Maravall, la rabia y la idea
Jos¨¦ Antonio Maravall, ya para siempre en el recuerdo. Maravall, ¨¢vido y ¨¢gil, inquisitivo y pol¨¦mico. Una vida se acaba y una obra se queda, como tantas veces, pero pocas habr¨¢ en que la obra est¨¦ tan marcada, por las circunstancias vitales.El Maravall de los a?os treinta heredaba la tradici¨®n human¨ªstica y jur¨ªdico-pol¨ªtica de la historiograf¨ªa de la cultura. P¨¦rez Serrano, Ortega, Men¨¦ndez Pidal, Flores de Lemus. Cruz¨® el desierto del nacionalismo aut¨¢rquico manej¨¢ndose con los pocos instrumentos conceptuales que quedaban a su alcance. Ara?ando entre monta?as de libros -no era historiograf¨ªa de archivos- acumul¨® erudici¨®n, plasmada en estudios que eran sobre todo lecturas inteligentes de los textos pol¨ªticos cl¨¢sicos.
N¨²cleo liberal
En los a?os cincuenta vivi¨® en Par¨ªs. Y a su regreso form¨®, junto con D¨ªez del Corral, uno de los pocos n¨²cleos liberales -se siente uno tentado de decir ilustrados- que la situaci¨®n consent¨ªa, en la facultad de Ciencias Pol¨ªticas y Econ¨®micas.
Pieza a pieza, Maravall iba construyendo toda una historia de ese pensamiento que al principio llam¨® espa?ol y luego se limit¨® a situar en Espa?a. Nuestro Renacimiento era analizado en t¨¦rminos homologables a los restantes fen¨®menos europeos de la ¨¦poca. La idea imperial de Carlos V, por encima de ditirambos o descalificaciones banales, era interpretada como encrucijada entre lo medieval y lo moderno. La guerra de las -comunidades, como un proyecto revolucionario de monarqu¨ªa parlamentaria plenamente moderna. Los cl¨¦rigos defensores de los indios, superando tambi¨¦n est¨¦riles pol¨¦micas nacionalistas, aparec¨ªan ahora insertos en el contexto de la utop¨ªa renacentista. La gran pol¨¦mica sobre antiguos y modernos, en el del surgimiento de la teor¨ªa del progreso. El barroco, como ideolog¨ªa de la reacci¨®n nobiliaria del siglo XVII. Y a los grandes libros se a?ad¨ªan docenas de art¨ªculos sobre la Ilustraci¨®n en Espa?a, el romanticismo, el 98 y, ¨²ltimamente, hasta sobre Pablo Iglesias y el pensamiento obrero. Gracias al esfuerzo de Maravall, un edificio se levantaba y la cultura de una unidad pol¨ªtica cobraba sentido. Otros lo hac¨ªan en otros terrenos, y Espa?a, entre todos, iba dejando de ser diferente.
Muchas novedades aparec¨ªan en sus libros a medida que pasaban los a?os. Las p¨¢ginas se llenaban de referencias a clases, elites, estructuras, ideolog¨ªas, anomia social, utop¨ªa, lo kitsch... Y esto es lo m¨¢s sorprendente y meritorio en la obra de Maravall: su capacidad de aprender y de conectar con las preocupaciones y el lenguaje que caracterizaban a las ciencias sociales m¨¢s modernas y a las generaciones intelectuales m¨¢s j¨®venes. A base de tenacidad, luchando contra una salud prematuramente precaria, envejecido de aspecto f¨ªsico, pero lleno de una pasi¨®n interior que se expresaba en unos ojos picassianos, atentos, relampagueantes -a veces, de ira; la pasi¨®n no siempre es amable-, Maravall se iba haciendo a s¨ª mismo y alcanzaba la plenitud no en los a?os de madurez, sino, m¨¢s bien, en los de la jubilaci¨®n.
Repasando su propia vida no hace mucho, dijo ¨¦l mismo que hab¨ªa tenido la suerte de ser y de hacer aquello por lo que hubiera optado en caso de poder elegir. Ahora ha muerto, dejando en su despacho los libros abiertos, la pluma y los papeles desplegados, las gafas sobre la mesa. Un golpe de suerte m¨¢s le ha tocado, y quiz¨¢ sea cosa de reflexionar y de aprender: nadie podr¨¢ hablar de su decadencia. La pasi¨®n por el saber y la obsesi¨®n por el trabajo le han mantenido con vida y le han hecho crecer y superarse hasta el final. En la estirpe de los viejos sabios.
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