Una fr¨¢gil democracia
No puede haber nada m¨¢s perjudicial para nuestro pa¨ªs que el atentar contra el sistema democr¨¢tico que con tanto esfuerzo fue reconquistado en 1978. Por tanto, es necesario que gobernantes y gobernados pongan el m¨¢ximo empe?o para prevenir que tan nefasto suceso se haga realidad. Pero, si, a pesar de todo, una aventura golpista como la que se ha pretendido fraguar se presenta, es necesario castigar con toda la fuerza que la ley otorga a quien act¨²a en forma antidemocr¨¢tica.Partiendo de esto, se puede afirmar categ¨®ricamente que los militares que han procedido a secuestrar al presidente ecuatoriano son responsables de atentar contra el pa¨ªs y deben ser condenados seg¨²n las leyes vigentes. El presidente secuestrado no puede conceder el indulto a sus secuestradores porque no est¨¢ dentro de sus funciones, asignadas por la Constituci¨®n. El organismo competente para juzgar, condenar, o, si fuera el caso, declarar la falta de responsabilidad, tiene que ser parte de la funci¨®n judicial -seg¨²n la legislaci¨®n ecuatoriana tiene que ser la justicia militar- M¨¢s a¨²n cuando ha habido muertes y se han ocasionado grav¨ªsimos perjuicios sociales.
Al inicio de la gesti¨®n febrescorderista, se evidenci¨® que el jefe del Ejecutivo estaba dispuesto a gobernar el pa¨ªs desde su particular punto de vista. No cont¨® para nada con la oposici¨®n, ni siquiera con los partidos pol¨ªticos de la coalici¨®n que le llev¨® al poder, lo que se reflej¨® en la composici¨®n de su Gabinete. Incluso, ante la posibilidad de un mayor control del Congreso frente su gesti¨®n -en ese entonces tambi¨¦n manejado por una mayor¨ªa de centro izquierda opositora a Febres, que no dur¨® mucho- afirm¨® que gobernar¨ªa "con o sin Congreso", lo que fue el inicio de una serie de actitudes unilaterales que han sido consideradas como dictatoriales, disfrazadas de una seudoconstitucionalidad. A partir de entonces el fantasma de un golpe de Estado rondaba en la conciencia pol¨ªtica ecuatoriana, ya que, al desestimar al Congreso y someter otras instituciones democr¨¢ticas al arbitrio del Gobierno, se estaba debilitando el delgado hilo de la democracia.
En 1986, en pocos meses, dos fracasos electorales condenan al mandatario. El primero de ellos en un refer¨¦ndum que consulta una reforma constitucional para terminar con el r¨¦gimen de partidos pol¨ªticos y que pierde el Gobierno estrepitosamente, como un voto de castigo a su gesti¨®n. El segundo, en las elecciones parciales para renovar el Congreso. Sin embargo, no hay cambio de ruta en la pol¨ªtica de Febres Cordero, y crecen las tensiones. Tambi¨¦n la oposici¨®n, o parte de ella, se muestra intransigente y se llega a situaciones que enferman el clima democr¨¢tico de Ecuador.
Es en medio de este panorama, propiciado en gran parte por el propio Febres Cordero, donde surgen las sublevaciones de Frank Vargas Pazos, que se inician corno rencillas de la c¨²pula militar, pero que adquieren connotaciones dram¨¢ticas porque encuentran el caldo de cultivo adecuado para liberar ambiciones- aprovech¨¢ndose del descontento popular. Si Febres Cordero duda a la hora de tomar las decisiones legales y constitucionales que urge el momento, es porque no est¨¢ libre de culpa. Se ha escudado en la manida frase de mantener la paz y la unidad entre los ecuatorianos, pero la ¨²nica forma de hacer realidad este enunciado es sembrando desde el Gobierno y las filas pol¨ªticas el clima adecuado de justicia y bienestar, que son la mejor garant¨ªa democr¨¢tica. No es con indultos ni con autoritarismos como se construye, sino con di¨¢logo y tolerancia democr¨¢tica.
es periodista ecuatoriano y reside en Espa?a.
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