Historia de un precursor
Cuando a mediados de los setenta aparecieron casi simult¨¢neamente tres novelas sobre el dictador latinoamericano -El oto?o del patriarca, de Garc¨ªa M¨¢rquez; El recurso del m¨¦todo de Carpentier, y Yo, el supremo, de Roa Bastos-, inmediatamente vino a la memoria Tirano Banderas, de Valle-Incl¨¢n. Se pens¨® en esta novela como antecedente del tr¨ªptico aun cuando en el tiempo estaba m¨¢s cercana El se?or presidente, de Asturias, y m¨¢s distantes Facundo, de Sarmiento, y Amalia, de Jos¨¦ M¨¢rmol. Pero es que ninguna de ellas, ni la reciente ni las remotas, cuadraba tan justamente a las contempor¨¢neas como la pieza del escritor espa?ol.
Irrealidad del caciquismo
Se ha dicho que las caracter¨ªsticas fundamentales de los mandamases de Garc¨ªa M¨¢rquez, Carpentier y Roa Bastos se perfilan ya en Santos Banderas. Y es verdad. Tanto el Patriarca, como el Primer Magistrado, como el Supremo, no obstante sus distintas estructuras conceptuales son caricaturas, remedos de seres humanos y de gobernantes. Y si lo son, al igual que el protagonista valleinclanesco, ello no obedece a una deliberada malignidad de sus creadores, sino a la idiosincracia de los modelos. Si los retratos de los cuatro son esperp¨¦nticos es porque el punto de mira se centraba sobre. fantoches.Valle-Incl¨¢n fue el iniciador de estas pinceladas. Su ojo sagaz pudo penetrar la irrealidad goyesca del caciquismo hispanoamericano en sus viajes a este continente. De estos periplos, la continentalidad que posee Tirano Banderas, si bien con clara predominancia mexicana. El propio Valle-Incl¨¢n revelaba as¨ª su proyecto narrativo en 1923, en carta a su amigo Alfonso Reyes: "Estos tiempos trabajaba en una novela americana: Tirano Banderas. La novela de un tirano con rasgos del doctor Francia, de Melgarejo, de L¨®pez y de don Porfirio. Una s¨ªntesis, el h¨¦roe y el lenguaje, una suma de modismos americanos...". Y, en efecto, el protagonista de Valle revela peculiaridades de los cuatro tiranos por ¨¦l mencionados. Del doctor Francia, a m¨¢s de su car¨¢cter inescrutable y acechante, parece comada su afici¨®n por la astronom¨ªa, que utilizaba como un elemento m¨¢s de sojuzgamiento al punto de que "muchos cre¨ªan que le¨ªa en las estrellas el pensamiento humano", y sobre todo su criado barbero, que no s¨®lo era un sirviente de Francia, sino su confidente y una suerte de consejero de Estado. En la novela es el ¨²nico que no abandona a Banderas cuando ¨¦ste es derrotado por las tropas insurrectas: "Mir¨¢ndose (el dictador Santos) sin otra compa?¨ªa que el f¨¢mulo rapabarbas". Mariano Melgarejo, que se hac¨ªa nominar Gran Ciudadano de Bolivia y que tiraniz¨® a este pa¨ªs durante siete a?os, "era un soldadote mestizo de cabeza diminuta y puntiaguda", al que una espuma verdosa, ba?aba sus labios" a causa de la coca que masticaba continuamente; de igual modo, tirano Banderas "parsimonioso rumiaba la coca" y por ello tiene siempre "rnanchados los cantos de la boca". El L¨®pez a quien don Ram¨®n alude es seguramente Antonio L¨®pez de Santa Ana, primer dictador de M¨¦xico entre 1833 y 1847, y, por supuesto, don Porfirio no es otro que Porfirio D¨ªaz, que estuvo pateando a la naci¨®n azteca por espacio de 30 a?os (1880-1910). En cierto modo es el personaje de quien m¨¢s se vali¨® Valle-Incl¨¢n para trazar su dictador, pues, aparte del mestizaje de ambos, de haber los dos peleado contra tropas extranjeras -D¨ªaz contra los franceses, Banderas, supuestamente, contra el Ej¨¦rcito espa?ol-, la espada que ci?e el ente de ficci¨®n es conocida con el mismo nombre con el que Porfirio D¨ªaz designaba a la suya: nada menos que la matona.
Sin embargo, hay dos figuras de la historia americana incorporadas a Santos Banderas que su creador no cita: uno, quiz¨¢ el primer tirano, y bien sanguinario, que tuvo el Nuevo Mundo, y que se cuenta entre los m¨¢s brutales soldados de la conquista, aunque inconcebiblemente alguien haya querido ver en ¨¦l a un pr¨ªncipe de la libertad tan s¨®lo porque se rebel¨® contra Felipe Il y quiso fundar un imperio propio en Am¨¦rica. Los finales de Lope de Aguirre y de Banderas son casi id¨¦nticos. De los dos desertan sus partidarios, hartos de sus abominaciones, y los dos asesinan a sus hijas: Aguirre apu?ala a Elvira para evitar que "cosa que quiero tanto venga a ser colch¨®n de bellacos"; Santos Banderas mata de la misma forma a Manuelita y por los mismos motivos: "?No es justo que qued¨¦s en el mundo para que te gocen los enemigos de tu padre ... !".
La otra figura es Victoriano Huerta, transparente desde que Valle-Incl¨¢n esboza a su protagonista: "Parece una calavera con antiparras negras", "momia taciturna", "enjug¨¢ndose el cr¨¢neo pelado". No obstante, Valle no lo se?ala como modelo y hay cr¨ªticos que atribuyen este olvido o escamoteo a la rivalidad que distanciaba al narrador pontevedr¨¦s de Blasco Ib¨¢?ez, ya que de muy parecida manera el ¨²ltimo dibuja al feroz asesino de Madero, al "Judas de la revoluci¨®n mexicana" en La vuelta al mundo de un novelista despu¨¦s de haberlo conocido y entrevistado en 1913.
Incertidumbre de la libertad
Roa Bastos no tuvo m¨¢s ejemplo que Gaspar Rodr¨ªguez de Francia para su Supremo dictador; en cambio, Garc¨ªa M¨¢rquez y Carpentier procedieron a semejanza de Valle-Incl¨¢n: el Patriarca del primero es un combinado de dictadores primitivos que pueden inscribirse literariamente -y qui¨¦n sabe si hist¨®ricamente tambi¨¦n- en el realismo m¨¢gico, de Rosas y Melgarejo a Vicente G¨®mez, esto es, una aleaci¨®n de caudillos m¨ªticos entre los cuales m¨¢s de un estudioso de la obra garciamarquiana ha cre¨ªdo ver aun a Fidel Castro -entre otras cosas, y chuscamente, por la afici¨®n del dictador cubano al ganado vacuno y con m¨¢s medularidad porque El oto?o del patriarca "es una novela sobre el poder, y el poder exige sumisi¨®n en vez de identificaci¨®n", as¨ª como porque la agon¨ªa del ficticio gobernante secular "marca el final de la certidumbre eterna de la tiran¨ªa y el comienzo de la incertidumbre de la libertad", definiciones del mismo Garc¨ªa M¨¢rquez sobre su novela.Alejo Carpentier se inclina m¨¢s por el tirano ilustrado, y sus estereotipos hay que rastrearlos en Guzm¨¢n Blanco, Estrada Cabrera, con detalles del cientifismo que rode¨® a Porfirio D¨ªaz y la cierta din¨¢mica industrialista de que estuvo revestida la dictadura de Gerardo Machado en Cuba.
Pero indudablemente fue la novela de Valle-Incl¨¢n la que abri¨® la brecha para la narrativa del dictador en Am¨¦rica, por su incisi¨®n en la realidad sociopol¨ªtica, ¨¦tnica e incluso ling¨¹¨ªstica de esta tierra caliente, y su comprehensi¨®n de la integridad americana, ese peque?o mundo del que hablaba Bol¨ªvar como configuraci¨®n distinta del otro, del mayor.
Justo es que ahora, cuando se conmemoran los 66 a?os de la aparici¨®n de la primera edici¨®n de Tirano Banderas y 50 de la desaparici¨®n de su soberbio creador, se le recuerde como lo que fue: una gran precursor de este subg¨¦nero literario.
Babelia
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