Un encuentro extratemporal
Desde hace tiempo, m¨¢s en verdad del que yo hubiera querido dejar que transcurriera, aguardaba sobre mi mesa de trabajo, en espera del sosiego necesario para la atenta lectura que me promet¨ªa gozosa, el volumen donde -bajo el titulo de Fragmentos de mis memorias- la universidad de Oviedo hab¨ªa publicado un escrito p¨®stumo de quien fuera maestro m¨ªo muy querido, don Adolfo Posada.Con atenci¨®n cuidadosa y placer grande, en efecto, he le¨ªdo por fin el libro; y ahora, tras de haberlo hecho, creo cumplir un deber y servir con ello al inter¨¦s p¨²blico se?alando -por encima de consideraciones y sentimientos personales- la importancia objetiva que su aparici¨®n tiene para nuestra historia intelectual y literaria. Sus p¨¢ginas suministran datos de primera mano sobre personas y hechos que el paso de los a?os y los decenios ha tornado borrosos o que siempre se hab¨ªan mantenido en la penumbra de aquello que se sabe y se murmura, aun que nunca sea declaradamente expuesto, pero que luego, desde la perspectiva de la posteridad, puede iluminar, sin el desdoro ya de triviales convenciones sociales o de aprensiones dom¨¦sticas, perfiles y aspectos de figuras se?eras cuyo monumento de bronce se vivifica y humanizacon eso, propiciando una m¨¢s cabal comprensi¨®n de parte nuestra. As¨ª, por ejemplo, ya me hab¨ªa anticipado Carolyn Richmond que ciertos detalles en la
conducta de Leopoldo Alas, significativos para delinear su personalidad de creador literar¨ªo y reflejados en su obra, detalles que ella hab¨ªa barruntado y sugerido al redactar alguno de sus estudios clarinianos, encontraron despu¨¦s puntual confirmaci¨®n en algo de lo que acerca del gran escritor asturiano cuenta su amigo Posada en estas p¨®stumas memorias suyas.
Editadas por unas prensas universitarias entre la enorme cantidad de t¨ªtulos que de continuo asoman al mercado y ven, o entrev¨¦n, la luz p¨²blica, y privadas de la difusi¨®n que la propaganda comercial procura, el libro -en cuanto yo haya podido darme cuenta- ha pasado inadvertido hasta este momento. Por eso me siento obligado a mencionarlo y comentarlo.
Pero debo comenzar diciendo que si el inter¨¦s general de la obra reside ante todo en su posible utilizaci¨®n documental, no carece, sin embargo, de atractivos intr¨ªnsecos en el aspecto literario, pues est¨¢ escrita -sin que ello implique pretensi¨®n estil¨ªstica alguna- con una prosa precisa, fluida y transparente, ocasi¨®n de agradable sorpresa para quien, como yo, antiguo disc¨ªpulo y ayudante del profesor Posada, recuerda bien que a sus estudiantes les supon¨ªa un quebradero de cabeza su Tratado de Derecho Pol¨ªtico, cuya apretada densidad de pensamiento constitu¨ªa en todo caso un reto aun para el m¨¢s voluntarioso de los lectores. Estas memorias resultan en cambio de muy amena lectura, no s¨®lo en raz¨®n de los contenidos a que se refieren, sino tambi¨¦n por cuanto revelan adecuadamente, en la digna compostura de su tono, veteado con frecuencia por rasgos de un humor sutil, la personalidad ¨²nica de quien hubo de redactarlas sin dejar que lo aflictivo y precario de las circunstancias turbara la serenidad estoica de su ¨¢nimo. Una nota editorial nos informa, en efecto, de que don Adolfo se hab¨ªa ocupado, entre la fecha de su jubilaci¨®n (1931) y el comienzo de la guerra civil, en reunir y ordenar los much¨ªsimos papeles que deb¨ªan permitirle dedicar los a?os de su ancianidad a consignar por escrito las experiencias de una larga vida; y ¨¦l mismo cuenta c¨®mo, perdido ese material en las confusas horas de la cat¨¢strofe, tuvo que resignarse a la mera ayuda de su flaca memoria -dice- para escribir durante el conflicto b¨¦lico y triste posguerra los fragmentos de lo que en otro caso hubieran sido muy dilatadas p¨¢ginas.
Los azares de aquella funesta contienda frustraron lo que hubiera podido ser imponente e inapreciable archivo de datos sobre toda una ¨¦poca, como frustraron asimismo la edici¨®n de la Breve historia del krausismo espa?ol. que la universidad de Oviedo ha rescatado tambi¨¦n en piadoso homenaje a su autor y gracias al cuidado con que sus nietas, Amalla y Sofia Mart¨ªn Gamero, han conservado y preparado los manuscritos de don Adolfo. Pero, con todo, estos Fragmentos que llegan a nosotros son fuente indispensable de conocimiento para iluminar tal o cual detalle de la creaci¨®n cultural en aquel per¨ªodo. Ya mencion¨¦ la confirmaci¨®n de una determinada conjetura cr¨ªticobiogr¨¢fica acerca de Clar¨ªn.Para agregar un par de ejemplos m¨¢s en relaci¨®n con el propio Leopoldo Alas aludir¨¦ a ciertas noticias sobre sus preocupaciones y su manera de trabajar, o a algunas identificaciones del modelo de personajes suyos, como Aquiles Zurita, Pip¨¢ y varios de La Regenta, o bien del de P¨¦rez de Ayala en Tigre Juan. ?Y qui¨¦n que recuerde las alteradas relaciones literarias de Clar¨ªn con Emilla Pardo Baz¨¢n y se haya asomado adem¨¢s a la indiscreci¨®n que sac¨® a luz unas cartas ¨ªntimas dirigidas por esta se?ora a Gald¨®s no se regocijar¨¢ e intrigar¨¢ al leer lo que deja a entender Posada cuando relata algo ocurrido con la revista fundada y sostenida por L¨¢zaro Galdeano, dice as¨ª: "L¨¢zaro conjugaba arm¨®nicamente sus negocios editoriales con una vida social de amplias relaciones y hasta quiz¨¢, y sin quiz¨¢, de aventuras amorosas, cosa por lo dem¨¢s perfectamente explicable por ser un elegante, y no dir¨¦ que perfumado, sujeto, muy amigo de sus amigos, pero m¨¢s de sus amigas. Un incidente relacionado con do?a Emilla Pardo Baz¨¢n determin¨® la retirada violenta de Clar¨ªn como colaborador de La Espa?a Moderna. Grave error de c¨¢lculo del director y propietario de esta revista el creer que Clar¨ªn se dejar¨ªa utilizar para dar gusto a la insigne escritora, especie de madame Sta?l gallega".
Por supuesto, son otros muchos, y de diversa ¨ªndole, los elementos que estas memorias aportan para un mejor conocimiento de lo que fue la realidad nacional espa?ola durante el dilatado lapso que cubre la vida de su autor. Pero si los Fragmentos escritos por don Adolfo Posada en las horas amargas de la guerra civil y de sus inciviles secuelas traen al presente ese pret¨¦rito ya hoy bastante lejano, lo que a, m¨ª en particular me restituyen es no tanto el cuadro general como la figura del protagonista, vista ahora desde una perspectiva m¨¢s amplia, m¨¢s rica y, en definitiva, nueva, cuando el correr del tiempo me ha colocado en una edad pareja a aquella en que le conoc¨ª y le trat¨¦ en mi mocedad. Es como si mi viejo maestro me hubiera estado esperando, fija su imagen por la muerte en el recuerdo, hasta que alcanzase el nivel desde donde pueda contemplarla y entenderla en su alta estatura. Curiosamente, la sensaci¨®n de este encuentro en un plano -por as¨ª decirlo- extratemporal empez¨® a apuntar en mi ¨¢nimo muy pronto, apenas terminada la guerra, durante la cual hab¨ªamos estado separados, sin
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vernos ni comunicamos en momento alguno. Reci¨¦n exiliado yo en Argentina, mi primera colaboraci¨®n en La Naci¨®n, de Buenos Aires -s¨ª, creo que fue la primera-, coincidi¨® en la plana del peri¨®dico con un art¨ªculo de don Adolfo, en una especie de saludo silencioso desde un otro mundo. Y me emocion¨® el pensar que acaso ¨¦l por su parte Dudiera sentir tambi¨¦n algo semejante.
Su alta estatura, he dicho recordando a Posada; y es claro que no me refer¨ªa tanto a su talla risica como a su porte moral. Evoco al anciano cort¨¦s y distante que nos hablaba a sus alumnos parado al borde del estrado, a un lado de la mesa, y a quien -pese a la dificultad de sus conceptos- escuch¨¢bamos en inalterable silencio y compostura. Primero como tal alumno, como ayudante suyo luego y m¨¢s tarde como amigo, catedr¨¢tico ya y secretario de la facultad que ¨¦l gobernaba como decano, siempre me acerqu¨¦ a mi don Adolfo en actitud de ¨ªntimo respeto (una actitud a la que, debo confesarlo, no he sido nunca demasiado proclive y a la que no pueden moverme razones convencionales).
Cierto es que en aquella facultad de Derecho, donde eminent¨ªsimos juristas conviv¨ªan con algunos rid¨ªculos remanentes de pasadas rutinas, y hombres de dignidad suma, con tal o cual mamarracho, todo el mundo, sin excepci¨®n, respetaba al profesor de Derecho Pol¨ªtico. La lectura de estas memorias suyas me ha hecho volver ahora los ojos de la mente hacia unos momentos hist¨®ricos en que la Universidad, al paso con el conjunto de las restantes instituciones y actividades culturales del pa¨ªs, estaba renov¨¢ndose vigorosamente en respuesta a la t¨®nica vital, cada vez m¨¢s pujante, de la sociedad espa?ola; y dentro de ese cuadro general, enfocado con la distancia que el transcurso de medio siglo procura, acentuada todav¨ªa por la intermisi¨®n del enorme retroceso ocasionado por la guerra, la personalidad de Posada se perfila con rasgos muy marcados. En la retrospecci¨®n que este su libro p¨®stumo nos procura, su individualidad ¨²nica aparece enmarcada en un grupo que, en cuanto colectividad, es tambi¨¦n muy definido: el de los krausistas o institucionistas, grupo que impuso en sus miembros el sello de una intelectualidad misionera apoyada en el m¨¢s austero -y elegante- rigor de conducta.
En la hora actual, cuando Espa?a, vuelto a recuperar el pulso hist¨®rico, asume la posici¨®n que le corresponde en el mundo, justo ser¨¢ recordar y honrar a uno de los hombres que con m¨¢s dedicaci¨®n y m¨¢s fecundo esfuerzo contribuyeron a la entonces malograda incorporaci¨®n de este pa¨ªs en la modernidad.
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