La bonita historia de 'La Legionaria', la Conchi Gal¨¢n y el Chulo M¨¢laga / y 2
A Antonio Gala y a Augusto Delk¨¢derCalc¨²late t¨² cuando una ma?ana, a eso de las diez y media, y despu¨¦s de hacer la cama de matrimonio, se encuentra la Conchi al marido de rodillas por el suelo esper¨¢ndola en medio de la cocina, temblando como si le hubiera entra o el baile de San Vito, y con un angusti¨®n, mir¨¢ndola con un angusti¨®n que parec¨ªa que iba a caer malo: ya t¨² sabr¨¢s tambi¨¦n lo que es morirse por unas carnes. Y que yo estoy en que, a quien no le haya pasado eso, se va de este mundo sin enterarse de que vino, hay que ver. Ni media palabra le dijo el hombre a Conchi, porque es que ni le sal¨ªa la voz de la boca, pero aquello estaba m¨¢s claro que el agua, y ella, al ver al relojero as¨ª tan fuera de hora, le dio pena de ¨¦l, que de esa pena fue la que ¨¦l se aprovech¨® para llev¨¢rsela a la cama grande.
Me cont¨® Conchi que no atinaba ni a desnudarla y que, en cuanto le ech¨® abajo el sost¨¦n, le meti¨® la cara entre los pechos, quieto-quieto, sin hacer de momento m¨¢s n¨¢, y que as¨ª se estuvo, como una criatura chica y resollando bajito, un cuarto hora largo, que ella tambi¨¦n estaba ya con ganas porque cuando una siente que un hombre est¨¢ as¨ª con una, pues a ver. La de veces que me habr¨¦ visto yo en lo mismo.
Y aquello sali¨® bien, pero, a la que hac¨ªa dos, le da a la relojera por volver de la plaza a las once la ma?ana, cuando andaban en lo mejor: a las once y cuarto ya estaba la Conchi en la calle con su hatillo. Y despu¨¦s de almorz¨¢, si es que almorz¨®, fue cuando el M¨¢laga la llev¨® a casa la Barquillera y la meti¨®, me acuerdo como si fuera hoy.
Llegaron, ¨¦l empuj¨¢ndola, ¨¦l la echa a un lao detr¨¢s de la cancela; ella all¨ª, con su cabeza baja y un moret¨®n en la frente, y el M¨¢laga se est¨¢ un rato adentro haciendo el trato con la Barquillera para que la Conchi se quedara ya. Que se qued¨®. Familia ella no ten¨ªa que tener, por lo menos en Cadi, no. Pero nunca me habl¨® de eso, y una vez que se lo pregunt¨¦, me dice: "D¨¦jalo, d¨¦jalo". No me dijo m¨¢s.
Y el Chulo se sali¨® ligero con la suya, porque aquel bomb¨®m de Viena c¨®mo no iba a ser negocio, por Di¨®. En los primeros d¨ªas hab¨ªa hasta cola para irse con la Conchi. Hasta cola hab¨ªa. Y el M¨¢laga, forr¨¢ndose, porque hab¨ªa quedao con la encarg¨¢ y con la se?ora en que era ¨¦l quien iba a cobrar lo de Conchi, dando un tanto, y en que entrar¨ªa y saldr¨ªa de all¨ª tres veces por d¨ªa (contando las noches, claro), y estar con la Conchi a su antojo si no estaba ocup¨¢ con ning¨²n cliente, y sacarla a la calle cuando tuviera ella que salir. Pero lo que pas¨® desde la segunda o la tercera semana fue que ya ¨¦l no iba por la Barquillera m¨¢s que a trincar y a acostarse con ella de cuando en cuando para cumplir y tenerla aguanta¨ªta: ?un hijo puta por donde se mire, ya pod¨ªa decir don Rogelio lo que dijera.1 Y ella, encima, con la foto en lamesilla de noche y venga a mirar la foto las 24 horas, que tambi¨¦n se colaban a mirarla las cinco o seis tontajas que andaban de culo por irse con ¨¦l; si a m¨¢s no viene, hasta envidi¨¢ndole a la Conchi los padecimientos, ?seremos ... ? Bueno: a aquella de Sevilla tambi¨¦n lleg¨® ¨¦l a mangarle bastante, que lo s¨¦. Y, aunque no fue m¨¢s que un d¨ªa, hasta a m¨ª me pic¨® una curiosid¨¢ de acostarme con ¨¦l, a ver qu¨¦ pasaba en la cama con ¨¦se hombre... Una curiosid¨¢ fue, m¨¢s que unas ganas grandes. Sino que dije: "Ay no, porque aunque no lo puedo ver, lo mismo se forma un l¨ªo: que no". Y es que otro d¨ªa hab¨ªa estado el Chulo M¨¢laga con la de Sevilla por la tarde y yo me encerr¨¦ en el cuarto de al lao, que era como un lavadero oscuro con muebles viejos y una puerta que daba a la alcoba de ella, y hasta se ve¨ªa la cama un poco por el boquete de la cerradura. Y los suspiros y los quej¨ªos y las palabras locas de la de Sevilla, y las voces 'de gusto que daba con unas posturas rar¨ªsimas que la puso ¨¦l, y el mando de ese hombre en la cama... La verd¨¢ es que me qued¨¦ algo impresiona¨ªlla. Sobre todo cuando, teniendo que andar ya m¨¢s que satisfecha, la mujer le estuvo rogando y llorando que no se fuera, con un emperre que. se iba p'arriba contra menos la miraba y menos caso le hac¨ªa ¨¦l. Yo no s¨¦ si es que les daba algo. Y bueno: acostarme con ¨¦l, aunque ¨¦l fuera tan despreciativo y tan insultativo, claro que me hubiera acostao, eso lo s¨¦ yo. Porque ¨¦l estaba al tanto de que m'e ten¨ªaen contra, y ¨¦sos as¨ª, hechos a tener a los pies a las mujeres y a traerlas al retortero, se empican con la que no echa cuenta de ellos y la quieren domar, aunque no sea m¨¢s que por salirse con la suya y aunque ella no les guste. Que yo, adem¨¢s, le gustaba, cosa que se nota siempre. As¨ªn que, de haberme empe?ao yo, que estaba en mis tiempos mejores y con tanta o m¨¢s clientela que la Conchil me lo pongo encima pero que ya. Y no creas que no tuve que aguantarme, no creas; si llego a estar con poco trabajo, a lo mejor me cuesta m¨¢s aguantarme y, si se emparej a, lo mismo caigo, que yo me conozco. Pero con tanto hombre, uno detr¨¢s de otro, a ver: qu¨¦ m¨¢s da dejar el tocino o la morcifia, si me estaba comiendo un cocido enterito.Y. .. s¨ª, eso es... Por aquellos d¨ªas fue tambi¨¦n cuando empez¨® a aparecer don Rogelio el viejo por la Barquillera. Verlo por all¨ª me dej¨® tiesa de momento, porque no s¨¦ lo que pens¨¦, dije: 11 ?Pero si lo que ¨¦ste est¨¢ ya pidiendo es el santolio!, ?qu¨¦ hace aqu¨ª? Y adem¨¢s, sin un duro". En seguida me di cuenta de que no ven¨ªa en ese son y de que no eran m¨¢s que las diez o 1 -as once'la ma?ana, oliendo todav¨ªa la calle al caf¨¦ de los desayunos de El Serrallo Caf¨¦s, Vinos y Licores.
-Mira -me dice-, que quer¨ªa yo hablar con esa muchacha y distraerla un rato; ¨¦sa que vend¨ªa las quincallas, la guapa, que me han dicho que para aqu¨ªy que est¨¢ en un achuch¨®n malo. Vengo como su t¨ªo, ya sabes t¨². El t¨ªo m¨¢s viejo que ella tenga.
Le dio al verla dos o tres besos en los cachetes y ya se las apa?aba para aparecer por all¨ª cada dos o tres d¨ªas, pero con una ma?a grande, en plan simp¨¢tico con la se?ora y siempre sin hacerse el pesao ni el cura, y cogi¨¦ndole las vueltas al M¨¢laga pa no encontrarse con ¨¦l; se conoce que don Rogelio se hab¨ªa quedado preocupao con los llantos de la Conchi en la plaza de las Flores y se las arregl¨® para dar con ella. Se apartaban en dos butaquitas por atr¨¢s de las macetas del patio, media hora o menos, y all¨ª, chucuch¨²-chucuch¨², ella venga, y eso que no era de mucho charlar. Not¨¦ yo que, poquito a poco, como que la Conchi miraba y hablaba y se mov¨ªa de otra manera, no s¨¦ como explic¨¢rtelo: ya sin tanto agobio y sin tanto achantamiento. Ahora: pa m¨ª que si don Rogelio no llega a aparecer, ella hubiera salido lo mismo de su achuch¨®n, la verd¨¢: lo que es que ¨¦l se dar¨ªa cuenta de por d¨®nde iban los tiros y, como le hab¨ªa tomao un aprecio, le aliger¨® la cosa. Bueno, creo yo que fue as¨ª; a lo mejor me estoy equivocando. Qui¨¦n sabe n¨¢.
Uno de esos d¨ªas me encam¨¦ con la Conchi por la ma?ana. Enti¨¦ndeme: as¨ª, en plan de amiga; ya te cont¨¦ otra vez que yo, de mujeres, no tuve que ver m¨¢s que con una Paqui y al principio; ya luego, siempre hombres. Pero, hija, gustarme lo bonito, eso siempre, hombre o mujer o perro o gato o un ramo de flores.
Y me estoy queriendo acordar de que aquella vez, s¨ª, seguro, aunque para lo que hab¨ªa ido yo al cuarto de Conchi fue para que me contara sus cosas y yo las m¨ªas, me dio por desnudarla en la cama as¨ª despacito y empec¨¦ a pasarle las manos por aquellas carnes apret¨¢s y oscurillas, cosa m¨¢s bonita, y qu¨¦ olor de cuerpo el suyo; el cutis, suave como jab¨®n del caro, y qu¨¦ pelo, como el ala del cuervo, y qu¨¦ piernas. Y los pechos. Esos pechos que, cuando le anduve un ratito en ellos, me tuve que parar porque es que ya estaba la Conchi inquietorrona, como poni¨¦ndose a tono y, si me descantillo, yo tambi¨¦n, cualquiera sabe; yo no he visto una cosa por el estilo. Y que en belleza de pez¨®n, lo que es en eso, hasta se llevaba por delante a la Cant¨²a, me parece a m¨ª. Pero, en fin: par¨¦ (que no me par¨® ella, ?eh?, par¨¦ yo), porque eso pod¨ªa irse p'arriba sin comerlo ni beberlo, y eso no era asi; as¨ªn que yo: ?quieta, Legionaria!.
Y luego, sin que yo le preguntara, aunque estaba deseando, ya me estuvo contando la Conchi que iba a hacer lo que fuera, que no pod¨ªa vivir y que ya hab¨ªa llorao y pasao con el M¨¢laga todo lo que ten¨ªa que pasar. Yo la escuchaba sin hablarle, porque yo ya sab¨ªa lo que era eso y que, despu¨¦s de unos d¨ªas malos-perros, te deja luego igualito que la marea vac¨ªa deja a La Caleta, desahog¨¢ y tranquila. Pero el agua tiene que irse por su pie, a la fuerza no. Y acab¨¦ fij¨¢ndome en que ella ni me hab¨ªa mentao a don Rogelio, cuando yo me figuraba que ¨¦l le estaba echando un cable as¨ª, a su aire, sin consejitos y sin asustarla ni atosigarla: que a lo mejor por eso mismo ni me hablaba la Conchi de ¨¦l, porque ni se daba cuenta de que le estaba echando ese cable. Que pa m¨ª es as¨ª como tienen que echarse, digo yo. Pero de pronto me lo sac¨® a don Rogelio, dice:
_Ay, ese hombre, lo que ha tenido que ser. ?Sabe m¨¢s ... !
-?Y t¨² lo entiendes siempre?-Siempre no.
-?Pero de qu¨¦ te habla?
-De muchas cosas, muchas. Lo de la cuerda. Las cuerdas al cuello. Que les caen a t¨® el mundo por esto o por aquello. Y que hay que sab¨¦rselas quitar.
-Ya, ya.
-Vamos a salir -me dice de pronto la Conchi.
-?Sin tu hombre?
Lo pens¨®, se le empezaron a saltar las l¨¢grimas, pero, con las l¨¢grimas saltadas y todo, se levant¨®, se lav¨®, se visti¨®, se pein¨®, yo me ech¨¦ un vestido y nos fuimos. M¨¢s de una hora no estar¨ªamos fuera, y ella no despeg¨® la boca en t¨® el tiempo; me acuerdo de eso porque es que yo estaba muy pendiente de Conchi, me daba pena y rabia las que estaba pasando.
Aquella noche lleg¨® a la Barquillera un amigo m¨ªo embarcao y se qued¨® conmigo de dormida, un contramaestre machucho, bruto, pero que estaba muy bueno, Dami¨¢n, y yo, medio mosca con lo de los toqueteos por la ma?ana a Conchi, me desquit¨¦ con ¨¦l, pero a base de bien; si aquella noche no me fui seis veces con Dami¨¢n, no me fui ninguna; as¨ªn que yo de tortilliti, turur¨². De eso, nada. Y no es que estuviera intranquila: yo ya saIb¨ªa que segu¨ªa en lo m¨ªo. Pero, de todas formas, como las cosas cambian de un d¨ªa al otro y muchas veces ni te das cuenta... Dami¨¢n tampoco se cansaba. Dormimos bien tambi¨¦n, a gusto, y el ¨²ltimo me lo ech¨® rayando el d¨ªa y a la bulla, ya poni¨¦ndose la gorra y con un pie camino del barco.
Esa misma ma?ana fue la que yo me sent¨¦ con la Conchi y con don Rogelio atr¨¢s de las macetas del patio, porque ¨¦l me vio llegar y me llam¨®. Y yo s¨¦ que no le habl¨® a Conchi ni media palabrita de lo de ella, no estuvo diciendo m¨¢s que lo que es la libert¨¢-verd¨¢, que ¨¦l dec¨ªa que estaba por dentro de cada uno y no por fuera, pero no como yo te lo. estoy diciendo, sino bien. Y esa misma ma?ana, cuando ¨¦l se hab¨ªa ido, la Conchi se fue al rato pa la se?ora y le dijo que ya ni una gorda m¨¢s al Chulo M¨¢laga, que ella quer¨ªa cobrar su trabajo y que al M¨¢laga, bueno, pues que seguir¨ªa vi¨¦ndolo, pero que de dinero,a ¨¦l nada porque, si no, se pasaba a la otra casa. Y la due?a, al momento: "No, hija, irte no, que t¨² est¨¢s aqu¨ª bien y yo tambi¨¦n estoy bien contigo"; como que se le iba a la vieja un jal¨®n de duros si la Conchi mudaba ese conejo. Y luego: "Bueno, pues yo te doy a ti el dinero y, si i¨² quieres, yo le hablo". Y Conchi: "No: tengo que hablarle yo; antes o despu¨¦s yo soy la que tiene que hablar con ¨¦l". Y yo la ve¨ªa acobarda¨ªta y blanca como' el papel, siendo morena, pero que, as¨ª de la noche a la ma?ana, aquello del Chulo M¨¢laga estaba ya echando el cierre y que, aunque la matara, no iba ella abajarse ya del burro, as¨ªn que le digo:
-Cuando t¨² hables con ¨¦l, vas a tenerme a mano por all¨ª cerca, y si te viene bien me llamas.
No me contest¨®, se fue a su alcoba y un poquito m¨¢s tarde la escuch¨¦ de llorar.
Se va la ma?ana, se cuela el gach¨® cuando est¨¢bamos sent¨¢ndonos a almorzar y se queda Conchi con ¨¦l en el patio: casi no hizo m¨¢s que empezar a hablarle cuando le levanta la mano el Chulo M¨¢laga. Pero la Conchi ni volvi¨® la cara ni agach¨® la cabeza, y lo miraba de una formaq?ue yo me di cuenta de que a ¨¦l le parec¨ªa como que estaba viendo a otra. A m¨ª me cogi¨® que ten¨ªa en la mano la espumadera llena de arroz con tomate, que me lo iba a echar en mi plato. Me levanto y se la tiro al hijoputa, que le di en toa la caja'l pecho, y se va la se ora para ¨¦l, defendiendo su pasta: "Ust¨¦ coge la puerta ahora mismo y no vuelve, que, si no, pa eso est¨¢n los guardias. ?A la calle, pero ya! Y si vuelve, yo s¨¦ a qui¨¦n tengo que hablarle de esto, ?estamosT'. Porque, adem¨¢s, la Barquillera, uy, cuando se pon¨ªa en ese plan ' hab¨ªa que echarse a temblar.
Total: que el M¨¢laga se quit¨® de en medio y que, todo lo que sali¨® diciendo de que iba a hacer y a deshacer sonaba a lo que fue: a n¨¢ y a mierda. Como que ya no apareci¨® ni la Conchi volvi¨® a verlo. Que se le arrugaron las cria¨ªllas.
Ahora: la Conchi... bueno,es que... claro... le..., que le hab¨ªa cogido el final un poquito antes de la cuenta; eso ser¨ªa... A lo mejor, tres o cuatro d¨ªas m¨¢s y ya no lo hace... Ay... Como a las siete de la tarde, pues se meti¨® otra vez de pronto en su cuarto y se tom¨® un tarrito de lej¨ªa casi entero, que me dio a m¨ª por entrar de golpe porque me peg¨® fuerte la lej¨ªa en la nariz y... Cuando se la estaban llevando pa I'Hospital de Mora me hablaba con un hilo de voz, pero oye, sonaba como si me lo estuviera diciendo a gritos limpios:
-Esto tambi¨¦n es la libert¨¢, ?no, Horte?... Tambi¨¦n.
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