Actitudes del elector
Acabo de leer con discreta atenci¨®n -como leo siempre los peri¨®dicos- la colaboraci¨®n de Rafael Arias Salgado titulada Los errores de la derecha (EL PA?S, 13 de diciembre), en la que el primer secretario general de UCD investiga por su cuenta (o analiza) el tema pol¨ªtico objeto de la titulaci¨®n de su art¨ªculo. Yo ni entro ni salgo en su trabajo, que -sin ninguna autoridad para opinar- me parece correcto y bien llevado. Ahora bien, como alude en algunos p¨¢rrafos al electorado, le tomo como punto de partida para exponer mis probablemente fr¨ªvolas actitudes de elector, que muy posiblemente son harto compartidas por amplios sectores de la sociedad espa?ola.Como esta secci¨®n de Cartas al director (a donde ir¨¢ a parar si paso la papelera) es muy sucinta, quiero hacer p¨²blico mi modo de actuar de cara a las urnas con los siguientes ejemplos:
A UCD la vi como un conjunto de majos chicos con traje de alpaca, peinados a navaja, excitantes sonrisas y palabrer¨ªa elaborada. No cre¨ª que aquel pu?ado de ejecutivos pol¨ªticos cubriera mis apetencias. No les vot¨¦ nunca.
Al PCE lo vi como unos falsos h¨¦roes barbudos y arrebatacapas, presumiendo de clandestinos y luchadores y muy seguros ellos de ofrecer Ia alternativa -m¨¢s bien literaria y cinematogr¨¢fica- de la conquista del Palacio de Invierno y "las justas reivindicaciones de los trabajadores". Ni les tuve miedo nunca ni les vot¨¦. Para m¨ª estaban pasados.
A los populares los vi como gente de dar risa s¨®lo con presentarse a las elecciones. Sus anquilosados conceptos de todo tipo (econ¨®micos, culturales, pol¨ªticos), transmitidos Ocon evidente ¨¦xito a sus j¨®venes hijos, m¨¢s los c¨¦lebres cuarenta a?os me llevaron a hacerles una firme pero condescendiente pedorreta electoral.
A los psoe les vot¨¦. Mejor dicho, les he votado ya dos veces; esta ¨²ltima, con menos convicci¨®n. Me gustaron sus jerseis, su descorbatamiento ciertamente demag¨®gico pero simp¨¢tico, sus promesas, su tono discretamente intelectual, las iron¨ªas sin hiel de algunos de sus m¨¢s destacados miembros y sobre todo su t¨¦rmino medio. (Ya se dice que en el t¨¦rmino medio est¨¢ la virtud.) Les cre¨ª (a¨²n les creo) y les vot¨¦; mejor dicho, les bivot¨¦. Me siguen cayendo bien y a¨²n me hacen albergar esperanzas.
Estas fueron, en bloque, mis actitudes esenciales frente a las urnas, tanto anta?o como hoga?o. No se me da el raciocinio ni el
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estudio de promesas electorales o programas. Yo me gu¨ªo por la intuici¨®n. Y por eso, y para terminar, si me deja el dire, me gustar¨ªa cerrar este escrito con una breve lista de pol¨ªticos, personalizada, y lo que me dice cada uno de ellos.
Advierto que existe verdadero peligro de que este modo de actuar ante los pol¨ªticos no sea cosa meramente personal. Como digo antes, los electores espa?oles me parecen escasamente rigoristas y cartesianos, y hay muchos que nos parecemos. En la barra del bar lo hablamos a veces y casi siempre coincidimos.
Ah¨ª va mi lista:
Manuel Fraga. Siempre me pareci¨® que ten¨ªa cara de presidiario y vigor suficiente para amotinarse contra el alcaide haciendo pareja con James Cagney. Imag¨ªnenlo con el traje a rayas y arrastrando una bola. ?A que queda bien?
Adolfo Su¨¢rez. Me parece de lo menos convincente. Esos dientes blancos y en perfecta hilera (que creo que le costaron cerca del mill¨®n de pelas), su modo de hablar de actor de doblaje y su habitual indumentaria (bien cortados ternos, chaquetas de cuero demasiado actualizadas) le alejan de mi voto, diga lo que diga. Le encuentro un tanto hortera.
Herrero de Mi?¨®n. Se me aleja totalmente por la imagen. Su conjunto de pelo y frente, sus vulgares gafas, boquita peque?a y estridente voz de seminarista prohijado por el obispo est¨¢n lejos del concepto que tengo de los que han de ser mis representantes. (??chese el pelo a la frente y d¨¦jese bigote al menos, hombre ... !)
Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n. Ha hecho lo que ha podido con la cosa del pelo, pero ?y la voz? ?C¨®mo puede uno atreverse a hablar en el Parlamento con esa voz? A m¨ª me recuerda a un Cristobita que act¨²a manejado por una mano invisible por debajo de su esca?o.
Nicol¨¢s Redondo. Habla muy bien y pronuncia mejor. Qu¨¦ pena que le depilen las cejas y le pinten las ojeras antes de sus peroratas. Pierde credibilidad.
Marcelino Camacho. Guapo hasta la muerte y redichito ¨¦l, pero siempre con el mismo jersei jaspeado. Me aburre verlo. ?Palabra!
Alfonso Osorio. Engre¨ªdo y pedante lo veo. Repeinadito y con una pulcritud en el vestir que empalaga. Sus gestos de superioridad, de saberlo todo, me cargan. Ni un voto para nada.
Alfonso Guerra. Pretenden que sea el malo de la pel¨ªcula, pero no tiene m¨¢s que una pinta de mala uva que no se lame. Le gusta incordiar, es presuntuoso y para m¨ª que tiene talento de actor consumado. Este hombre resiste formidablemente los primeros planos.
Pilar Mir¨®. No me gust¨® nunca. Su gesto, su mirada me resultan de una frialdad icebergiana. Si encima de todo promueve en televisi¨®n la producci¨®n espa?ola, la condenar¨ªa a pasar unas largas vacaciones con Jos¨¦ Luis Moreno y sus cuervos.
Felipe Gonz¨¢lez. Tiene a la vez carisma y cara de mono. Parece buena gente cuando adopta un tono grave leyendo un discurso. Las patillas que le han colocado entre Feo y la Mir¨® le dan un aire un tanto extra?o de propietario de La Ponderosa. Parece que hasta el momento lleva el tim¨®n discretamente bien. Pero que no se fie, que somos muchos m¨¢s, adem¨¢s de m¨ª.
S¨®lo me queda pedir a estos protagonistas perd¨®n por estas bromas.- Jos¨¦ de Juan Tamayo.
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