Fraga
Seg¨²n la encuesta de EL PA?S ahora resulta que a todos nos en canta el se?or Fraga. Don Manuel no ha vendido una rosquilla en los ¨²ltimos milenios, pero basta con que se haya despe?ado del Olimpo para que se nos encandilen los amores. Yo misma, sin ir m¨¢s lejos, ando la mar de enternecida, observando el fatigoso maniobrar del se?or Fraga en los pasillos del Congreso, su sufrida ascensi¨®n a los asientos m¨¢s plebeyos, su lento navegar de viejo paquebote con una v¨ªa de agua en las calderas.Se dir¨ªa que los espa?oles tenemos una debilidad afectiva por los derrotados, lo cual supongo que nos honra. Otra cosa es el entusiasmo con que, previamente, nos aplicamos en hundir a todo quisque. Pero una vez que lo hemos conseguido, una vez que el perdedor est¨¢ perdido, entonces le adoramos sin reservas Nos gustan especialmente los vencidos brav¨ªos; los toros que se apalancan en las tablas, que agonizan de pie, hincando las cuatro pezu?as en la arena. El rito de muerte de las corridas es una liturgia escrita profundamente en nuestras venas. Y de todos los pol¨ªticos del pa¨ªs, Fraga es el que m¨¢s se asemeja a un animal de lidia: sus embestidas ciegas, su obcecada resistencia de miura, el poderoso retemblar de su morrillo y toda la Espa?a b¨¢rbara y ca?¨ª ardi¨¦ndole como una falla entre las cejas.
A m¨ª, de Fraga, me sigue sin gustar lo que de ¨¦l me desagradaba anteriormente, que es la tira su esencia misma de toro, por ejemplo. Pero le prefiero con mucho a alguno de esos insustanciales puntilleros que le han estado acuchillando, como ya acuchillaron anteriormente otras reses de envergadura m¨¢s liviana. Las cosas como son: ya iba siendo hora de que Fraga se fuera. Pero conservo por ¨¦l el respeto al enemigo antiguo, que es un sentimiento parecido al cari?o. Por eso me conmueve el ver a don Manuel incrustando su cuerpo cuadrangular en el esca?o de su derrota nicho pol¨ªtico. De piedra se ha de quedar, granito puro, como un testimonio de nuestra historia y un recordatorio para el futuro.
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