El sindicato de las putas
Las prostitutas que hacen la calle en Madrid quieren una zona de trabajo y seguridad social
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Las prostitutas de calle madrile?as est¨¢n dispuestas a crear un sindicato que defienda sus intereses. Ya han celebrado dos reuniones a las que han asistido mujeres de la calles de Montera, Ballesta, Barco y De la Cruz, y entre sus reivindicaciones se cuenta la petici¨®n de que se acoten zonas en las que puedan ejercer la prostituci¨®n libremente y cartillas de la Seguridad Social. Las mujeres de la calle se muestran partidarias de la profesionalidad, rechazan el intrusismo de las adictas a la hero¨ªna y se quejan del trato policial.
"Que nos retiren de la calle. Nos da verg¨¹enza que nos vean en las esquinas. Yo vivo en la Ballesta, mis hijos ya son mayores y tengo que estar escondi¨¦ndome para que no me vean", asegura una prostituta de la calle de Jardines. "Nosotras no queremos molestar ni a los vecinos ni a los comerciantes, s¨®lo queremos que nos dejen trabajar, y para eso es necesario que nos dejen una zona, con todo tipo de infraestructura".Las prostitutas saben que es dif¨ªcil que se pongan de acuerdo entre ellas, pero tienen muy clara su condici¨®n de profesionales del sexo. "Trabajamos por el pan de nuestros hijos y no queremos con nosotras a las drogadictas que roban a los clientes. Fuera del trabajo, cada uno que haga lo que quiera, pero no aqu¨ª", asegura tajante Paqui.
Las prostitutas del distrito Centro de Madrid afirman que muchas se someten a revisiones m¨¦dicas peri¨®dicas, aunque "otras mujeres no saben lo que es un m¨¦dico". Algunas tienen la cartilla de la Beneficencia que les han entregado en el centro de planificaci¨®n familiar de la zona y perciben un peque?o sueldo cuando se ven obligadas a retirarse durante una temporada a causa de una infecci¨®n o una enfermedad.
"El chulo es la hero¨ªna"
Ninguna reconoce que tenga chulo, pero todas conviven con su marido, el hombre ¨²nico que les asegura ciertas garant¨ªas pese a los malos tratos. "Las cosas han cambiado y las mujeres somos m¨¢s libres; el proxeneta ahora, sobre todo de las m¨¢s j¨®venes, es la hero¨ªna", asegura Paqui, "aunque hay m¨¢s de uno que tiene tres chicas al punto (tres mujeres trabajando)".
Las relaciones con la polic¨ªa son p¨¦simas, "sobre todo con los que tratan de humillarnos o nos hacen correr por las calles para re¨ªrse de nosotras bajo la amenaza de llevarnos a la comisar¨ªa", asegura una mujer que trabaja en la calle del Barco. "Conocemos nuestros derechos", contin¨²a, "y sabemos que s¨®lo pueden detenernos si estamos reclamadas por alg¨²n delito. Si no es as¨ª, lo, m¨¢s que pueden hacer es pedirnos el carn¨¦".
La reuni¨®n de Bruselas, a la que asistieron prostitutas de 20 pa¨ªses, entre las que no se encontraba ninguna espa?ola, fue la chispa que decidi¨® la creaci¨®n de este sindicato. La financiaci¨®n correr¨ªa a cargo de las prostitutas, que pagar¨¢n peque?as cuotas para mantener un local en el que exista un tel¨¦fono al que se pueda avisar en el caso de tener problemas. Ya han hablado con un ahogado que se encargar¨¢ de la parte legal y esperan reunirse en breve con la delegada del Gobierno. Las putas de calle a¨²n no han establecido contactos con las mujeres que ejercen la prostituci¨®n de lujo en otros barrios, pero el sindicato, seg¨²n aseguran, ser¨¢ para todas.
Mar¨ªa, una de las dirigentes del futuro sindicato, tiene seis hijos en el colegio, "con su uniforme y todo", y su marido es el que se encarga de los ni?os. Trabaja en la calle de la Montera y Jardines desde hace ocho a?os. Los mejores d¨ªas de trabajo en la profesi¨®n son los fines de semana. El pasado domingo su jornada comenz¨® a las once de la ma?ana, y a las diez de la noche segu¨ªa en la calle. "Llevo 14 clientes -1.300 el polvo durante el d¨ªa y 2.000 por la noche-, pero tengo que hacerme dos m¨¢s antes de irme a casa", asegura. "La mayor parte de los clientes son hombres casados que buscan con nosotras lo que no encuentran con sus mujeres", asegura Mar¨ªa.
La historia de su vida es sencillamente t¨®pica. La dej¨® embarazada un rico de su pueblo, en la provincia de Badajoz, y tuvo que venirse a Madrid con dos mellizos en busca de trabajo. Su aspecto es el de una aut¨¦ntica matrona. Tiene el pelo te?ido de rubio, los labios pintados de rojo y los ojos maquillados de azul. Viste una falda ajustada, altos tacones y una chaqueta de cuero.
"Mis hijos no son ni?os de la calle", dice mientras se come un bocadillo de at¨²n; "cuatro son de mi marido, pero aunque me hubiera quedado embarazada de la calle los hubiera tenido, porque soy contraria al aborto". En su cartera lleva siempre la foto de alguno de sus hijos, el tel¨¦fono de una asistente social y la p¨ªldora.
En la calle de Jardines est¨¢n apostadas media docena de mujeres, y en la esquina con Montera hay cuatro polic¨ªas. Uno recorre la calle a toda velocidad haciendo caballitos con la moto, mientras las chicas lo jalean. Una de ellas muestra el pijama que le ha comprado a su ni?o en unos grandes almacenes, y otra hace la calle con un beb¨¦ en los brazos. Dos hombres de raza gitana buscan informaci¨®n sobre una menor que se ha escapado y amenazan con sendas navajas a las chicas, que corren despavoridas. En un bar, un cliente borracho le pregunta a una chica si recuerda cuando su padre la ataba a un ¨¢rbol para que no se escapara a retozar por los prados. La chica no contesta, s¨®lo sonr¨ªe y le deja hacer. "A veces lo pienso y me parece asqueroso lo que hago, pero la necesidad manda. Luego todo es sencillo: subes a la habitaci¨®n, te desnudas y le dices cari?o y le das besitos y ¨¦l te dice que su mujer no le hace eso", explica Mar¨ªa. A las nueve de la noche se nota un movimiento especial. Todas llevan cupones y quieren saber el n¨²mero premiado de la ONCE.
"No escupas al cielo"
Mariquilla, de 34 a?os, es adicta a la hero¨ªna desde hace 11 a?os, y sabe por los m¨¦dicos que no le queda m¨¢s de un a?o de vida, pero se resiste a dejarlo. "?Para qu¨¦?", se pregunta mientras se toma un doble en un bar de la madrile?a calle de Jardines. Ella y su marido necesitan al menos dos gramos diarios, por lo que se ve obligada a hacer la calle pr¨¢cticamente casi todo el d¨ªa, y todo para picarse."Soy un fen¨®meno ganando dinero, pero todo se me va por la vena", dice. Mariquilla conserva en su aspecto un toque femenino. Viste ¨²nicamente un jersei rojo y unas medias negras. Lleva los ojos muy maquillados, y el pelo, recogido hacia atr¨¢s en una cola. Recuerda con dolor un d¨ªa que se encontraba con un monazo terrible en la calle y se encontr¨® con un amigo, tambi¨¦n adicto. ?ste, al ver el estado en el que se encontraba, se fue apillar un par de dosis. Cuando regres¨® con la mercanc¨ªa, le dijo que no pod¨ªa ni moverse, que fuera andando ¨¦l para el aparcamiento de la plaza de las Descalzas, que ya llegar¨ªa ella. "Cuando bajaba las escaleras escuch¨¦ un grito espantoso. Ech¨¦ a correr y empec¨¦ a mirar en todos los servicios. En uno estaba Javi, con la aguja clavada en el brazo y con la muerte reflejada en su rostro".
En ese momento pens¨® que no hab¨ªa llegado su hora, y desde entonces ya no tiene miedo. "El destino de cada uno est¨¢ escrito de antemano y no se puede luchar contra eso", asegura convencida. Sabe que por sus venas corre veneno y que los yonquis mueren como chinches. "Nos est¨¢n matando, colegas", explica. "El martes enterramos a otro, y van 14 este a?o".
Esta mujer asegura que sus hijos nunca se convertir¨¢n en adictos a la hero¨ªna, porque "una vez le dije al mayor que si quer¨ªa probarlo, ?y sab¨¦is qu¨¦ me contest¨®? Que bastante ten¨ªa conmigo".
Mariquilla siempre aconseja a los que dicen que no caer¨¢n en las garras del caballo: "No escupas al cielo, porque torres m¨¢s grandes se han ca¨ªdo".
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