?Qu¨¦ hay en un nombre?
William Shakespeare, mi tocayo, se pregunt¨® tambi¨¦n, antes, qu¨¦ hay en un nombre. Pero lo dijo por entre los labios rojos de Julieta. "Lo que llamamos rosa", dice la inocente enamorata, "por cualquier otro nombre oler¨ªa igual". El fil¨®sofo Wittgenstein, por su parte, se pregunta: "?Es la rosa roja en la oscuridad?". Rosa es un nombre com¨²n, excepto si lo lleva una mujer nada com¨²n. Rosa Luxemburgo, por ejemplo. Cuando se trata de nombres propios, la rosa es otro cantar. Julieta debiera saberlo. Por llamarse ella Capuleto y Romeo Montesco, su amor adolescente se convirti¨® en tragedia. Shakespeare sab¨ªa m¨¢s que Julieta, aunque Julieta era tambi¨¦n Shakespeare.Los franceses inventaron el nom de plume asimismo o seud¨®nimo. Pero ya Plat¨®n usaba un nom de plume, su apodo. El m¨¢s famoso nom de plume franc¨¦s es el de Voltaire. Hay otros (Anatole France, Pierre Loti, Pierre Louys), pero ni Dumas ni V¨ªctor Hugo eran noms de plume, aunque lo parece. Alias, por otra parte, siempre ha habido. El m¨¢s tristemente c¨¦lebre alias de la antig¨¹edad fue el de Cal¨ªgula. En tiempos modernos, ya menos infame, el m¨¢s famoso alias es el de Jack el Destripador. El nombre desapareci¨®, pero queda el alias para nombrar su oficio. El terrible Ripper sol¨ªa escribir con sangre a los peri¨®dicos para anunciar su ¨²ltima atrocidad. Firmaba siempre Jack the Ripper. Es tambi¨¦n el nombre de la ense?a nacional inglesa, la Uni¨®n Jack. En Francia, en la belle ¨¦poque, las grandes horizontales usaban un nom de putain. Se hicieron c¨¦lebres por no ser c¨¦libes. Pero la m¨¢s famosa de ellas, la Belle Otero, ni era francesa ni usaba sobrenombre. Todo estaba a la vista. El m¨¢s grande personaje espa?ol, Alonso Quijano, adopt¨® un nom de guerre: Don Quijote. O mejor, us¨® varios. A Cervantes le bast¨® un solo nombre para la inmortalidad: El Manco de Lepanto. Mientras al m¨¢s grande novelista espa?ol del siglo XIX se le conoce m¨¢s por su seud¨®nimo, Clar¨ªn, que por su nombre de Alas. El m¨¢s famoso nom de plume de todos, Mark Twain, quiere decir simplemente marca doble. Pero al leer sus libros nadie piensa en Samuel Langhorne Clemens, su verdadero nombre. ?Podr¨ªa alguien leer Huckleberry Finn por Sam Clemens?
?Qui¨¦n habr¨ªa le¨ªdo con el mismo esp¨ªritu de aventura noble las novelas del escritor polaco Teodor Korzeniovski, que su autor sol¨ªa firmar con el seud¨®nimo de Joseph Conrad? Las novelas de Gorki ocultan con su tedio poderoso que su autor se llamaba Aleksei Maximovich Peskov. Gorki quiere decir en ruso amargado. As¨ª, los habitantes de la antigua Nijni Novgorqd, ahora llamada Gorki por haber nacido all¨ª el novelista, viven amargados por su culpa. Colette es un apellido usado como seud¨®nimo y a la vez como concentraci¨®n de nombres. El verdadero nombre de la autora de Gigi fue Sidonie Gabrielle Claudine Colette. Contra opiniones aparentemente autorizadas, era su padre militar y se llamaba Colette, no a su madre, a la que la novelista llam¨® siempre Sido, nom de Jemme. ?scar Wilde parece el seud¨®nimo de Fingal O'Flahertie Wills, pero era su verdadero nombre. La culpa de su seudonimia la tiene el propio autor. Dijo Wilde: "Un hombre destinado a estar en boca de todos no debe ser muy largo. ?Salen entonces tan caros los anuncios! Pronto todo el mundo me conocer¨¢ nada m¨¢s que como ¨®scar". Pero el diccionario de nombres Collins parece diferir: "El esc¨¢ndalo en que el autor y dramaturgo estuvo envuelto en el siglo XIX ha causado que ese nombre, ?scar, haya ca¨ªdo en desgracia". Hoy d¨ªa solamente una estatuilla dorada lleva el nombre de Oscar. Y eso tan s¨®lo en abril de cada a?o en Hollywood.
Ning¨²n lugar para los nombres trocados para el cine, y para el cine, ning¨²n sitio como Hollywood para trocar (y trastrocar) nombres. El m¨¢s grande director de cine americano, por ejemplo, no se llamaba John Ford, sino Sean O'Fearna. Marilyn Monroe, esa doble M mortal, se llamana Norma Jean Baker, adocenada y audaz. Mientras Joan Craford ten¨ªa un nombre propio que sonaba impropio: Lucille le Sueur. A la laboriosa actriz le gustaba ganarse el pan con el sudor de su nombre. Greta Garbo se llamaba Gustafson en Suecia. Pero ?a d¨®nde hubiera llegado sin su Garbo? El muy famoso director de Casablanca se llam¨® en su Hungr¨ªa natal Mikhail Kertecz, y en Hollywood, Michael Curtiz. ?Con cu¨¢l nombre creen ustedes que alcanz¨® el ¨¦xito? Hasta una familia del cine, los din¨¢sticos Barrymore (John, Ethel, Lionel, Diana y John Drew) se llamaban en realidad Blythe. ?Alguien puede imaginar a un irrestible Don Juan llamado John Blythe? El nombre de Marlene Dletrich, llamada siempre por un muy familiar Marlene, era el germ¨¢nico nombre de Mar¨ªa Magdalena von Losch, mientras que Joseph von Stemberg se llamaba Jonas Stemberg, alias Jonas Sternberg.
Nadie sabe ni se acuerda del nombre propio del demorado difunto Cary Grant. Se llamaba Archibald Leach, pero si Archibaldo es c¨®mico en espa?ol, su uni¨®n con Leach resultaba descacharrante, pero nada rom¨¢ntico en ingl¨¦s. Su estudio le escogi¨® otro nombre, y por la magia simp¨¢tica de los anagramas, se invirtieron las iniciales de Gary Cooper, ya famoso, y se obtuvo Cary Grant como nombre del novato. El cambio de nombres y de iniciales fae tan propicio como un amuleto amable. Todos conocen el destino din¨¢mico de Cary Grant. Hay que recordar que los imitadores de Cary Grant tuvieron luego nombres como Tony Curtis y Gig Young, todos falsos. Curtis era un jud¨ªo del Brorix llamado Berny Schwartz, mientras Young tuvo antes otro seud¨®nimo, Byron Barr. Pero hab¨ªa ya un actor llamado Byron Barr (un seud¨®nimo, sin duda: nadie se llama Byron Barr y vive para contarlo), y Young tom¨® el nombre de Gig de un personaje que interpretaba en el teatro entonces. Pirandello ser¨ªa un burdo realista en este juego de identidades: tres actores en busca de un nombre. En el cine moderno, los actores tienden a conservar sus nombres por innombrables que parezcan. ?Cu¨¢ndo en el apogeo de Hollywood una estrella actriz se iba a llamar Meryl Streep?
Cabrera Infante no es m¨¢s que un nombre y como nombre no significa nada. Si me llamara Oreja todav¨ªa podr¨ªa cercenarme el nombre y ser el Van Gogh de la literatura: ahora escribo de o¨ªdo. Pero con mi nombre, la lectura es de los otros. Una housekeeper inglesa, cerca de 1966, al ver que mis cartas ven¨ªan de Espa?a y saber que era un exiliado, profetiz¨® que pronto podr¨ªa regresar a mi pa¨ªs. "No", le dije, "no creo que ocurra eso minca". Hab¨ªa, claro, un prop¨®sito cruzado. Ella hablaba de Espa?a, yo de Cuba. Ahora movi¨® la cabeza con tristeza y dijo: "la barra siniestra suele dar suerte". Se refer¨ªa, claro, a mis blasones. ?En her¨¢ldica, la barra siniestra es la del infante bastardo! Todav¨ªa una azafata inglesa, al llegar yo tarde a la terminal de Londres, me conmin¨®: "D¨®nde est¨¢ el beb¨¦?". "?Qu¨¦ beb¨¦?, ?por Dios!", supliqu¨¦, sintiendo que me tomaba por un plagiario de ni?os, no de textos. "Dice aqu¨ª en su billete", dijo ella apuntando, "bien claro: Infante. Eso significa en ingl¨¦s beb¨¦". Peor a¨²n, en un club de jazz privado en Londres, adonde dos amigos me hab¨ªan invitado, al acudir a la cita, el portero no encontraba mi nombre en su lista. Cuando ya me iba, exclam¨® su hallazgo: "?Ah, aqu¨ª est¨¢." Me llam¨®. Fui a su lado y en la lista dec¨ªa: "Mr. Elef¨¢nte". Hace poco, una telefonista distorsion¨® mi nombre al tiempo que me regalaba la inmortalidad. "?Es su nombre Cabrera?". Dije que s¨ª. Hizo una pausa temporal. "?Es su nombre entonces Cabrera Infinity?". A ese infinito de Newton deben ustedes que la p¨¢gina ahora sea finita.
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