?Los ¨²ltimos verdaderos espa?oles?
Una de las cosas que m¨¢s llama la atenci¨®n de los observadores de la pol¨ªtica espa?ola es que, habi¨¦ndose inventado el Estado de las autonom¨ªas como respuesta a las tensiones separatistas en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco, ocho a?os despu¨¦s de aprobada la Constituci¨®n, estas dos comunidades, junto con Galicia y Navarra -es decir, las llamadas autonom¨ªas hist¨®ricas-, sean precisamente las ¨²nicas que no han recibido a¨²n todas sus corripetencias de autogobierno. Pero en Euskadi la situaci¨®n es obviamente peor que en el resto. Porque no s¨®lo permanece el contencioso con Madrid, agitado desde las m¨¢s variadas tribunas y dramatizado por el terrorismo, sino que, adem¨¢s, la sociedad vasca se ha escindido en pedazos, cre¨¢ndose en ella una verdadera fractura civil.En los albores de la transici¨®n, la bandera nacionalista era izada por muchas ni¨¢s manos de las imaginables en casi todas y cada una de las regiones de la Pen¨ªnsula. Una mezcla de oportunismo y de inocencia arrastr¨® a la mayor¨ªa de las formaciones pol¨ªticas a reclamar para s¨ª las se?as constituyentes de la identidad nacional de cada pueblo. De ser un distintivo pol¨ªtieo, el nacionalismo pas¨® a convertirse en una especie de estribillo incomprensible en muchos casos. La exaltaci¨®n ideol¨®gica que acompa?¨® a estos prontinciamientos ayud¨® a aumentar la confusi¨®n de manera que durante alg¨²n tiempo se pudo pensar que el nacionalismo no era patrimonio de ninguno, sino de todos a la vez: socialistas, comunistas, democristianos, centristas, conservadores, liberales..., todos reivindicaban para s¨ª el honor de ser m¨¢s catalanistas, vasquistas, an,dalucistas, galleguistas o murcianistas que nadie.
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Con lo que el poder central pudo sufrir el espejismo de que el nacionalismo, en determinadas zonas de Espa?a, no era, en efecto, un problema planteado por los nacionalistas ni ten¨ªa nada que ver con lo que en realidad tiene que ver: la demanda, ut¨®pica o no, de un proyecto independentista por sectores de la sociedad vasca y catalana, imbuidos de un concepto sentimental del problema, pero tambi¨¦n presos de un conflicto de intereses. Y el apoyo de ese proyecto, en el caso de Euskadi, por una organizaci¨®n armada dedicada a la extorsi¨®n, el secuestro y el asesinato.
El paso del tiempo y el asentamiento de la democracia han acabado con la ficci¨®n de que el nacionalismo vasco pudiera ser equiparable a la voluntad auton¨®mica extreme?a, pero no han logrado mejorar las condiciones del debate en el propio Euskadi. Antes bien, el nacionalismo, como se?a de identidad, ha sido tan manipulado por los partidos y tan sometido a la reyerta personal que hoy apenas es definidor de una opci¨®n pol¨ªtica concreta. El an¨¢lisis habitual lleva a decir que la suma de los votos nacionalistas en Euskadi es mayor¨ªa. Pero a estas alturas constituye una formidable ficci¨®n suponer que las proposiciones de Euskadiko Ezkerra para la gobernaci¨®n del Pa¨ªs Vasco sean m¨¢s afines a las del Partido Nacionalista Vasco (PNV) o Herri Batasuna (HB) que a las del partido socialista. Lo sorprendente, si bien se mira, es que, por un lado, cualquier soluci¨®n para Euskadi pasa por la permanencia en el poder de los partidos identificados con el sentimiento nacionalista; pero, por el otro, la sociedad vasca se ha fraccionado precisamente en el seno de su nacionalismo, que ha quedado desfigurado como eventual n¨²cleo de una opci¨®n diferente frente a los partidos llamados espa?oles. Y esa situaci¨®n de potencial enfrentamiento civil, esa especie de batalla de todos contra todos que vive el territorio, es tan preocupante y de efectos tan perturbadores como la propia contumacia de los violentos.
En medio de ese panorama, las elecciones auton¨®micas que hoy se celebran amenazan con revelarse casi completamente in¨²tiles. Si los sondeos aciertan, el resultado que arrojen las urnas no ha de variar en lo esencial el mapa pol¨ªtico. S¨®lo una victoria del PSOE -gracias al cisma del PNV- o un cambio significativo del apoyo popular a HB podr¨ªa generar novedades trascendentes. Euskadiko Ezkerra (EE), que re¨²ne entre sus l¨ªderes lo m¨¢s l¨²cido de la pol¨ªtica vasca, parece condenado a ser un partido de elites pensantes, una especie de laboratorio de ideas para que los dem¨¢s las pongan en pr¨¢ctica. Y la interesante pol¨¦mica que escindi¨® al PNV entre su sector m¨¢s arcaizante, que defend¨ªa Arzalluz, y los modernizadores disidentes, encabezados por Garaikoetxea, se ha visto desfigurada por los resentimientos y las agresiones personales.
El propio desarrollo de la campa?a no ha sido muy alentador, y el pesimismo con vistas al futuro est¨¢ m¨¢s que justificado. Como ha puesto de relieve Patxo Unzueta, los actores de la pol¨ªtica han sido v¨ªctimas de la tentaci¨®n de las palabras. Y a ella responden los pronunciamientos constantes sobre si el Estatuto de Gernika es o no s¨®lo un punto de partida, o un "estatuto de m¨ªnimos". No hay m¨¢ximos o m¨ªnimos, sino la definici¨®n de unos l¨ªmites, en la redacci¨®n de un texto que tiene de hecho rango constitucional; ni es un documento jur¨ªdico el mejor term¨®metro de los anhelos sentimentales de un pueblo. El Estatuto de Gernika es el que es, votado por la mayor¨ªa de los vascos con apoyo sustancial de los partidos que hoy entran en liza. Puede modificarse, pero no se trata de un texto b¨ªblico al que haya que someter a continua ex¨¦gesis sobre su verdadero y profundo o su aparente y superficial significado. Desacreditar la utilidad del estatuto es doblemente peligroso cuando la soluci¨®n al deprimente panorama actual s¨®lo puede venir a trav¨¦s de las oportunidades de autogobierno que ofrece. Son los vascos quienes deben dar respuesta a los problemas de la sociedad vasca, y por eso es tanto m¨¢s irritante la pol¨ªtica seguida recientemente desde Madrid: acusando insidiosamente a los jueces de sucumbir al chantaje del miedo, alentando la insubordinaci¨®n ante ellos de la Guardia Civil, desconfiando abiertamente de las posibilidades de la polic¨ªa auton¨®mica; actitudes, todas ellas, que parecen sugerir la torpe idea de que la violencia en Euskadi debe arreglarse desde fuera de Euskadi.
Reflexi¨®n aparte merece el papel desempe?ado en esta campa?a por HB, en el que se alumbran leves indicios de su eventual integraci¨®n en las instituciones democr¨¢ticas vascas. La t¨¢ctica seguida durante tanto tiempo por el poder central de aislamiento de esta opci¨®n independentista, consider¨¢ndola nada m¨¢s que como el ap¨¦ndice o la cabeza de ETA, no ha hecho sino beneficiar a los terroristas y contribuir a una fragmentaci¨®n del mapa pol¨ªtico. Por repugnantes que resulten sus silencios frente a los asesinatos, torturas y brutalidades de ETA, una fuerza pol¨ªtica que representa pertinazmente m¨¢s del 10% del electorado no puede ser tratada como un manojo de delincuentes, aun si hay un manojo de ¨¦stos que se aprovechan de ella. La presencia en las pantallas de Televisi¨®n Espa?ola de sus candidatos, en pie de igualdad con los del resto de los partidos, ha servido para anular cualquier pretexto de discriminaci¨®n y para poner de relieve la pobreza de discurso de los l¨ªderes del radicalismo abertzale. Pero, miserable o enjundioso, ese discurso tiene el derecho a hacerse o¨ªr de forma pac¨ªfica, y el deber consiguiente de enfrentarse a quienes lo quieren imponer a tiros.
La propuesta general de HB gira en torno al derecho de autodeterminaci¨®n y a la negociaci¨®n. Hace ahora un a?o que, con motivo de la presentaci¨®n en Madrid de un libro que patrocinaban sectores vecinos a la coalici¨®n abertzale, tuve ocasi¨®n ya de decir p¨²blicamente'algo que me parece oportuno recordar en un d¨ªa como hoy. "El pueblo vasco", dije entonces, "ha tenido ocasi¨®n repetidas veces de pronunciarse sobre su destino en los ¨²ltimos 10 a?os y en diversas votaciones. Aun si la abstenci¨®n en torno al texto constitucional pudo arrojar dudas pol¨ªticas (no jur¨ªdicas, de acuerdo- con los resultados de las urnas) sobre el futuro de la comunidad aut¨®noma en el seno de la democracia espanola, las sucesivas votaciones sobre el estatuto, las elecciones auton¨®micas y las legislativas y municipales han puesto de relieve cu¨¢l es el sentir mayoritario de los vascos. Para quienes creemos en la democracia representativa, la autodeterminaci¨®n no puede ser un concepto abstracto, encarnador de una ideolog¨ªa que d¨¦ pie a toda clase de ensimismaciones te¨®ricas. Antes bien, es la posibilidad real de los individuos y grupos de una comunidad de expresarse libremente sobre su futuro, formas de vida y convivencia. En el caso de Euskadi, el pueblo vasco se ha autodeterminado con la votaci¨®n del estatuto, independientemente de cu¨¢l sea el juicio que merezca ¨¦ste a cada cual y de que est¨¦n en su derecho quienes desean reformarlo. Pero he de a?adir que no es posible hacer una pol¨ªtica moderna que no parta de la identificaci¨®n de un pueblo como la del conjunto de los ciudadanos que lo forman. Su autodeterminaci¨®n es la resultante de la de cada uno de esos ciudadanos en el ejercicio de su condici¨®n de tales. La atribuci¨®n al pueblo de unos valores trascendentes o inmanentes que desbordar¨ªan la voluntad de los propios integrantes de esa comunidad es, de nuevo, una enso?aci¨®n te¨®rica de signos totalitarios".
La campa?a electoral que hoy culmina en las urnas se ha visto, no obstante, trufada de estas apelaciones a la trascendencia. Los l¨ªderes, sobre todo los del nacionalismo de corte cl¨¢sico -incluido, desde luego, el nacionalismo espa?ol-, parecen m¨¢s preocupados por ejercer una mirada introspectiva sobre el ser de Euskadi quepor delinear claramente una propuesta de convivencia pol¨ªtica. Los partidos que llegan de la meseta, o de m¨¢s all¨¢, no han escapado tampoco a la tentaci¨®n de plantearse la batalla electoral como un escarceo existencial sobre el devenir de Espa?a, Pa¨ªs Vasco incluido. Todo el mundo habla de paz, pero casi nadie explica c¨®mo piensa conseguirla. Y ha sido tal la cantidad de fundamentalismo ideol¨®gico vertido en este debate, en el que las discusiones han sido rubricadas a menudo con la sangre, que uno est¨¢ tentado de dar la raz¨®n a ese amigo extranjero que me comentaba el otro d¨ªa: "En realidad, s¨®lo puede entenderse a los vascos si se admite que constituyen los ¨²ltimos verdaderos espa?oles de la historia".
Frente al pronunciamiento existencial que a estos ciudadanos de la Espa?a democr¨¢tica se les quiere exigir hoy ante las urnas, no estar¨ªa de m¨¢s, a partir del d¨ªa de ma?ana, que se hiciera un esfuerzo de racionalidad en el di¨¢logo. Esfuerzo que ha de partir de todos, pues dif¨ªlcilmente puede decirse, contra lo que supone el Gobierno socialista, que hay quien tiene el monopolio de la cordura en la discusi¨®n. Es preciso hacer algo concreto -y huir de las declaraciones de principio- para lograr la pacificaci¨®n de la vida cotidiana en Euskadi, la restauraci¨®n de su entramado pol¨ªtico y civil, la recuperaci¨®n de su cada vez m¨¢s deteriorada econom¨ªa. Y eso s¨®lo puede hacerse a trav¨¦s de un di¨¢logo cuya condici¨®n primera es el cese de la violencia. Para que todas las voces, todas las disidencias, todas las protestas, sean escuchadas y nadie sea obligado a callar. S¨®lo las armas.
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