De la pol¨ªtica a la religi¨®n
Moral y religi¨®n son como el perro y el gato. Pasan de la hostilidad m¨¢s declarada a un equilibrio envidiable. 0 quiz¨¢ sea m¨¢s exacto decir que se parecen a una familia convencional: siempre juntos, pero cuando la proximidad se convierte en contacto, la convivencia explota y nace, de nuevo, la discordia.Que la moral y la religi¨®n no son lo mismo lo admite pr¨¢cticamente todo el mundo. M¨¢s dif¨ªcil es determinar la diferencia que las separa. Una opini¨®n nada despreciable es la que ve a la moral como el intento razonable por adaptarse al mundo mientras considera que la religi¨®n da un paso m¨¢s bien para aspirar a una salvaci¨®n total o para quedarse en una eterna insatisfacci¨®n. De ah¨ª que cuando se ha querido dar un ejemplo de cada una de las posturas se ha contrapuesto Marco Aurelio a Job. A Marco Aurelio, hombre moral, le tranquilizaba pensar que todo ser¨ªa conforme a la naturaleza. A Job, hombre religioso, no le importaba contradecirse creyendo en quien le extermina y repudiando los consejos sensatos.
Si la religi¨®n es ese modo especial de avanzar m¨¢s all¨¢ de las respuestas que, insatisfactoriamente, nos da el mundo, no es de extra?ar que se manifieste de las formas m¨¢s variadas. Religi¨®n es sin¨®nimo de diversidad. Y es, probablemente, el fen¨®meno en donde cada persona pone lo que le es m¨¢s caracter¨ªstico, lo que menos se ajusta a ritmos comunes. Por eso hablar de religi¨®n acaba siendo como hablar de cualquier cosa s¨®lo que exagerando tal cosa.
Tanto la moral como la religi¨®n pretenden, como la l¨¢mpara de Aladino, encantarnos con su felicidad. Y como la ilusi¨®n tiene una funci¨®n pragm¨¢tica nada despreciable es comprensible que se les haya perdonado, con una paciencia infinita, las muchas tonter¨ªas que nos quieren hacer creer. La felicidad, esa es la cuesti¨®n. Nos sigue acosando con la fuerza de lo que no decae y con la presi¨®n de la misma existencia. As¨ª se explica que cuando una pol¨ªtica ha intentado ser m¨¢s que mera gesti¨®n coloc¨¢ndose como gu¨ªa segura de la gente se ha manifestado con un n¨²cleo moral determinado y un no menos determinado adorno religioso. E, inversamente, cuando alguien ha querido, a modo de expiaci¨®n, exponer el cat¨¢logo de sus supuestos errores pol¨ªticos no ha encontrado mejor disculpa que achacarlos a un tipo de obnubilaci¨®n, a una peligrosa ilusi¨®n que no puede por menos de llamar religiosa. Si hubiera alguna duda al respecto, no hay m¨¢s que ojear lo que cuentan, en su mea culpa, los que pocos a?os atr¨¢s luchaban por la revoluci¨®n social y hoy aceptan, asustados del pasado y resignados con el futuro, lo que en otra ¨¦poca era para ellos el mal. En sus confesiones actuales nos dicen que viv¨ªan bajo la obsesi¨®n de combatir contra Sat¨¢n. Los nombres sobran, pero si fuera necesario un par de ejemplos no hay m¨¢s que leer al asesor de Mitterrand R. Debray o al prol¨ªfico E. Morin. Interpretan sus presuntos desvar¨ªos pol¨ªticos como desv¨ªos m¨ªtico-religiosos. Lo menos que se puede hacer notar es la nula originalidad de sus an¨¢lisis y la enorme fuerza concedida a la religi¨®n.
Curiosamente en este pa¨ªs produce cierto rubor hablar de religi¨®n. A lo sumo, escaramuzas o leves indicaciones despectivas. Una cita de Nieztsche o una frase de Spinoza, nada mas. Pero raramente se encuentra una aproximaci¨®n sin complejos, una idea ¨¢gil que penetre en la trama religiosa. ?No es esto s¨ªntoma de que se sigue siendo vergonzosamente religioso? La moral, por el contrar¨ªo, va de boca en boca. Estereotipada y ficticia, se la supone como base del entendimiento colectivo. La moral acad¨¦mica no hace sino sofisticar un poco la vulgaridad real. De esta manera, la moral es un expediente de resignaci¨®n, una cura llamada racional para colocar al ciudadano en la sana v¨ªa de la realidad. Y as¨ª, todo es posible o mejor, casi nada es posible, porque lo que se llama realidad se ha robustecido de tal manera que cualquier intento por tocarla se califica de ilusorio, m¨ªtico o religioso. Es el momento en el que la pol¨ªtica tiene su camino trillado. Ella ser¨ªa la depositaria de la moral real y todo desacato se explicar¨¢ en clave de alucinaci¨®n, mito, magia o religi¨®n. S¨®lo que as¨ª se gesta la peor de las religiones: la teolog¨ªa disimulada. Porque una pol¨ªtica que oscurece sus mentiras, que habla de lo que no cree y que trata pedantemente lo que desconoce es una corrupci¨®n m¨¢s de la religi¨®n.
En estas circunstancias la aparici¨®n en el ¨²ltimo a?o de varios libros valientes -y distintos, como no pod¨ªa ser menos- sobre religi¨®n es una muestra de vitalidad y de originalidad. S¨®lo unas l¨ªneas para se?alarlos, sin mayor precisi¨®n. G. Bueno, en El animal divino, va a la ra¨ªz de la religi¨®n y cree encontrarla en la relaci¨®n numinosa del hombre con los animales. Su libro es como un canto a lo perdido, ya que, para ¨¦l, s¨®lo una ¨¦poca atea como la nuestra podr¨ªa entender, por devorado, el fen¨®meno religioso y sus salpicaduras. M. Fraijo, en El sentido de la historia, recorre la obra de un te¨®logo ambicioso, Pannenberg, para quien, escandalosamente, la mente ilustrada deber¨ªa reconocer a Dios como complemento total del mundo. El problema es qu¨¦ se entiende por lo divino y c¨®mo se comprenden esas razones de lo desconocido que afectan nuestra vida. Garc¨ªa Bacca, en Qu¨¦ es Dios, qui¨¦n es Dios, da un testimonio po¨¦tico-religioso de la experiencia religiosa, de una realidad religiosa anclada en la m¨ªstica espa?ola. La profundidad de lo f¨ªsico llevar¨ªa a la poes¨ªa religiosa. Finalmente, I. Reguera, en Objetos de melancol¨ªa, estudia detalladamente a B?hme. Quien no se conformara con la exposici¨®n de una extraordinaria actitud m¨ªstica podr¨¢ gozar en el libro de una introducci¨®n a lo que ser¨¢ el pensamiento especulativo moderno.
Los libros citados no s¨®lo son un est¨ªmulo. Cuando tanto escrito discurre por la repetici¨®n oficial, produce cierta alegr¨ªa ver que se mete el dedo en la llaga. Porque hurgando en la religi¨®n se aprende no poco de moral. Y, por supuesto, se conoce mejor la pol¨ªtica.
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