricos fueron construidos con estrategias t¨ªpicamente novelescas. El arco de este intelectual m¨²ltiple que es Eco puede lanzar numerosas flechas, que se llaman filosofia, est¨¦tica, semiolog¨ªa, massmediolog¨ªa, sociolog¨ªa, periodismo... Eco, adem¨¢s, posee una experiencia del mundo editorial de m¨¢s de 30 a?os, es un profesor universitario con extraordinarias inclinaciones pedag¨®gicas y did¨¢cticas, reconocidas en medio mundo, de Bolonia a Yale y de Nueva York a Par¨ªs. A pesar de sus constantes desplazamientos para dar conferencias, seminarios, congresos, premios, licenciaturas ad honorem, etc¨¦tera, este aut¨¦ntico cl¨¦rigo vagabundo no deja nunca, pese a todo, de dar sus clases. Dar clase le gusta, lo considera su tarea principal (que es incluso socialmente peligrosa, si es cierto, como dicen, que imprime en sus alumnos unos conceptos de los que luego es dificil liberarse).
Todo este intenso aparato cultural de teor¨ªa y de activismo ?le ha servido a Eco para construir una novela universal como El nombre de la rosa? ?Y para escribirla de manera que resultase ya apta para la pantalla, para hollywoodizarla, como ha dicho Edoardo Sanguinetti, su ex compa?ero del Grupo 63 y hoy su furibundo enemigo? Responder que s¨ª ser¨ªa demasiado triv¨ªal: en la creaci¨®n literaria y en otras dimensiones creativas hay siempre un lago indefinible, imposible de reducir a objeto de investigaci¨®n.
Por otro lado, las estrategias de laboratorio suelen fallar ante la prueba del p¨²blico, del mercado. Lo que cuenta, en cambio, es conocer y practicar los ant¨ªdotos para las acechanzas de la aldea global que achata y uniformiza. El cosmpolita Eco lo sabe bien: te¨®rico de. la guerrilla semiol¨®gica, iluminista bizantino experto en artificios ret¨®ricos y dial¨¦cticos, se protege con inteligencia de su exposici¨®n al fuego de los mass media.
As¨ª pues, ahora es casi superfluo que nos preguntemos s¨ª Eco ten¨ªa conciencia o no de sus estrategias comunicativas y s¨ª quer¨ªa o no que su novela fuese apta para ser traducida en todo el mundo y llevada al cine. Si es cierto que en Eco habita un genio massmedi¨¢tico, es igualmente cierto que El nombre de la rosa ha demostrado poseer cualidades massmedi¨¢ticas m¨¢s adecuadas a la categor¨ªa del mito que a la del mercado. Pero se trata de un mito que se muerde la cola y que se refleja sobre el mercado, un mito creado por el p¨²blico, ese lector in fabula al que Eco ha dedicado uno de sus m¨¢s atractivos ensayos. Es el mito del ansia de conocer, que incluso el p¨²blico menos culto intuye oscuramente. El autor de El nombre de la rosa, humano, demasiado humano, se?or de los signos (hacia los cuales exhibe una omn¨ªvora carnalidad rebelaisiana), condenado por la realidad de los signos a la imposibilidad laica y racional de creer en los sue?os, ha querido transmitir este mito a sus personajes, a sus lectores, sin negarse nada, ni siquiera alg¨²n sobresalto metafisico.
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