Los otros monstruos del Prado
Otros monstruos, peor atendidos y desgraciadamente desplazados de sus anteriores y c¨®modos aposentos, y distintos a los enanos y bufones recientemente expuestos en el Museo del Prado, nos muestran la incuria de unas concepciones muse¨ªsticas que podr¨ªamos calificar de monstruosas. Monstruosas, ya sin connotaciones est¨¦ticamente positivas, ya que esta vez se trata de la tan discutible reforma del museo, y precisamente de la nueva y desgraciada presentaci¨®n de las pinturas negras de Goya, conjunto que constituye una de las obras m¨¢s hermosas, poderosas, esenciales y monstruosas de la pintura espa?ola.Hace alg¨²n tiempo, desde estas mismas p¨¢ginas -EL PA?S, 23 de agosto de 1983-, llamamos la atenci¨®n al constatar la deficiente protecci¨®n de las pinturas negras y su lamentable estado de conservaci¨®n. Recordemos que los descascarillados de las superficies eran acentuados por la acci¨®n de los visitantes, que los vigilantes ignoraban, y que en uno de sus cuarteamientos obervamos el heterodoxo detalle de un fragmento de pluma de un utensilio de limpieza.
Los desprendimientos, salvo un cr¨¢ter blanquecino, tan descarado como pat¨¦tico, han sido cubiertos siguiendo los consejos de un comit¨¦ internacional que, por otra parte, y dado el lamentable y fr¨¢gil estado de las pinturas, manifestaba su impotencia en la proposici¨®n de una soluci¨®n definitiva. Muchos recordamos el estado de las pinturas hace muy pocas d¨¦cadas: no exist¨ªan desprendimientos y solamente el azulamiento del barniz velaba en parte su intensidad expresiva. Es presumible que el nuevo barniz, aplicado entonces de forma inadecuada, haya contribuido en parte a su actual degradaci¨®n.
Sensibilidad
En dicho informe ya se nos amenazaba con "una presentaci¨®n m¨¢s satisfactoria, sin los marcos que tienen en la actualidad; una presentaci¨®n que pueda sugerir su funci¨®n original y su car¨¢cter de pinturas murales", a?adi¨¦ndose, para mayor tranquilidad de los amantes del museo, que "este cometido demanda, desde luego, la ayuda de un decorador de gran sensibilidad".
Por cierto que en la versi¨®n del informe publicado en el n¨²mero 12 del Bolet¨ªn del Museo del Prado, este ¨²ltimo apartado ha sufrido una sutil alteraci¨®n, aconsej¨¢ndose esta vez "la ayuda de un t¨¦cnico de gran sensibilidad, especializado en museolog¨ªa". La temible proposici¨®n se ha llevado a cabo, y el problema que plantea la nueva y desgraciada presentaci¨®n se relaciona precisamente con la ausencia de ese verdadero t¨¦cnico muse¨®logo y con el mantenimiento de conceptos decorativos que han suscitado un¨¢nime repulsa. En realidad, el conjunto de las pinturas negras se ha prestado a uno de los m¨¢s colosales errores muse¨ªsticos cometidos en los ¨²ltimos a?os en el mundo entero.
El intento de devolver a las pinturas negras su car¨¢cter de pintura mural es insensato, no solamente por la imposibilidad de recrear el ambiente de la Quinta del Sordo, en cuyos muros fueron pintadas, sino por algo mucho m¨¢s sensible y evidente, como es el hecho de que estas pinturas, con el tiempo, han acabado por convertirse sencilla mente en cuadros. Se trata de un problema de valoraci¨®n tanto como de percepci¨®n. Conocemos la disposici¨®n originaria de las pinturas en las dos plantas de la Quinta del pintor, desconoci¨¦ndose naturalmente el v¨ªvido con texto en las que se encontraban.
Siendo imposible y absurda tal reconstrucci¨®n ambiental, preciso es convenir que su situaci¨®n originaria a dos niveles arquitect¨®nicos justificar¨ªa dif¨ªcilmente un montaje en una sola sala con el pretexto de sugerir su primaria situaci¨®n mural. Es m¨¢s, la reciente aparici¨®n de dos clich¨¦s realizados antes del tras lado del muro a la tela hace suponer la existencia de un falso marco de escayola que recercaba las pinturas, dato en perfecta contradicci¨®n con la presentaci¨®n ahora ofrecida.
El problema, en realidad, debe plantearse dentro de la falsedad de unos conceptos muse¨ªsticos que, sin lograr una mejor¨ªa perceptiva, no proponen m¨¢s que soluciones huecas y caprichosas, mediante las cuales se acaba por traicionar el mensaje de ciertas obras. La verdadera modernidad, en este caso bien preciso, hubiera consistido simplemente en dejar las pinturas enmarcadas en el ¨¢mbito que la memoria re conoce, protegi¨¦ndolas convenientemente y climatizando las salas.
Hay un hecho incuestionable: las pinturas, ya degradadas, fueron trasladadas a tela, mediante una t¨¦cnica deficiente, entre los a?os 1874 y 1878, siendo retocadas profundamente en aquel instante y adquiriendo, tras su separaci¨®n del modesto contexto arquitect¨®nico, el car¨¢cter de cuadros, es decir, de precisas ventanas que limitan las parcelas de un mundo imaginario, inquietante y poderoso, fatalmente desgajado del espacio para el que fueron creadas.
Es m¨¢s, los marcos negros que las recuadraban eran acertados no solamente debido a la fragmentaci¨®n tem¨¢tica del conjunto, a su car¨¢cter individual?zado, ¨ªntimo y enigm¨¢tico, sino tambi¨¦n porque colaboraban al, aislamiento de cada imagen, ampli¨¢ndola y valoriz¨¢ndola. Las salas en donde estaban expuestas con anterioridad, a pesar de los problemas que planteaban, ofrec¨ªan indudablemente un espacio mucho m¨¢s propicio para su contemplaci¨®n.
El criterio seguido de pretender devolver al muro aquello que la historia y el h¨¢bito en la percepci¨®n convirtieron en cuadro suele ser desacertado, resultando catastr¨®fico en el caso que nos ocupa. Es m¨¢s, la tentativa de restituir la pintura original, de haber sido factible, hubiera resultado sin duda fatal para el mensaje que la historia nos ha legado. Leyendo atentamente el informe antes citado, es evidente que tal intenci¨®n existi¨®. por encima de necesidades imperiosas de consolidaci¨®n, demostr¨¢ndose una vez m¨¢s los peligros de ciertas concepciones museogr¨¢ficas, en donde la genealog¨ªa cuenta m¨¢s que el art¨ªstico resultado.
Cuando se afirma con menosprecio la lejana p¨¦rdida de car¨¢cter de las pinturas, esta realidad parcial no se plantea en terreno compensatorio, es decir, frente a su presente y milagrosa intensidad, sino, m¨¢s bien, como reflejo de una frustraci¨®n debida a la imposible y dogm¨¢tica intervenci¨®n, trasluci¨¦ndose cierto desprecio por la impureza consustancial de unas obras y, como consecuencia, vengativo relegar en angosta sala y castigo frente al muro.
'Pinturas negras'
Anuladas por desgraciada luz, empeque?ecidas por ¨¢spero, pretencioso y horripilante paspart¨² de tela pintada, las pinturas negras de Goya se nos ofrecen actualmente como si fuesen reproducciones fotogr¨¢ficas de s¨ª mismas, estampitas oscurecidas o cromos para el ¨¢lbum de los recuerdos, Esta impresi¨®n es ciertamente penosa. Dig¨¢moslo con sinceridad: tales disparates asombran y hacen dudar de la capacidad de aquellos responsables que permiten a los enemigos de la pintura perge?ar tan mezquinas y retorcidas maquinaciones.
En su rid¨ªcula presentaci¨®n actual, desgajadas de sus marcos, envueltas en tan inh¨®spita falsedad, el conjunto m¨¢s poderoso del arte espa?ol m¨¢s parece una proyecci¨®n de diapositivas indigna de pabell¨®n de feria de muestras que galer¨ªa de monstruosa maravilla. Las pinturas negras de Goya, encogidas como si se tratara de cabezas reducidas de los indios j¨ªbaros, he aqu¨ª el fruto m¨¢s reciente de la museograf¨ªa nacional.
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