El estado de la conmoci¨®n
Pobre Orwell. Pas¨® su a?o fat¨ªdico y aqu¨ª estamos: chapoteando en el oc¨¦ano de la opulencia comunicacional. Por la televisi¨®n se derraman largometrajes y documentales, detectives esbeltos y clips relamm. pagueantes. El cine m¨¢s caliente llega al cuarto de estar en videocasetes. Todo es barato o gratis. La m¨²sica est¨¢ en el aire, docenas de discos girando simult¨¢neamente por las ondas; basta con apretar el bot¨®n de REC y ya est¨¢ encerrada en una cinta que cabe en la palma de la mano; en -fechas se?aladas, los ¨ªdolos aparecen en grandes auditorios al aire libre, cortes¨ªa de las siempre atentas instituciones. ?Qui¨¦n se puede quejar?La cultura juvenil -tan acicalada, tan accesible- llega en generosas oleadas. La ¨²nica obligaci¨®n es apurarla en tragos largos, aprovechando que est¨¢ de oferta. Es una bebida chispeante, de efectos inmediatos y digesti¨®n sencilla. Arrulla, reconforta, enardece, intoxica, alegra todos los sentidos. No duele, no abruma, apenas plantea dilemas. Para vosotros, j¨®venes, dec¨ªa un viejo programa de Radi-o Nacional. La voz excitada, J. L. en F. M., tiene la soluci¨®n, un mundo feliz con esta canci¨®n y aquellos vaqueros y el licor m¨¢s refrescante.
Flecos revoltosos
Mensajes unidireccionales. ?Qu¨¦ ocurre si los flecos revoltosos de esa atiborrada muchedumbre quieren responder, exigir, definirse? Los canales de r¨¦plica son insospechada mente angostos. La revista del colegio, el fanzine de la secta, la emisora pirata del barrio, apenas superan el n¨²cleo de los convencidos; todo lo que requiere superior tecnolog¨ªa queda fuera del alcance de los cachorros. Pr¨¢cticamente, esa realidad s¨®lo se expresa a trav¨¦s del comic y el rock, que cuentan con un p¨²blico potencialmente grande y que no sufren demasiados filtros. Ambos medios difunden c¨®digos de conducta, lenguaje,. consignas... y profec¨ªas. Articulan sentimientos confusos, quieren asustar con amenazas y desd¨¦n.
Pero los ministros no leen El V¨ªbora. No saben de vi?etas nihilistas, relatos violentos, fantas¨ªas de venganza. Tampoco sufren insomnio p'or la abundancia de historietas que se sit¨²an despu¨¦s del apocalipsis, con supervivientes crueles y justicieros c¨ªnicos. Tampoco oyeron a los Ilegales en 1982, vaticinando una revuelta juvenil en Mongolia, con la polic¨ªa desbordada ("no seremos arrestados / ya no hay reformatorios"). Los ministros s¨®lo descubren esa ira ciega en el telediario o repasando las estad¨ªsticas de delincuencia y muertes prematuras.
En ese momento convocan symposiums, encargan informes y hacen nombramientos de urgencia. Se conjura a los nuevos demonios con h¨¢biles combinaciones de palabrasque-anestesian: alienaci¨®n, subculturas, paro, apat¨ªa, crisis, hostilidad, soledad, incomunicaci¨®n, resentimiento, desesperanza, frustraci¨®n, agresividad. Pero los expertos no se atreven a despejar el temor, apenas verbalizado, de que toda esa conmoci¨®n sea semilla de alg¨²n nuevo fascismo o anarquismo de sangre y p¨®lvora. Tambi¨¦n ellos, los inquietos ministros, sufren del empacho comunicacional. Con el agravante de que no pueden acudir al quiosco de la esquina o escuchar Esto no es Hawai.
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