Notas para un pensamiento liberal
Leo en M¨¦xico, seg¨²n una voz poco representativa del viejo exilio -porque ¨¦ste ha aprendido mucho- "que nada ha cambiado en Espa?a", es decir, "que el franquismo sigue instalado en todos los aspectos de la vida espa?ola". Escucho en Madrid con afecto y sorpresa, a un noble amigo de los a?os de clandestinidad otras palabras que tienen el tono de lo que sigue: "Esto es imposible. Todo sigue igual". Una bella actriz me a?ade, ante algunas dudas m¨ªas, la perfecci¨®n del pensamiento vital: "?Pero qu¨¦ ganas de vivir tiene el espa?ol!".Aquella primera y doble desmesura, esa permanencia energ¨ªvora del hombre tr¨¢gico -ahist¨®rico en su fondo ¨²ltimo-, parece olvidar que los espa?oles eligieron, m¨¢s all¨¢ del significado electoral del t¨¦rmino, la negociaci¨®n civilizada, que es una gran haza?a colectiva, y que adem¨¢s no hubo ruptura hist¨®rica. En otras palabras, que el capro emissarius, que el chivo expiatorio que se ha llevado al desierto los numerosos pecados comunes, muri¨®, es un decir, en su cama. Con su particular museo, cierto, de resurrecciones imposibles y con el mayor anacronismo de una ¨¦poca. En el fondo se fue a verle, de cuerpo presente, para constatar si el Inmorible -con revelaci¨®n perfecta de Rafael Alberti- era morible. Pero la distancia social estaba ya pactada, y m¨¢s all¨¢ de las ideolog¨ªas.
Aquel capro emissarius conforma, al tiempo, la mala memoria colectiva del error y el horror, pero es indispensable mirarlo de frente si se quiere identificar no el pasado, sino el presente como futuro. Un personaje que eludi¨® la cl¨ªnica y se instal¨®, para su equilibrio ps¨ªquico, sobre un pa¨ªs entero no es pensable como soledad, como individuo at¨ªpico. Responde a voluntades colectivas. La salud estribar¨¢ en hacer otra sociedad, no en condenar s¨®lo al chivo expiatorio.
Por eso mismo, el franquismo no fue ¨²nicamente el pensamiento reaccionario, ultra, centralista y represor instalado ideol¨®gicamente en la carabela ret¨®rica del nacionalcatolicismo. El franquismo fue sobre todo una inmensa personalizaci¨®n del poder -la tiran¨ªa con la persona- que deriv¨® al final en un racionalismo accidental: el encuentro con el capitalismo no deseado, pero insustituible. La opresi¨®n tendr¨ªa, como rev¨¦s, la inversi¨®n, la capitalizaci¨®n, la destrucci¨®n del mito aut¨¢rquico -inaceptable cr¨ªticamente- del somos diferentes.
Mala conciencia
Capitalismo no deseado, porque el capitalismo europeo, con el cual viaja Espa?a hoy hacia el futuro, es un sistema impensable sin dos revoluciones: la inglesa y la francesa. La primera es la conquista parlamentaria; la segunda, la de las libertades y la igualdad de derechos ante la ley, pero no la de la igualdad, y menos a¨²n la revoluci¨®n es la revoluci¨®n de Babetif, que apostaba por la desaparici¨®n de la propiedad. La Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano la declarar¨¢, al rev¨¦s, inviolable y sagrada. Tiende a eludirse ese nudo brutal del dilema en el lenguaje tercermundista que adorna, como regalo de comuni¨®n ideol¨®gica -o reato de la culpa-, alg¨²n notorio verbalismo pol¨ªtico espa?ol. Cabe advertir, s¨ª, que losjunkers alemanes y los samurais japoneses hicieron el capitalismo sin aquellas revoluciones, pero sus pueblos pagaron aquella doble carencia con dos barbaries: el nazismo y el militarismo nip¨®n. Ese espacio incierto a¨²n es incierto.Esa podr¨ªa ser, en el fondo, la nueva meditaci¨®n espa?ola. De lo que se trata quiz¨¢ consista en saber bien si la mala conciencia del hombre tr¨¢gico, con su incapacidad para la historia real, puede plantearse un an¨¢lisis sincero, cr¨ªtico y responsable de su propia realidad m¨ªtica. En el sentido que tuviera en el pensamiento griego, donde se contrapon¨ªa (en S¨®crates y Plat¨®n) al logos. este era el discurso verificable; aqu¨¦l, el mito, el discurso no verificable.En nuestros d¨ªas, la revoluci¨®n conservadora es, en su esencia, la cr¨ªtica de la desmesura del capitalismo industrial, es decir, del Estado y, por connotaci¨®n, no s¨®lo del Estado de los aparatos represivos e ideol¨®gicos, sino del proceso de crecimiento estatal y estatizante que paraliza el desarrollo pol¨ªtico y moral de las sociedades. La ra¨ªz hist¨®rica de una nueva concepci¨®n pol¨ªtica deber¨ªa ser el liberalismo ex ante, es decir, la s¨ªntesis del libertarismo aristocr¨¢tico brit¨¢nico, que se opuso al monarca absoluto, y del libertarismo ex post, el franc¨¦s, que tuvo que combatir en s¨ª mismo la guillotina y la Convenci¨®n, pero que no pudo resolver la crisis sin pasar por el imperio. Dos cuestiones, pues, a saber y a evitar.El problema espa?ol consiste en no enga?arse, por la reacci¨®n inconsciente de su mala conciencia pol¨ªtica -no todos los pecados colectivos pueden traspasarse impunemente al famoso capro emissarius que lloraba-, respecto a su verdadera edad hist¨®rica.Si se acepta la madurez, tendr¨¢ que admitirse que la revoluci¨®n liberal de nuestro porvenir no tiene nada que ver con la derecha hist¨®rica, aunque la revoluci¨®n conservadora y liberal, conducida por un temperamento anacr¨®nico como Ronald Reagan, pueda arrojarla al desag¨¹e. No deber¨¢ olvidarse, por las consecuencias que ello tiene para todos, que cuando Manuel Fraga Iribarne ha democratizado su temperamento (cosa que es una haza?a personal que Freud supo valorar) se le tira a la calle. El apetito de infravaloraci¨®n, descalificaci¨®n y envidia latente -falta de generosidad- que tiene la vida espa?ola hace diricil aceptar que sean verdaderas sus ganas de vivir. La vitalidad es indisociable de ciertas generosidades indispensables para viviriuntos y crear cosas juntos. El hedonismo que abunda en Espa?a como desm¨¢n y, a veces, como atropello diricilmente es un s¨ªntoma de vitalidad. Acaso revele, de mejor manera, frustraci¨®n, desencuentro con lo real. El tercermundismo intelectual, de otro lado, de cierta pol¨ªtica espa?ola olvida y elude que bajo ese nombre se han forjado tiran¨ªas terribles que no conservan del Tercer Mundo, como versi¨®n ruson¨ªana, nada m¨¢s que la nostalgia y los ritos.De ah¨ª, en suma, que el socialismo real espa?ol no sea otra cosa que un compromiso con una utop¨ªa que averg¨¹enza -y hay que desentra?arlo- al hombre tr¨¢gico, al hombre-gesto: la aspiraci¨®n a integrarse en un proyecto de desarrollo (en caso contrario deber¨ªa defenderse la integraci¨®n con Marruecos, T¨²nez y Libia, y las ambig¨¹edades revolucionarias que funcionan sin los pueblos) que implique la hip¨®tesis de la felicidad y la libertad, y no, desde luego, la mutaci¨®n de la sociedad sin la voluntad de los pueblos.Capitalismo vergonzante
El socialismo espa?ol ha sido elegido para hacer la democracia que no pudieron generar, en la transici¨®n, los fragmentos m¨¢s modernos y civilizados (frutos del capitalismo vergonzante y no deseado del franquismo, pero que ya eran un ensayo de racionalidad frente al discurso-arenga) del antiguo r¨¦gimen.
El problema del socialismo espa?ol radica en que, por su origen ideol¨®gico, es mucho m¨¢s una idea del poder democr¨¢tico (donde el poder es lo b¨¢sico) y de su reproducci¨®n que una idea de la democracia como sociedad y antipoder pol¨ªtico. La democracia no es el Estado, es la sociedad, y en Espa?a existe, sin duda, voluntad democr¨¢tica en el poder, pero gravita hacia la idea del poder y de que todo poder viene de arriba.
De ah¨ª la importancia de formar antipoderes culturales y sociales, alternativos, que s¨®lo ser¨¢n verdaderos y verificables desde la formaci¨®n y recuperaci¨®n de un nuevo pensamiento liberal que, por s¨ª, es incompatible con la derecha, como opini¨®n, y que s¨®lo es inteligible como una pedagog¨ªa ¨¦tica y organizativa de las libertades y derechos desde el antipoder. Entendido el antipoder no desde la barbarie latente de la real gana, sino desde la convicci¨®n pol¨ªtica que discierne bien que, con la legalidad, la democracia exige siempre, cada d¨ªa, la legitimidad.
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