La eutanasia
LA MUERTE digna, no atormentada innecesariamente por el sufrimiento y sin prolongaciones artificiales de la vida cuando su t¨¦rmino se vislumbra ya como inevitable, comienza a ser reivindicada cada vez m¨¢s como un derecho incontestado de la persona, que el nivel cient¨ªfico de las actuales sociedades desarrolladas hace por primera vez posible.Un grupo de intelectuales catalanes acaba de pronunciarse en favor de la regulaci¨®n legal en Espa?a del derecho a morir dignamente, contemplando para ello la modificaci¨®n precisa del C¨®digo Penal y, consiguientemente, los cambios a que est¨¢ obligada la propia sociedad, que se ha enfrentado a una imagen distorsionada de lo que es realmente el prop¨®sito de la eutanasia y ha reaccionado ante ella de acuerdo con esa percepci¨®n prejuiciada. Esta reivindicaci¨®n de la eutanasia, todav¨ªa minoritaria, pero en expansi¨®n, tanto en Espa?a como en otros pa¨ªses, choca claramente con legislaciones petrificadas y con todo tipo de prejuicios morales y de creencias religiosas. Ello es particularmente cierto en Espa?a, donde se echa en falta un debate p¨²blico sobre tema de tan complejas connotaciones morales y sociales. Los partidos pol¨ªticos consideran a¨²n prematuro este debate y, por el momento, no existen iniciativas legislativas en este sentido. El colectivo m¨¦dico, por su parte, es receptivo a no aplicar medios extraordinarios cuando el paciente, o la familia, lo pide expresamente, pero es reacio a admitir de manera expl¨ªcita la administraci¨®n de calmantes para ayudar a morir.
La necesidad de abordar con seriedad esta cuesti¨®n cuenta con precedentes ilustres en nuestra ¨¦poca. A la decisi¨®n de la corte brit¨¢nica de adelantar la muerte de Jorge V el 20 de enero de 1936 para que la noticia alcanzara la edici¨®n de The Times se uni¨® la de practicar la eutanasia al real enfermo inyectando en sus venas un poco de morfina, seg¨²n revel¨® m¨¢s tarde su prestigioso m¨¦dico, el doctor Dawson. Si se mira con una ¨®ptica espa?ola actual, el contraste con la vida dolorosamente prolongada de Franco cuando lo inevitable estaba encima, con la barah¨²nda de m¨¦dicos en ri?a, familiares alucinados por el terror de dejar de ser familiares de algo vivo y poderoso, y con la impetrada e in¨²til ayuda de reliquias y mantos como talismanes, la cosa da, desde luego, que pensar.
No hace mucho, los colegios m¨¦dicos de los pa¨ªses miembros de la Comunidad Europea (CE), entre ellos Espa?a, han elaborado una Gu¨ªa europea de ¨¦tica m¨¦dica, que permite la eutanasia pasiva, es decir, la posibilidad de que el m¨¦dico interrumpa tratamientos, cuidados y funcionamiento de aparatos de reanimaci¨®n. En Espa?a, conocidos intelectuales se han pronunciado en Barcelona a favor no s¨®lo de la eutanasia pasiva sino tambi¨¦n de la activa, es decir, la posibilidad de facilitar al enfermo, previa decisi¨®n consciente y libre de ¨¦ste, los medios necesarios para morir dignamente y sin sufrimiento.
Dentro y fuera de Espa?a, todos los contras de la eutanasia pueden ponerse ahora en el platillo de la balanza. El primero de los contras, la inseguridad de que la situaci¨®n sea irreversible. El segundo, la falta de expresi¨®n de la voluntad del agonizante. El tercero, la sospecha de que tras la caridad y el amor puedan existir distintos m¨®viles, desde la comodidad y el descanso de una familia agobiada hasta intereses econ¨®micos. Incluso hay una terrible forma de eutanasia social que consiste en que muchos hospitales y asilos reducen la atenci¨®n m¨¦dica a los ancianos por evitar gastos considerados in¨²tiles.
Es en este punto donde en Espa?a falta una legislaci¨®n adecuada y prudente: que prevenga unas muertes adelantadas por intereses o conveniencias de los familiares del difunto, pero que acepte una soluci¨®n ante el dolor terminal y posiblemente prolongado de manera in¨²til y cruel por los medios modernos de la medicina.
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