De la ideolog¨ªa a la ¨¦tica
Los fil¨®sofos contempor¨¢neos hablan cada vez con m¨¢s frecuencia, y casi exclusivamente, de ¨¦tica y de retorno a la ¨¦tica. Es el caso, por ejemplo, de las ¨²ltimas manifestaciones del pensamiento de Habermas, basado en un ideal del hacer comunicativo, que es una transcripci¨®n del imperativo kantiano que manda no tratar nunca a otro hombre como simple medio, sino siempre como fin. Y es el caso de Emmanuel Levinas, un fil¨®sofo cuya influencia aumenta sin cesar en la cultura contempor¨¢nea y que polemiza contra la tradici¨®n filos¨®fica occidental precisamente en nombre de una llamada a la ¨¦tica. El pensamiento europeo, nacido de los griegos -dice Levinas-, siempre trat¨® de formularse en conceptos generales; por ejemplo, y sobre todo, el concepto de ser, el concepto de hombre, etc¨¦tera, con el fin de contiplar por adelantado todo lo que la experiencia nos ofrece. As¨ª, de acuerdo con el concepto general de hombre, el pr¨®jimo que me encuentro no ser¨¢ m¨¢s que un ejemplar de una especie que ya conozco (y que domino). Pero considerar al otro hombre s¨®lo como un ejemplar de la humanidad es la m¨¢xima violencia, ya que no lo respeta en lo que tiene, de particular, de imprevisible y, en el fondo, de infinito.No s¨®lo autores como Habermas o Levinas, sino casi todos los grandes fil¨®sofos ya cl¨¢sicos del siglo XX opinan que hay que renovar la filosof¨ªa superando su tradicional planteamiento metafisico, precisamente a partir de la ¨¦tica: desde Husserl a Adorno, pasando por Heidegger, ¨¦ste es un leitmotiv constante, que justamente la filosof¨ªa de estos ¨²ltimos a?os est¨¢ redescubriendo en todo su alcance. Hay buenas razones para pensar que esta actualidad de la ¨¦tica no concierne s¨®lo a los fil¨®sofos y a sus discusiones, sino que expresa una exigencia m¨¢s ampliamente difundida en toda la cultura contempor¨¢nea, por lo menos en la occidental. Esta cultura estuvo mucho tiempo dominada por lo que -en expresi¨®n de Nietzsche- se llama la "escuela de la sospecha". El propio Nietzsche, Marx y Freud son maestros de esta escuela, y el resultado com¨²n de su ense?anza se puede resumir en un t¨¦rmino: ideolog¨ªa. La consciencia del car¨¢cter ideol¨®gico de los sistemas de valores, de las convicciones filos¨®ficas y morales y de toda representaci¨®n de la conciencia, es, tal vez, el patrimonio com¨²n m¨¢s caracter¨ªstico y arraigado del hombre occidental de este ¨²ltimo medio siglo. Desde esta perspectiva, todo lo que se presenta como universalmente v¨¢lido tiene como fundamento (de nuevo con expresi¨®n de Nietzsche) m¨®viles "humanos, demasiado humanos": el juego de las relaciones materiales de dominio descrito por Marx, el juego de las pulsiones descrito por Freud y las evidencias que creemos ¨²ltimas s¨®lo son productos, sublimaciones y enmascaramientos de estos juegos de fuerza que escapan al control de nuestra conciencia.
La misi¨®n del pensamiento consiste en desenmascarar todas estas construcciones mostrando cu¨¢l es su fundamento; es lo que tambi¨¦n se llama, de manera general, la "cr¨ªtica de la ideolog¨ªa" y de todo lo que la produce: las desigualdades sociales (que se vencen con la transformaci¨®n revolucionaria de la sociedad) y la enfermedad ps¨ªquica (que se vence con el psicoan¨¢lisis).
La "escuela de la sospecha" no es s¨®lo una orientaci¨®n te¨®rica y un m¨¦todo de trabajo para psic¨®logos, soci¨®logos, historiadores y fil¨®sofos; durante mucho tiempo tambi¨¦n fue la base de los programas pol¨ªticos progresistas y de izquierdas, para los cuales, as¨ª como la misi¨®n del pensamiento era la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa, la misi¨®n de la acci¨®n era la eliminaci¨®n pr¨¢ctica de todo lo que causa la opacidad de la conciencia (la necesidad, la desigualdad, la ignorancia, la manipulaci¨®n de la opini¨®n, etc¨¦tera).
Pues bien, la escuela de la sospecha ya no parece ser hoy un punto de referencia eficaz para nuestra cultura. Por lo dem¨¢s, ni el psicoan¨¢lisis ni el marxismo tampoco se presentan ya esencialmente como m¨¦todos de cr¨ªtica de la ideolog¨ªa. La lectura lacaniana de Freud, cualquiera que sea su sentido, ciertamente ya no propone el psicoan¨¢lisis como una v¨ªa para la "toma de conciencia" ni para el desenmascaramiento, y la cr¨ªtica marxista del capitalismo se basa cada vez menos en el mito de una conciencia del proletariado capaz de reflejar adecuadamente la realidad de las cosas, libre de las distorsiones ideol¨®gicas producidas por el inter¨¦s de clase.
Es dif¨ªcil se?alar de modo exhaustivo las razones por las que la escuela de la sospecha se ha disgregado. En el plano te¨®rico podr¨ªa pensarse que fue destruida por su radicalizaci¨®n. No s¨®lo son sospechosas las ideolog¨ªas; tambi¨¦n es sospechosa la convicci¨®n de que se pueda criticar la ideolog¨ªa llegando a un fondo verdadero de las cosas; detr¨¢s de cada caverna -dec¨ªa Nietzsche- siempre hay otra caverna.
En el plano pr¨¢ctico, el proyecto de eliminar todas las opacidades de la conciencia y de la sociedad choc¨® con los resultados totalitarios de las revoluciones comunistas, que han mostrado los riesgos inherentes a todo programa de revoluci¨®n final de la Historia...
La actualidad de la ¨¦tica en la filosof¨ªa, pero tambi¨¦n en la cultura com¨²n, empezando por la pol¨ªtica, probablemente est¨¦ relacionada con el esfuerzo que el pensamiento, sobre todo el pensamiento progresista, est¨¢ haciendo para colmar el vac¨ªo dejado por la disoluci¨®n de la escuela de la sospecha. Con toda seguridad, tal vac¨ªo es uno de los principales componentes de la crisis que. la cultura y el movimiento pol¨ªtico de izquierdas est¨¢n atravesando en muchos pa¨ªses occidentales. Derrumbadas las certezas de la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa, ya nadie cree que la verdadera misi¨®n del pensamiento sea la de descubrir las verdaderas estructuras de lo real y adecuar a ellas, con la acci¨®n, las formas de la vida pol¨ªtica y social.
Pero entonces, si ya no parece posible legitimar un programa de trabajo, intelectual ni un programa pol¨ªtico mediante la referencia a la verdadera realidad de las cosas, ?quedar¨¢ s¨®lo la pura lucha entre intereses contrapuestos, el juego de la voluntad de poder del que hablaba -una vez m¨¢s- Nietzsche?
La llamada a la ¨¦tica representa la posible alternativa a estas soluciones nihilistas (y, en el fondo, reaccionarias). La ¨¦tica, ante todo, le da la vuelta al dogma fundamental de la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa, es decir, a la sospecha ante toda forma de representaci¨®n universal. Para la ¨¦tica, al menos para esa exigencia ¨¦tica difundida en varias corrientes contempor¨¢neas, los sistemas de valores, o incluso los programas pol¨ªticos, no son s¨®lo expresiones camufladas de intereses y necesidades que, en cambio, se intentan reconocer en su desnuda verdad. Son representaciones -podr¨ªa decirse incluso en el sentido teatral de la palabra- y modos en que un individuo, un grupo o una clase pone en escena sus propios intereses, transfiri¨¦ndolos a un plano de presentabilidad, despoj¨¢ndolos de todo lo que tienen de demasiado feo, inmediato y b¨¢rbaro. Es algo parecido al proceso de idealizaci¨®n de las pasiones, que, seg¨²n la est¨¦tica idealista, se da en el arte. Este proceso no es una falsificaci¨®n; es la transferencia de pasiones e intereses a un plano de mayor verdad, es decir, al plano en que puedan ser reconocidos y aceptados incluso por los otros. En este acto de idealizaci¨®n, lo inmediato del inter¨¦s, vinculado a la lucha por la existencia, queda como atenuado y en suspenso. S¨®lo as¨ª se puede lograr el entendimiento con los otros, entendimiento del que depende toda colaboraci¨®n social y el mismo funcionamiento de los mecanismos basilares de toda instituci¨®n. En esto es en lo que piensa Habermas cuando habla del hacer comunicativo como elemento base de toda la sociedad. Si nos quedamos en la desnuda verdad de los intereses vitales, necesariamente competitivos y contrapuestos (la verdad que la cr¨ªtica de la ideolog¨ªa quer¨ªa enmascarar), no queda m¨¢s posibilidad que el choque de las fuerzas y, en definitiva, el atropello. La democracia no es s¨®lo el dominio de la mayor¨ªa sobre las minor¨ªas; ante todo es el conjunto de los procesos en que la representaci¨®n universalizada de los intereses se acent¨²a expl¨ªcitamente con la construcci¨®n racional del consenso. Para pasar del plano de los intereses inmediatos -el de la pura lucha por la supervivencia- al plano de las representaciones compatibles sobre el que se puede basar el consenso se precisa de un aut¨¦ntico acto de ascesis. M¨¢s a¨²n que Marx o Nietzsche, el verdadero maestro filos¨®fico de nuestra ¨¦poca posiblemente sea Schopenhauer, que ense?a la necesidad de sustraerse, con la dedicaci¨®n moral, al impulso de la pura voluntad de vivir y a la lucha de los intereses.
En este sentido, que recupera -si bien s¨®lo impl¨ªcitamente- a Schopenhauer, el retorno de la ¨¦tica a la filosof¨ªa de hoy tiene algo significativo que decir a todos, sobre todo con vistas a una interpretaci¨®n m¨¢s madura de la democracia.
Traducci¨®n: ?ngel S¨¢nchez-Gij¨®n.
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